sábado, 16 de octubre de 2010

Primer dolor.


Cuando escapan las palabras y te quedas con el dolor de lo dicho, tu alma se oscurece y empiezas a vagar por las tinieblas del dolor; ese dolor agudo y punzante que te atravieza sin compasión.......
¿Hasta cuando estarás en tinieblas,? Hasta que el dolor traspace el umbral del laberinto en el que has caído, ¿ podrás salir victoriosa?.

Estoy lamiendo mi dolor , mi rabia, en realidad una mezcla de tantas cosas.
Hemos terminado, nos dijimos adiós, como personas civilizadas. Haciendo cómo que esto podía pasar,¿ quién está libre de una ruptura?
Hice mal al enamorarme de ti.
Me dije suspirando profundamente.

Sí, es verdad hice mal al enamorarme, pero ¿quién puede detener el amor cuando entra en tus poros y se adueña de tus viseras, y pierdes la cabeza, aún sabiendo que esa persona no es para ti? porque sabes que no hay nada que los una, diferencia de clase. Todos lo decían, no es para ti, mereces algo mejor. Se nota la diferencia y eso en algún momento los va a separar. Pero yo no lo aceptaba, mis oídos no escuchaban, y no me importaba que fuera de una clase inferior. ¿Qué importa eso, cuándo hay amor? ¿Cuándo eres tan feliz con esa persona? Todo en él, me gustaba, su manera de caminar, tan atractiva, tan seguro de sí mismo. Sus ojos verdes soñadores, que cuando me miraba me hace sentir tan bella. Es verdad no tenía grandes estudios. Pero su voz tan varonil me cautivó desde un principio. Y siempre tenía buen tema de conversación, o quizás sólo era porque yo estaba enamorada, y lo encontraba perfecto. Sus labios gruesos, sensuales y siempre dispuestos al beso apasionado, me hacía tan dichosa, sí, es verdad le amé y mucho y jamás me arrepentiré de eso.

Quince años, con la juventud a flor de piel, niña y mujer, mujer y niña. Haci me sentía cuando le conocí. Las tardes en la playa con el sol sobre nosotros, la alegría de disfrutar de las horas, corriendo por la arena, lanzándonos a nado al mar, con nuestros cuerpos bronceados hasta llegar a la isla. Besarnos largamente sintiendo que en cada beso nos jurábamos amor eterno, nada nos importaba, que miren todos y que digan lo que quieran, en ese momento éramos tan felices.

Y así pasó todo el verano, amándonos cada día, despertando la mujer que habitaba este cuerpo aún de niña. Y llegó el fin de las vacaciones, volvimos a Santiago, y de nuevo nos encontramos, las clases y el uniforme no impidieron que nuestro amor creciera cada vez más y más. Pero no siempre la dicha es eterna, eso lo comprendería después. Cuando pasado un tiempo los encuentros se fueron distanciando. Pero aún así, yo seguía enamorada, y esperando ansiosa el momento de vernos, y lo disfrutaba tanto, para mí esos días me hacían olvidar la ausencia de los otros en que no nos veíamos, jamás se me ocurrió pensar que podría perderlo, que se enamoraría de otra, eso era imposible, porque “ estábamos enamorados”.

Una tarde de mayo, fue la tarde más horrible que haya tenido, le esperaba en nuestro lugar de siempre, con el corazón hinchado de amor y regocijo. Llegó algo más tarde que de costumbre y su paso lo noté de inmediato distinto, no supe por qué, pero algo me decía que ese día sería inolvidable en algún sentido, y no me equivoqué.
¡Hice mal enamorarme de ti!... ¿cómo has podido hacerme esto?
_ Perdóname Isabel, perdóname. Debemos terminar, ya no puedo seguir viniendo estoy comprometido y debo casarme.
_ ¿Debes casarte? ……¿Por qué debes casarte?
_ Isabel, dejémoslo así, no preguntes más, recuérdame cómo antes, enamorados y felices.
_ ¿Enamorados? , no te equivoques, yo si enamorada, pero tú… ¡claro que no! , sino ¿cómo tendrías que casarte?
_ Isabel te quiero, pero hay cosas difíciles de explicar para un hombre.

Ella le mira incrédula, sus ojos brillan con dolor y las lágrimas comienzan a salir, sin poder evitarlas. Él siente su dolor y en un gesto de cariño quiere abrazarla, pero ella le aparta con brusquedad diciendo: _ ojala que puedas ser feliz, fíjate que hasta lo deseo, márchate y terminemos con esto. Camina erguida secando sus lágrimas con rabia. La tarde se ha puesto fría, una gélida brisa los envuelve. Su paso se hace pesado, avanza con lentitud, siente que sus manos le pesan demasiado, estás parecieran que han caído y su peso le impide caminar ágilmente. Atrás han quedado los días del verano pasado, los besos robados al tiempo, que se detenía cuando sus labios se encontraban tan dichosos.

Te soñaré siempre y prolongaré el tiempo en mi mente recordando el dulce placer que tuve al conocerte, te digo adiós, pero nunca sabrás el dolor que me has causado hoy.

martes, 12 de octubre de 2010

La hija Edith Monteiro




Aquella tarde, al volver a casa, nada hacía presagiar lo que trastocaría para siempre mi vida. Cuando terminé las clases, dejé las guías de lenguaje y matemática listas para su revisión y aprobación de la U.T.P. Cerré mi locker, y caminé hacía la oficina , firmando mi salida a las 19.27 horas. Bajé las escaleras, sin prisa por el cansancio del día.
En portería estaba la señora Isabel esperándome.
_ Es usted la última en irse señorita Magdalena.
_ No me dí cuenta que ya todos se habían marchado.
Nos dijimos hasta mañana, y salí del colegio, rumbo a mi casa.
El día había sido agotador, pero tremendamente fructífero. Los niños estaban leyendo más fluido y los resultados me tenían contenta.
Al llegar al condominio, el conserje me abrió la puerta, y me sonrió como siempre. No noté en su semblante la mirada acongojada que me había dado. Eso lo comprendería muchas horas después, cuando descubriera lo acontecido.
A pesar que la casa estaba a oscuras, no observé nada extraño. Anaís, llegará de un momento a otro, me dije y avancé por el pasillo encendiendo luces. Me detuve en la puerta de su habitación, con intención de abrirla. Pero recordando que a ella no le gusta, pasé de largo, además ya sabía que no había llegado.
Cocinaré unos bistec con papas fritas, que a ella le gustan tanto me dije. Saqué la carne para descongelarla y me puse a pelar las papas.

