martes, 18 de octubre de 2011

Quimeras al viento


En la placidez de la tarde, su

alma se durmió para siempre.

Suyai ( Edith Moncada )

Los esposos González_ Riquelme, han vivido juntos por más de sesenta años. Se casaron después de un romance de tres meses. Porque siempre supieron que sus vidas estaban entrelazadas por el amor. Ella mujer distinguida de estatura elegante, sonriente, afable, había cautivado a José desde el primer día de haberse conocido. A él le fascinó su mirada desafiante, atrevida y ese rictus de picardía que tenían sus labios gruesos de color carmesí. Él hombre de pocas palabras, algo tímido, se sintió seducido con la personalidad alegre y avasalladora de Eloísa. Su matrimonio ha sido como un jardín de rosas, donde hay que podarlas con amor y delicadeza. Nunca nadie les vio disgustados.

Ahora, después de todos estos años en armonía ocurría lo imprevisto. Desde hace días que Eloísa estaba decaída, sus ojos denotaban cansancio y sus labios ya habían perdido toda picardía. José pensó que los años estaban surcando su huella. Hasta la voz alegre de Eloísa se había tornado quejumbrosa. Esta tarde hablaría con ella, en la hora del té, pensó para sí mismo.

_ Mire Eli, desde hace días que la observo, y la noto distinta. ¿Quiere contarme cómo se siente?

_José, ¡alcánceme el azúcar, por favor!

_ ¿Parece cansada. ¿Quiero saber si lo está?

_ ¿Se ha fijado José, que el té ya no tiene sabor? ¡Cada vez lo noto más desabrido!.

_ Lo he notado, compraremos del té inglés, se que a usted nunca le ha gustado este

sistema del té en bolsita.

_ ¡Me alegra que se de cuenta! ¡No resisto este sabor insípido!

_ ¿Le traigo un chal Eli?, está pálida esta tarde.

_ ¡No es nada!, sólo he tenido escalofríos, parece que mi estómago está

resentido. ¡Estoy segura que se debe al té con este mal sabor!

_ Hace calor aún, y la tarde no refresca hasta la noche._ dice José.

_SÍ, ahora en este mismo instante quisiera acostarme José, dejemos esta conversación para otro día. Me siento cansada.

Cuando Eloísa se pone de pie, él le ayuda. Le retira la silla. La mujer toma su bastón, y avanza por la galería en dirección al dormitorio. José observa. No probó bocado, allí quedaron las galletitas de chuño sus preferidas. Se sienta pensativo y decide llamar al médico. Mañana debería saber lo que sucede con Eloísa.

Una suave brisa acarició los jazmines en flor, en el patio de la casa. Aún no oscurecía.

Al día siguiente con la visita del doctor, Eloísa se puso de mal humor. Molesta, decía en voz alta que José exageraba. El médico sonreía y anotaba exámenes, fijando la hora para que accediera lo antes posible a realizarlos.

Después de algunos días los resultados estuvieron listos.

Es una mala noticia, le había dicho el médico cuando José, lo visitó en su estudio. Eloísa tenía cáncer al estómago muy avanzado. El desesperado le pidió al médico que no le dijera la gravedad a su esposa.

De regreso a su casa, iba pensando en las palabras del doctor, las repasaba una por una y su alma se