Magdalena mujer de mediana edad, hermosa e inteligente, aunque de mirada triste, lleva su soledad de mujer separada con resignación. Su marido, salió un día jueves por la mañana al trabajo, para nunca más regresar. Le buscó en hospitales, centros asistenciales, viajó al campo donde unos parientes que un primo le había dicho, que tenía intención de visitarlos, pero estos nunca le vieron.
Hasta que policía internacional le comunicó que había salido del país en el mes de septiembre con rumbo a España. Desde ese día, ella nunca más habló del padre de su hija, y Anaís, nunca preguntó por su él.
Su vida se volcó en su trabajo y en su hija.
Sus amistades le ofrecieron ayuda, pero ella sabía que eso no sería para siempre, así que con hidalguía rechazó todo ofrecimiento de caridad, pensando que no había que preocuparlos, les demostraría que ella podía sola. Y así fue.

Anaís, ya es una señorita. Sus rasgos físicos y de carácter, los heredó de su padre. Bastante autoritaria, dueña de sí misma, con una gran personalidad. Había dejado de ser la niñita dulce y traviesa.
Magdalena entiende, comprende que su hija, pasa por una etapa difícil. Se pregunta:
¿Quién ha sido feliz en su adolescencia? yo no lo fui. Se consideraba siempre un patito feo, delgada y con la cara llena de espinillas. Recuerda el sufrimiento de esos días.
Su trato con Anaís, siempre fue excelente. Alegre, cariñosa y parlanchina. Ahora taciturna, de largos silencios y algo rebelde. Pasará, esta etapa pasará, se dice, mientras fríe las papas.
A las ocho y media se sienta a la mesa, ya todo está listo. Anaís no ha llegado.
Toma su celular y llama; nada teléfono descargado, suena el buzón de voz.
Seguramente no llevó el cargador y se quedó sin celular, piensa.
Decide ir al dormitorio de Anaís, para ver si el celular se ha quedado olvidado. Abre la puerta, un frío intenso la recorre. Su cara se queda atónita.
Sus ojos recorren la habitación, al principio no entiende, se niega a comprender lo que sus ojos contemplan. No, no puede ser, esto no es verdad.
No está la cama, ni la colcha de florcitas rosadas que ella le había tejido, el televisor tampoco, falta su cómoda pintada de rosa.. Los libros habían desaparecido, el closet abierto de par en par. El dormitorio completamente desocupado, vacío.
Sus lágrimas brotan como de un cántaro roto y con sus manos tapa el rostro desencajado. En su pecho siente que mil dagas lo atraviesan una y otra vez.
Es su segunda vez que ha sido abandonada. Su hija, su niña, su adoración, su motivo de vida, la ha dejado como lo hiciera una vez su padre.
Anaís cumplió su amenaza, muchas veces al discutir le había gritado que quería libertad.
¿Qué hice mal? Cuidarla, protegerla, amarla. …?

Magdalena seca sus lágrimas, se pone de pie. Sale en busca de Anaís, va a casa de sus amigas. Nadie sabe de ella, ese día no la han visto. Todos la miran incrédulos, sin comprender. Es una niña dice, es sólo una niña, ¿qué va a hacer? Si saben algo avísenme, ¡por favor!
Son las doce de la noche a recorrido todos los lugares donde pudiera estar, pero nada. Recuerda a Gonzalo, aquel joven que viene a estudiar con su hija, busca su teléfono y llama.
_Gonzalo, soy Magdalena, ¿está contigo mi hija?
_ Señora Magdalena, ¿Anaís Conmigo? No, hoy no la he visto
_ Gonzalo, ella se ha marchado de casa, necesito saber donde está.
_ ¿Cómo? Se ha ido, pero ¿ustedes han discutido?
_ No, sólo he llegado y no están sus cosas.
_ Quédese tranquila, de seguro debe estar con sus amigas.
_ ¿Dónde viven sus amigas? Dime Gonzalo, por favor, estoy angustiada.
Gonzalo la tranquiliza le dice que se calme, de seguro volverá que espere.
Magdalena, no puede aceptar que se haya ido. Su cabeza tiene miles de conjeturas. ¿Quedarse tranquila? ¡Imposible! Entonces decide ir a carabineros y colocar una denuncia.
_ ¿Cuál es la edad de la joven?
_ Dieciocho años.
_ Es ya una adulta.
_No puede ser adulta, porque es sólo una niña, ella es una estudiante, depende de mí.
_ Señora, regrese a su casa, nosotros la mantendremos informada.
La noche se hace interminable, pareciera que el reloj se hubiera detenido.
Magdalena, no duerme, divaga. ¿Dónde podrá haberse ido? ¿Por qué lo hizo?
¡Señor permite que no le pase nada! ¡Cuídala Dios mío!
Ha pasado un mes, Anaís no ha regresado a casa.
Magdalena, no descansa, cada día reza por su hija, y le pide a Dios, que no abandone sus estudios.
Gonzalo ha mantenido contacto con Magdalena, le cuenta que ella está bien, que vive con unas chicas en un departamento en el centro de la ciudad .Pero que no puede darle la dirección porque ella se la ha hecho prometer y se enojaría con él. Qué tenga paciencia, ya regresará, que le de tiempo.
_ Entiéndame quiero mucho a Anaís, y no quiero perderla como amiga, aunque siento que usted también necesita saber de ella.
_ Gracias Gonzalo, se que debo esperar un tiempo, lo se.
Magdalena no puede evitar sus lágrimas, el corazón lo tiene herido, pero promete a Gonzalo no insistir.
El temor de Magdalena, es que Anaís abandone su carrera.
Magdalena falta a su trabajo. Hará guardia a la salida de la universidad, para ver a su hija, seguirla y descubrir su dirección. Hablar con ella. Convencerla para que vuelva al hogar.
Hace frío, es invierno, una suave llovizna cae en ese momento empapando la ciudad.
Magdalena se pone un abrigo, lleva un gorro y una bufanda que tapa su cara, es imposible saber que es ella. Anaís no podrá reconocerla. Se esconde detrás de unos árboles y allí espera. Son las tres de la tarde.
Muchos jóvenes pasan sin fijarse en ella. Magdalena, impertérrita permanece esperando ver a su niña. Llegó la noche y la universidad comienza a dar paso a los estudiantes vespertinos. De Anaís nada, ese día no la vio.
A la semana vuelve hacer lo mismo, durante horas permanece dando vueltas por los alrededores, esperando verla. Esta vez, divisa a Gonzalo.
_ Hola, hijo soy yo, la mamá de Anaís.
__¿Usted?, no la había reconocido. ¿Qué hace acá?
_ Esperando ver a Anaís. ¿Sabes de ella? Quizás esté enferma?
Gonzalo siente piedad por esta madre, cuántas veces lo atendió en su casa, cuando estudiaba con Anaís, la ve desmejorada, su cara ya no es la misma, ahora es una anciana.
_ No, está bien, ella está trabajando por las tardes. (Titubea) Mire siento mucho todo esto.
Se lo que usted sufre, le voy a dar la dirección, pero, por favor, usted no puede decir como la consiguió.
_ Gracias, hijo, por supuesto, nunca sabrá que tú me la has dado, tenlo por seguro.
Lo besa y abraza con gran efusión.
Magdalena siente una gran alegría, su espíritu se llena de gozo, agradeciendo a Dios y a este buen muchacho que se ha compadecido de ella.
Va al supermercado y compra mercadería para su niña. Leche, mantequilla, carne y algunas conservas. Se dirige a la dirección es muy cerca de la universidad. Un edificio de muchos pisos, se pasea algo nerviosa, sin saber cómo abordar. Saca una libreta y haciendo como qué busca la dirección entra, el conserje le dice que si, es allí, en ese departamento viven cuatro niñas estudiantes pero que aún no han llegado.
¿ Puede usted entregarle este paquete a Anaís Marabolí?. Es que no puedo esperarle y necesito entregarlo ahora. Si usted fuera tan amable, por favor, lo que sucede que viene carne y debe ser refrigerada para que no se descomponga. El la mira extrañado, pero no hace preguntas, recibe y lo deja en un costado de su escritorio. Ella sale presurosa.
¡Señora, señora! ¿Quién se lo ha mandado?
Ella ya no escucha, se pierde en la oscuridad de la calle.
En la esquina hay un café, entra allí y busca un lugar donde puede ver claramente quien sale y entra del edificio, pide un té y espera.
Cerca de las nueve de la noche, llega Anaís. Trae su abrigo gris ajustado que muestra su silueta juvenil. Una carpeta y libros en sus manos. Observa que el conserje le habla, ella mueve sus brazos y mira a todos lados, recibe el paquete, desaparece en el ascensor.

Todos los meses, Magdalena va a dejar el paquete de mercadería, el conserje lo recibe y le sonríe, una mueca de complicidad hay entre ellos.
Una noche después de varios meses, Magdalena no puede más, entra al edificio, después que lo hiciera Anaís.
Piso séptimo, departamento: 707 dijo el joven de conserjería.
Su corazón late a prisa. Toca el timbre no hay repuesta. Otra vez y otra vez, nadie abre. Permanece parada frente a esa puerta mucho rato, pero ésta nunca se abrió.
Coloca su oído a la puerta, escucha voces, risas, entre esas percibe la de Anaís. Toca tímidamente una vez más y con voz suave dice: Anaís soy yo, tu madre. Espera… no hay respuesta.
Apoyada su cara en la fría puerta y dice; Te amo hija, te amo.
Bajó subrepticiamente, comprendiendo que ella no cederá aún.
Mientras bajo las escaleras, mis tontas lágrimas no me dejan ver los peldaños. Es muy tarde, debe estar cansadísima, nunca me escuchó, y yo no toqué el timbre con fuerza. Volveré.
En el hall de entrada vienen varias chicas todas estudiantes, pasan sin mirarme, quiero hablarles, pero éstas no se percatan de mí y suben al ascensor.
Afuera la noche es fría, todos caminan rápido para llegar pronto a sus casas.
Avanzo con un paso cansado, pareciera que mis huesos no soportaran el peso de mi cuerpo.
La lluvia va empapando a Magdalena, pero ella nada siente, su corazón y sus pensamientos han quedado en la puerta del departamento 707.

Emilia.





Sentada en su montón de leña que ha recogido en la tarde Emilia, recuerda aquel día de invierno del año pasado, en que con su padre, amontonaban los maderos, troncos y ramas para llevarlos a casa. ¡Qué frío era ese día! El viento soplaba fuerte, los eucaliptos se erguían tratando de mantenerse firmes, las manos estaban heladas y a momentos no las sentía. Pero acostumbrada a la inclemencia del invierno, nada decía.
El viento salvaje, pasaba raudo, como llorando de pena, se oían sus lamentos, parecía como si miles de voces estuvieran gimiendo.
Su padre al mirarla de reojo, se dio cuenta que ella estaba entumecida, entonces le dijo:_ Emy, vete a casa con tu montón, dáselo a tu madre para que avive el fuego de la cocina. Ella tartamudea, el gélido frío no la deja hablar, sus dientes castañean.
Camina a duras penas, no era el peso, eran sus manos, no las sentía.
Ya casi oscurece, quiere avanzar rápido, sus piernas flacas se ponen duras y tira, tira de la cuerda arrastrando su carga. El camino es difícil, está cuesta arriba, resbala, pero ella intenta con más ganas, hace un esfuerzo y empieza a subir, esto la hace entrar en calor y sus manos ya tiran con furia, su pelo alborotado le cae en los ojos, avanza, avanza sin mirar nada, sólo tira, algunas ramas van quedando atrás, pero eso ya no importa, lo que ahora necesita es subir la loma. A lo lejos se ve una luz encendida, la de su casa, esto la pone contenta.
Su padre ese día , en la cena les habló , la empresa que había llegado al pueblo estaba reclutando hombres para ir más al sur, a un aserradero, sería un buen trabajo y pagaban muy bien, lo único es que debía irse por un tiempo.
Su madre accedió sabía que no había otra alternativa, los trabajos eran escasos y ya no les quedaba dinero. Su esposo era un hombre trabajador y el tiempo pasaría rápido. El invierno había sido tan intenso que ya de la cosecha no quedaba nada y está era una buena oportunidad.
Ahora sentada en encima de sus leños, pensando en su padre, ¡cómo lo ha extrañado!
Emilia, ha seguido con su rutina, ella es ahora la encargada de recoger la leña, sus hermanos más pequeños no pueden acompañarla.
Sus ojos tristes, perdidos en la lejanía, cómo buscando una luz que no ve, esa luz que hace ya un año no aparece, sólo desea volver a ver a su padre.
¿Por qué mamá ya no habla de él? ¡Pareciera como si lo hubiera olvidado! Y cuándo le pregunta, sólo la mira sin responder.
Emilia presiente que algo no está bien, pero no sabe precisar de qué se trata. Aún es pequeña para sospechar.
Esta noche le escribiré una carta, le diré que lo extraño demasiado, mis hermanitos también, le diré que mamá anda silenciosa, triste y ya casi no ríe. Busca su lápiz y una hoja de cuaderno. En la cocina el fuego arde, su madre teje. Ella la mira y le dice con ternura, ve a dormir Emilia, mañana vas al colegio. Mamá ¿cuándo volverá el papa? La pregunta salió de la boca como un torrente, siente que su voz cobró un sonido extraño. Como si una roca le impidiera seguir. La madre, se levanta, la mira a los ojos y con lágrimas le dice: Emilia, en el aserradero hubo un accidente, tu padre resultó mal herido con dos compañeros más, los llevaron a la ciudad y allí están internados, pasará algún tiempo para que vuelva.
Lo que Emilia no sabe, es que su padre ha quedado inválido, el accidente lo dejó parapléjico, su cuerpo no responde, desde la nuca hacia abajo no hay movimiento, un cuello le sostiene la cabeza, permanece en una silla de ruedas.
Ella esta tarde mira a lo lejos esperando que su padre pronto vuelva.

miércoles, 28 de julio de 2010

Aquel cuaderno de poesías. Suyai



Habían pasado algunos años, y ahora volvía a Peñaflor, el motivo de mi regreso era para mí, muy triste. La noticia me hizo recordar esos años, de los 80. Había vivido allí y mi amistad con Mister Cumming, había sido muy importante, de alguna manera marcó mi vida.
Mister Cumming, era un hombre anciano por aquella época, tenía algo así como 92 años, su capacidad intelectual e inteligencia era admirable.
Era tan interesante conversar con él, dominaba varios idiomas y contaba con la Nacionalidad chileno-británico. Había nacido en Inglaterra, pero llegó a Chile muy joven y se quedó para siempre.
Su casa era para mí, un refugio de alegría, a la entrada del Chalet, decía “Rancho Inglés”, los jardines eran extensos y había tanto donde jugar, pasear y divertirse. Por su edad ya estaba solo, era viudo, y sus tres hijos estaban casados y en el extranjero, le acompañaban sus dos empleadas, María, la de las compras y el aseo, por ser la más joven, llevaba ya más de 40 años a su servicio, Rosa, era la cocinera y ella estaba con él desde los tiempos en que vivía su señora.
La casa grande al lado de ella y separada por unos verdes prados, el bungalow, que ocupaba Pepe, su chofer, Don Víctor, también manejaba su Fiat 600, por los alrededores de Peñaflor, como lo era ir al banco, o sus almuerzos del día viernes con el alcalde. Todo el pueblo le conocía y en el Departamento de Tránsito no le hacían problema para darle su licencia de conducir, a pesar de su avanzada edad. El era muy cuidadoso, y manejaba a 20 por hora.
En ese lugar maravilloso para mí, pasé muchas tardes platicando, paseando por los jardines con Mr. Cumming, la extensión era hasta el río Pelvín, casi nunca llegábamos caminando hasta allí, era mucho para las piernas de don Víctor.
El Ginkgo-Biloba, a un costado de la casa, era un hermoso árbol añoso, con unos troncos enormes y gruesos, donde se habían colocado unas pasarelas de madera que llevaban a una caseta que servía de mirador, era el juego favorito de los niños. Siempre la casa estaba llena de niños y jóvenes que visitaban a Don Víctor, igual como lo hiciera yo.
La piscina, con su cantarito de greda, como dice la canción,de su casa habían tomado la idea para escribirla, con su agua cristalina siempre fluyendo.
Un riachuelo atravesaba toda la quinta, en un costado estaba el sauce llorón, un columpio que era la diversión de todos las jóvenes que visitábamos a Don Víctor, la gracia que tenía era muy simpática, si no te dabas bastante vuelo, te quedabas en el medio del río, y tenías que tirarte al agua para poder bajarte, eso nos mantenía muy alegres toda la tarde, tendidos en el pasto y Mr. Cumming sentado en la silla de playa con su sombrero blanco, mirándonos y disfrutando de nuestra alegría.
Los recuerdos se me agolpaban en mi cabeza. Si yo me perdía algunos días , llegaba María, a buscarme y me decía que Don Víctor, me esperaba a almorzar, y esas tardes eran de mucha conversación, me hablaba de sus viajes, de sus amores, de su vida.
A Don Víctor como a mí, nos gustaba la poesía, mientras él leía su diario “El Mercurio” yo me entretenía con “Artes y Letras”. Por las tardes casi de noche leíamos Lord Byron, yo me sentía tan inspirada que empecé a escribir en un cuaderno mis propias poesías, entonces cuando me iba, Mr. Cumming leía mis creaciones y me dejaba un comentario al pie de la página, siempre era demasiado gentil y los encontraba de mucha calidad, ahora seguro si los volviera yo a leer, me daría vergüenza y risa.
Una tarde me dijo que me mostraría algo que guardaba desde su juventud, cuando había sido soldado en Inglaterra y luchó por su país, en aquella época contaba con 20 años. O sea que algo de tiempo había transcurrido, desde aquellos lejanos 20. Estaba yo, escribiendo mis mentados poemas, cuando él se pone de pié con su bastón y me solicita permiso para ir a su dormitorio un momento. En la habitación que nos encontrábamos, habían grandes ventanales, donde se podía observar el gran jardín que rodeaba toda la casa quinta, era una ampliación que ocupaba lo que antes había sido una terraza, el la cerró y la dejó muy confortable, siempre estábamos en esta salita que tenía un gran sillón, una mesita pequeña de vidrio con dos sillas para tomar el té, en una repisa se observaban muchos libros en inglés, y varios frascos de vidrio con dulces y nueces que servía a los que le visitábamos. Siempre me sentí tan bien en esta casa y con la compañía amena de don Víctor, no recuerdo que alguna vez me haya aburrido, jamás.
Aquella tarde de la sorpresa, lo vi venir por el pasillo, me quedé asombrada, estaba frente a un verdadero soldado inglés, se había colocado su uniforme, y le abrochaba perfecto, su estampa y señorío era inconfundible, sus ojos azules brillaban con gallardía y diría que tenían una luz especial. Tan alto, y delgado sin rastros de encorvadura, se veía tan apuesto que lo imaginé con sus 20 años y no pude dejar escapar un grito de asombro, le dije que se veía tan apuesto que de seguro debió tener muchas novias a esa edad. Noté su mirada de orgullo, algo quedaba aún en este hombre que aunque ya tenía sus años, lo hacía tan interesante y atractivo.
De pronto sus ojos se pusieron muy tristes, esa noche me habló de la guerra, de cómo perdió a un buen amigo, que murió justo a su lado, con la detonación de una bomba que lanzara el enemigo, lo arrastro por caminos bajo la lluvia, no quería dejar su cuerpo sin darle sepultura y honores como a un soldado de guerra, desde aquella vez, él había perdido la audición y desde entonces que usaba audífonos, todo esto me lo contó , con gran emoción y yo que era tan jovencita sentí admiración y respeto .En un momento me dijo: ___ Irés, si yo tuviera 60 años menos, le pediría matrimonio.
Enmudecí, él notó mi turbación.
__No se asuste Irés, Ud. Es una niña muy sensible y ha cautivado mi corazón, yo le necesito, cuando no la veo, mi tristeza me recuerda que soy un anciano.
Es una pena que yo sea tan mayor, pero eso no quita que lo sepa, sólo tenerla cerca alegra mis días.
Yo nada dije, y me quedé pensando, en realidad que pena que sea tan mayor. De eso nunca más se habló.
Todos estos recuerdos venían a mi memoria, ahora después de tanto tiempo. ¿Dónde o quién habría guardado el cuaderno con mis poesías? ¿Estaría aún?, ¡claro que no¡, me dije, debió ser lo primero que fueron eliminando, al igual que el álbum de fotos, que Don Víctor guardaba en su armario, esos recuerdos añejos de una época hermosa, ¡cómo me gustaría recuperarlos¡
El aperitivo de las 8, consistía en un whiskey en las rocas, era un estimulante decía riendo, pero siempre era uno sólo.
__ No puedo entender Irés, cómo hay hombres que beben y no pueden detenerse hasta quedar ebrios, eso es algo que nunca he hecho.
Me hablaba del matrimonio, Una vez me dijo que era necesario pasear mucho antes de casarse, que viajara, que conociera el mundo, que no me quedara con la primera impresión, y que si era necesario viviera con alguien y después si realmente se avienen se casan, que las separaciones son muy dolorosas, pero que se evitarían si las parejas se conocen y conviven antes, ahora me digo; qué sabio era su consejo.
Detuve mi auto, y abrí la rejita, era la misma que muchas veces había abierto cuando venía a verlo, la diferencia era que ahora, no estaba Mr. Cumming, sólo me había enterado por el diario que mi madre guardó cuando colocaron su obituario en el Mercurio, de eso hacía ya algunos años. Los jardines ya no eran lo mismo, estaban descuidados, un letrero decía “En venta”. Mis pasos me llevaron por el sendero, sentí el olor al pasto, las calas estaban marchitándose, pero pude sentir su aroma, y sentí que un frío cubrió mi cuerpo, y eso que eran las tres de la tarde.
Allí estaba aún María, su aspecto estaba muy deteriorado, me sonrío con tristeza cuando me estrechó la mano, al abrazarla me dijo balbuceando.
__ El la quería mucho, siempre estaba mirando y leyendo su libro de poemas.
__ ¡Ay María, que tristeza siento!
Entré en la casa, estaba sombría y húmeda, los muebles me parecieron tan anticuados..
En su escritorio yacía su vieja máquina de escribir, igual como antes, sentí el aroma del perfume que usaba Don Víctor, era un olor fresco a tabaco que él usaba no podía ser, ya había pasado mucho tiempo él no estaba allí, es mi imaginación me dije. De pronto mis ojos vieron aquel libro, que tantas veces él, me leyó, “El pájaro que canta hasta morir”. Lo tomé y mis manos acariciaron sus tapas, sus capítulos me habían hecho emocionarme y en forma casi inconciente lo llevé a mi pecho, era quizás un gesto de cariño, de ese gran cariño que siempre tuve por Mr. Cumming y que sentí también de su parte. Había sido como mi abuelo, ese abuelo que no alcancé a disfrutar, la vida me lo había devuelto con su amistad y cariño.
Me quedé unos instantes, recordé lo feliz que fui en esa casa, (Cómo me gustaría tenerlo ahora)
Lágrimas resbalaron, y en medio de ellas lo vi, ahí estaba mi cuaderno, mi pequeño testigo de poesías silentes, tenía algo escrito a máquina pegada en la primera hoja que leí presurosa:

Poemas de mi querida Irés,
dulce y romántica niña que dio luz a mis días
grises de invierno. 1981..
Carlos Víctor Cumming.

Lo tomé , cómo si fuera algo vivo, me emocioné de ver las cosas que allí había escrito, y más aún cuando leí los comentarios que Don Víctor, me dejaba al píe de cada uno de ellos.
Mi cuaderno sería de ahora en adelante, mi mejor motivo para volver a escribir.

miércoles, 21 de julio de 2010

El mini-bus. autor: Suyay



El mini- bus. Autor: Suyai


Elisa, estaba intranquila necesitaba tener una buena razón para salir de casa, sin que sus padres sospecharan que se juntaría con Álvaro.

Daba vueltas en su habitación sin saber qué ponerse, tendría que vestir sencilla, como lo era la invitación que le había hecho su amado.
Era verano, el denso calor hacía que pocos salieran a esa hora, menos aún para viajar en un mini-bus, pero se sentía tan emocionada que la sola idea de salir solos una tarde la hacía tan feliz.
Decidió la pollera amarilla, era de tela fresca sencilla y vaporosa. Un peto café anudado al talle estaría bien con sus chalitas de igual color, nada de pulseras ni aros, no sería conveniente para ir de pasajera, pensó. Tomó su bolso, las llaves del auto y diciendo al paso en la terraza donde sus padres leían dijo:
__Vuelvo en unas horas, voy a casa de Silvana, quiere que la acompañe para ir de Shopping. Dio un beso en la mejilla a su madre y su papá levantó la mano diciendo:
__ ¡Maneja con cuidado!
Manejó las pocas cuadras que separaba su casa de su amiga, allí dejaría su auto.
Silvana, la recibió riendo en forma pícara.
__ Elisa, querida me tenías ansiosa, te ves preciosa amiga, apúrate que ya estás en la hora.
Habían quedado de juntarse a las 15 hrs. menos 10, esa era la hora que Álvaro, pasaría por la Avenida Colón, Faltaban 5 minutos cuando llegó allí. Se puso sus gafas oscuras y esperó.
Álvaro fue puntual, sus ojos verdes brillaban de felicidad cuando Elisa subió al bus.
__ Qué hermosa estás, pareces salida de un cuento de hadas, dijo, ella sonriendo le besa sutilmente en los labios____ Estoy lista Sr. Conductor, para realizar este Tour, puede usted llevarme donde quiera. Ambos rieron, ella le miraba con sus ojitos llenitos de amor.
Tomaron la carretera norte y se dirigieron sin rumbo, riendo y cantando sin preocupación.
Dejaron atrás la ciudad, y comenzaron aparecer los valles, la carretera a esa hora estaba algo desierta, y decidieron entrar por un camino de tierra que se veía solitario con una arboleda abundante, era un paraje tranquilo, aparcaron el mini- bus y bajaron tomados de la mano. Caminaron abrazados, Elisa y Álvaro estaban dichosos.
Se habían conocido dos veranos antes cuando ambos veraneaban en mismo lugar, desde aquella vez había nacido entre ellos un gran romance, sólo se veían los sábados y domingos, por la tarde a escondidas, los padres de Elisa no aprobaban esa relación.
Álvaro era un muchacho humilde, sin estudios y trabajaba como chofer. Elisa estaba en la universidad, y era una alumna aventajada, estudiosa. Sus padres gozaban de una sólida situación económica, por eso nunca les gustó la relación de su hija con ese joven.
Ahora estaban tendidos en el pasto, un pequeño lago con unos cisnes cuello negro hacían el lugar mucho más hermoso. Hablaban de cosas sin importancia, rían y cuando sus miradas se encontraban se besaban una y otra vez. Álvaro mirándola a los ojos dijo:
__ Me siento feliz cuando estoy contigo, te amo, quiero que nunca olvides que te amo.
El cabello de Álvaro le caía sobre la frente, sus ojos miel y sus labios gruesos le hacían muy apuesto, su porte era elegante y vestía siempre de jeans y polera, sus zapatos eran de buen gusto, en realidad no parecía un joven de mala clase, muy por el contrario, sabía hablar bien y tenía modales de caballero.

Elisa, alta, extremadamente delgada con sus cabellos largos de color castaño claro, su piel blanca y esos ojos de mirada tan dulce la hacían una chica adorable y hermosa, su distinción se notaba con sólo mirarla.
Las manos de Elisa tomaron las de Álvaro, se las llevó a los labios y beso cada uno de sus dedos, con tanto amor, con tanta delicadeza, sus labios se buscaron en forma unísona y los besos la transportaron, cerró sus ojos vencidos y delirantes. Sus cuerpos se entrelazaron como anudándose, vibrando y sintiendo el latido de sus corazones a galope.
Los labios de Álvaro la aprisionaron, sintió su beso en el cuello resbalando suavemente una y otra vez, La respiración le faltaba se sintió desfallecer, sus piernas temblaron. La mano de Álvaro desabrochó su peto y quedó sin aliento, un temblor inusitado la invadió y en un sutil murmullo escuchó: __” Te amo, te amo” se aferró a su pecho y sintió que no tenía fuerzas para decir no. Fueron unos instantes que no supo de sí, la embriaguez de la felicidad la había invadido. Álvaro, la abrazo muy fuerte y casi en un quejido dijo: __Perdóname, perdóname, no quiero hacerte daño. Se levantó de golpe, dejándola tendida, caminó unos pasos, se tomó la cabeza diciendo:
__Esto no puede ser, no puede continuar.
Cuando volvían de regreso, ambos estaban silenciosos, los ojos de Elisa, tenían una expresión de tristeza, aún el rubor de sus mejillas no desaparecía, en sus labios tenía el sabor de Álvaro, esa sensación la enmudecía.
La despedida fue breve y de pocas palabras.
____Recuerda mi niña, te amo, eres lo mejor de mi vida, nunca lo olvides, te amo.
Vio perderse el mini-bus y quedó allí sintiendo un agudo dolor, punzante como una daga, caminó por la avenida Colón, pero ya no era la misma, algo en su interior le decía “Me he quedado sola, vacía”.

lunes, 5 de julio de 2010

El esposo.


El esposo.

Han pasado casi 40 años, Pedro José, desde el día que llegaste mucho más temprano que de costumbre, y me dijiste con voz más alegre de lo usual “quiero la separación, María Tersa,”. Y yo, sin levantar los ojos del mantel de espigas que estaba bordando, te dije “nunca, Pedro José, nunca”. Y te exaltaste, y gritaste que eras joven y atractivo, que tenías derecho a vivir, que jamás me habías querido, que todo había sido por la herencia de mi tía Elvira. Y yo, que lo sabía todo, te miré calmadamente y repetí la misma palabra “nunca”. Entonces me amenazaste: que me dejarías en la calle, que nada estaba a mi nombre, que me arrepentiría, y yo terminé cuidadosamente la séptima espiga.

Y tuve que dejar mi casa, el futuro se veía poco alentador, veinticinco años, fea y bastante inútil. Sólo sabía rezar el rosario y disponer la mesa, pero no cedí.

Todos los amigos me decían: dele la separación, no se haga problema, total ya se fue, pero me mantuve firme. “NUNCA”

Así pasaron los años, Pedro José, de ti casi no volví a saber, de vez en cuando una nota para que te diera la separación. Un día llegó la noticia de la gringa, en los diarios se veía no tan bonita, como tu decías, pero si que tenía mucho dinero. Después fue esa chiquilla, casi te la di, ella me dio pena, pobrecita, pero me mantuve firme y dije: “nunca”

Tuve que trabajar , Pedro José, y era cierto, yo nada sabía hacer, pero aprendí a cocinar y empecé a vender dulces de leche, al principio se me quemaban y nadie me compraba, pero después de un tiempo lo logré, con eso me mantuve y sobreviví más o menos bien.

Cuarenta años, Pedro José, tan amargos entre tanto dulce, Pero al final tenía que ocurrir, el timbre me despertó, y me dijeron que te habías muerto. Busqué mi viejo vestido negro, me puse unas gotas de colonia Inglesa, y partí a la iglesia.

Estabas feo, gordo y pelado, Pedro José, tan feo como yo. Y me senté en primera fila, nunca me había sentido más importante, ni siquiera durante mi matrimonio. Y cuando terminó la misa, interminables filas me tendieron la mano, me abrazaron, dándome el pésame. Me sentí muy a gusto, Pedro José, valió la pena haberme negado a la separación.

viernes, 2 de julio de 2010

La despedida. Suyai


Aquella noche, al despedir a Mauricio, le dio un sutil beso en la punta de los labios, apenas un rose, cerró la puerta y lo supo de inmediato; ¡ no se volverían a ver¡

¿Por qué tuvo ese presentimiento?, no habían discutido, pero en lo profundo de su ser sintió que, ya no más.

Verónica, se deja caer sobre el sofá, siente nuevamente ese dolor en el pecho, cómo el de aquella vez, sus ojos se han cerrado y un sollozo rompe el silencio, su intuición femenina le dice qué esto se acabó. Ella ya no lo esperará más y él no volverá.

Le amaba intensamente, había sido su amor de adolescente, en aquella época fue tan feliz, qué cuando supo que se casaba con otra, porque tenía una chica embarazada y debía casarse, le dio el adiós con lágrimas en los ojos, ¿entonces él, la había engañado? ¡Todo ese tiempo jugó con ella, no podía creerlo ¡se negó aceptarlo, y prefirió pensar qué había sido un mal sueño, o quizás ni siquiera quiso pensar nada.

Ahora sus pensamientos se atropellan, siente un sudor frío, su cabeza va a explotar,

Cierra sus ojos, la habitación está en penumbras, tras el visillo del ventanal se vislumbra la luna, entonces una lágrima resbala y luego otra, otra.

Se habían encontrado un día lunes, ella tomaba el taxi cuando sintió una mano sobre su hombro; habían pasado dos años, de aquella despedida. Esos ojos verdes la miraban con tanta felicidad qué sólo le sonrío, ambos subieron al vehículo. Primero no se decían nada, sólo miradas y sonrisas, luego él te tomó la mano y la beso en la boca, ella lo aparto con suavidad diciendo:

­_­¿Qué haces?... ¿Estás loco? ­_

­_ ¡¡Si, dijo él, loco de felicidad­. ¡_

De ese encuentro casual, siguieron otros, Verónica, sin darse cuenta se ha convertido en su amante. Qué no ama a su mujer, que tienen dos niños, que ella no es la chica que el quería para esposa, que ella es la real dueña de su corazón.

Pasan días sin verse, a veces un mes completo, ninguna llamada, y ella esperando, siempre esperando una migaja. Pero su corazón le pertenece, le ama y todo le perdona cuando vuelve. No hay quejas, no hay recriminaciones, sólo dulces instantes que ella ya no sabe sin son más dolorosos que gratos, cuando él parte, la soledad la invade, y se siente que ama un imposible.

Esta vez, pasó mucho tiempo, casi cinco meses, y no hubo explicación alguna, tampoco preguntó, ya no hacía falta, simplemente venía cuando quería, cuando ya no le esperaba, aparecía como si nada.

Fue María Eliana, su amiga de juventud, quién se lo dijo. Se había encontrado con Mauricio en el aeropuerto, iba vestido de negro, gafas oscuras y se veía pálido. Su destino era Montevideo, le habían avisado que su mujer había tenido un accidente auto- móvilístico, pereció instantáneamente, le había dicho, estaba visitando a sus padres que residían allá. Le acompañaban sus tres hijos, unos chicos preciosos qué no dimensionaban aún la tragedia que les estaba esperando.

Verónica siente que no tiene fuerzas para seguir escuchando, se aleja en silencio, María Eliana, le tiende la mano, y comprende que estaba sufriendo, no por ella, por Mauricio.

¿Qué haría ahora con tres niños, sin su esposa, sin la madre de los chicos?

Su destino nunca fue estar con Mauricio, ahora lo comprendía, estaba claro. ¡Tres Niños ¡ ¿ cómo pudo hacerlo, engañarla de ese modo? Qué ingenua, qué ilusa había sido, esperar tanto y ahora comprendía que ya nunca más podría volver a verlo.


( copyright) 2010 ­

jueves, 1 de julio de 2010

Cuento: El esposo. Suyai copyright


María Teresa, qué terca y obstinada fuiste mujer; nunca comprendiste mi sacrificio, vivir contigo, soportar esos largos silencios, y esa manía de rezar el rosario dos veces al día.

Tu cara de mujer fea, redonda con ojos pequeños como laucha, nariz puntiaguda, realmente siempre pensé qué eras una " BRUJA".

Si no hubiese sido por esa maldita herencia de tu tía Elvira, te juro jamás te habría pedido matrimonio, estoy seguro qué igual habrías sido mía, Me recuerdo cómo temblablas cuando me acercaba a ti, para darte un beso en la mano, esa mano regordeta y pequeña.

Tuve que fingir qué eras tan entretenida, soportar tus conversaciones insulsas, torpes y desabridas que nunca escuché. Sólo me limitaba a sonreír, tú pobre ilusa, pensando que me tendrías como esposo.

Un joven como yo, buen mozo, alto, esbelto, de ojos verdes de mirada soñadora, decían las mujeres. Yo, todo ¡ Un señor ¡, vistiendo siempre de traje, camisa alba con mis colleras relucientes, como era en aquel entonces mi piel, 29 años, María Teresa, todo un hombre, gallardo ¡ Señora ¡ ¡ Cómo me sonreían las mujeres cuando llegaba a una reunión social ¡

Aquella tarde que conocí a Sharon, mujer madura, hermosa y con dinero, de agraciada figura...¡ Esa sí qué era una mujer ¡ sus pechos turgentes, tibios me hicieron vibrar de pasión abrazándome a su regazo cómo un niño pequeño. Sus muslos se apegaban a mi cuerpo entrlazándome, haciéndome tan feliz. Busqué en sus entrañas con furia el hijo ese que tú no podías darme.

¡ Cuánto te pedí , María Teresa, qué me escucharas, que me comprendieras, yo no estaba ya contigo ¡
¿ Por qué no me diste la "Separación "? ...¡ Tú terca como mula, diciendo: " Nunca, Pedro José, Nunca"

Sola te quedaste, masticando tu rabia, tuviste que trabajar, tú qué nunca supiste hacer nada, me recuerdo que ni un pantalón sabías planchar, siempre se te perdía la raya. ¡ Estúpida e inútil mujer¡

¿ Por qué no te apiadaste de mí ? ¡ yo merecía ser libre, tenía belleza, juventud ¡ ¿ Qué me podías ofrecer ? ¡ Sólo Padre Nuestro y Ave Marías ¡

Al pasar los años, encontré el amor de mi vida, esa chiquilla pequeña, frágil cómo una espiga, de mirada dulce e ingenua, ella me cautivó, con su frecura, su candor. Cuánto quise casarme con ella, darle mi apellido, pero tú nunca entendiste lo qué es ser un hombre, te negaste a firmar un simple papel, y de qué te sirvió, María Teresa, te quedaste sola, vieja y más fea, por lo menos yo viví mi vida, disfruté del amor. ¿ Tú qué hiciste con la tuya?

sábado, 19 de junio de 2010

La carta. suyai copyright.

Lucía, al leer el poema, sintió que su alma vibraba, ¿ cómo era posible? ¿el amor rondaría su alma nuevamente?_ Después de tanto tiempo, años de dolor, de tanta pena escondida. Tomó la hoja y sus manos temblaban, parecía una chiquilla, sintió en su pecho una alegría inmensa, sonrío y sus labios se juntaron como en una caricia incierta.
Era ya muy tarde, las horas avanzan a veces tan veloces y ahora no podía ni siquiera cerrar los ojos y parecía que el tiempo estaba detenido.
Cuando sonó el despertador, era ya las 7 de la mañana, no recordaba haberlo puesto a esa hora, pero, al abrir sus ojos verdes, estos se iluminaron, de inmediato se apoderó de ella, esa sensación casi dulce, casi tierna. ¿ Había soñado?...pero la prueba irrefutable estaba en la mesita del velador. Allí permanecía el sobre y a su lado, la carta, “Querida Lucía, te escribo con algo de miedo, espero no te molestes, desde que vi tu foto, en la pantalla, me pareciste tan hermosa, y cada vez que hemos conversado me has entregado tanta dulzura, te digo mujer; me has enamorado, no me he atrevido a decirlo hasta ahora, me haces falta, te necesito, ya cada minuto estoy buscando las palabras justas para conversar y no perderte, es verdad, a mis años, me siento como un adolescente.”
(Para ti)

Mujer de mirada triste
deja que mis manos
te acaricien.
Te llevo en mi pensamiento
desde el primer día
que en mí, tu mirada pusiste.

Habían hablado tantas veces, cada tarde, cada hora se juntaban para contarse sus cosas, ella casi lo sospechaba, pero incrédula se negaba a aceptarlo, ¿sería esto un regalo divino?
Estaban tan lejos, uno del otro, un océano los separa, pero qué importa se dijo, y tomando la carta, la depositó bajo la almohada, no sin antes darle un beso.
Esa mañana, volvió a sonreír y al salir a la calle, sintió que todo era bello, hasta la brisa marina, le besaba la cara.
¿ Sería capaz de guardar el secreto? Y se dijo; ¿ I a quién le importa lo qué a mí, me pasa? ¿ Acaso algunos de sus hijos, le preguntó alguna vez, por su tristeza?

El extraño caso de Irina. ( Suyai )


¿ Cómo pudo haberlo hecho? , ¿casarse con ese hombre tan diferente a ella,?
Ella tan femenina, con sus largos cabellos color canela, su piel blanca como la nieve
que a todos les causaba un poco de envidia. Sus ojos casi verdes, de esa mirada tan
triste y esa expresión de niña buena. El tan serio, poco agraciado, y de un carácter extraño.
Irina, a sus 20 años, parece una adolescente de 13, delgada sin formas, siempre está seria, la sonrisa no conoce sus labios, ella parece tan altiva e indiferente, sin embargo su corazón siente en demasía y todo le duele, aunque nadie pensaría eso de ella.
Aquella tarde de invierno, había salido a dar un paseo con su única amiga, Amanda,siempre salían juntas a caminar por la villa. De regreso, se quedaron un rato en
el jardín, fue allí cuando vio por vez primera al que ahora era su marido.
¿ Sería el destino?...¿ acaso ya estaba destinado que ese hombre sería su marido ?
Irina, está triste, se siente infeliz, pero nadie debe saberlo. ¿ A quién podría importarle su situación? Camina cabizbaja,va rumbo a su hogar, ya no puede volver atrás, ya está "casada", ya tiene un marido.
Rodrigo,parecía tan gentil, tan cariñoso y siempre le estaba diciendo:_ Eres lo más hermoso que nunca había tenido_ y ella sonríe sin creerlo. Recuerda que le prometió amarla siempre, cuidarla, protegerla. Nunca pensó en casarse con él. Había tanta soledad en su alma, que escuchar esas palabras, la hicieron temblar y no se dio cuenta cuando el le propuso matrimonio y ella acepto. De eso hace ya dos años.
Su vida era tan solitaria, que pensó que al casarse sería tan feliz. Rodrigo decía amarla tanto. ¿ Por qué había cambiado ? Ya no era cariñoso, llegaba del trabajo serio, diríase enojado, y ella para no molestarlo, nada preguntaba, le servía la cena, lavaba la loza y se quedaba un ratito cómo esperando, esperando una llamada cariñosa, un beso , un abrazo, pero nada, Rodrigo se acostaba y ella en silencio apaga la luz se desvestía y se metía a la cama.
Esa tarde Irina , estaba pintando, el pincel se cayó y por recogerlo dio un giro mal hecho, entonces al suelo, no alcanzó a afirmarse y su cabeza rebotó en la baldosa, perdiendo el sentido.
_¿ Irina qué te ha pasado mujer?_ escucha una voz lejana , y se da cuenta que alguien la toma y la lleva a la cama, que a su vez servía de sofá. La habitación estaba a oscuras, y comprende entonces, que ha pasado mucho rato desvanecida. Su cabeza da vueltas, cada vez más rápido, la cama gira, las paredes giran, cierra los ojos...su cuerpo está saltando y se pierde en un laberinto oscuro.
¡ Cuánto lo siento hombre,¡ qué pena lo de tu mujer, ella tan joven ir a enfermarse así_
Si dice Rodrigo, los médicos piensan que puede tener recuperación, pero nose sabe cuánto tiempo permanecerá en ese estado_ .
Irina permanece insconciente, está en la clínica, su cuerpo tendido en esa cama, se ve mucho más pálido que antes, la blancura de su piel deslumbra a los que la visitan.
Amanda, entra a la alcoba, lleva un vestido color perla, le queda muy agraciado a su cuerpo esbelto, su cabellera negra le cubre los hombros y unos bucles suaves le caen sobre la frente. Mira a su amiga, le toma sus manos, las siente tan blanditas como plumas que al tocarlas se deslizan solas por la blanca sábana. La observa con cariño, mientras piensa, qué linda te ves Irina, si pudieses verte sabrías lo bella que estás, aún así en este estado tu belleza traspasa tu faz, te vez tan placida, tan tranquila, sólo pareces dormida, ¡ay¡ amiga despierta, por favor despierta¡
Han pasado dos meses , Irina permanece en cama, pero ya está en su pequeña casa, Amanda la cuida, la baña y le lee un libro todas las tardes, Irina no habla, pero si entiende lo que pasa. Su mente divaga, divaga y a veces ella le hace trampas.
Rodrigo ha pensado en separase, no quiere una mujer inválida, su corazón se siente herido, tenía tantos proyectos; hijos, mudarse a otra ciudad más grande, pero ahora, con Irina enferma, mejor sería pedir el divorcio. ¿ quién podría juzgarle? era joven, recién había cumplido los 27 años y tenía un buen trabajo.
Los padres de Irina, la llevaron devuelta a casa, ella volvió en silla de ruedas, nadie supo explicar que había pasado, ¿ qué le había enfermado , para privarla del habla y poder caminar? Nadie lo sabría hasta pasado unos cuántos años.





viernes, 18 de junio de 2010

Aguardando.


Con mis labios
entreabiertos
cómo esperando
tu llegada.
Mi ser se entrega
al placer de sentirme
de ti embriagada.
Mi pelo alborotado
toda silente
adormilada
persivo tu aroma
y mi ser
te aguarda.
Descubro con asombro
los silencios
me hablan.

Suyai 2010 Chile.
Copyright Derechos reservados.

Dormida.


Dormida
llena de ti,
me envuelven
las mariposas.
Las rosas
son mi lecho,
y el aroma
de tu savia
mi dulce
aderezo.
La tarde
me ha dormido
bajo su manto
sereno.
Acariciando
mis mejillas;
te siento
aquí dentro.
Son tus suspiros
los que me
acogen
besando mis
cabellos.
La brisa
de la tarde
me abraza
en dulce sueño.


Suyai 2010 Copyright Chile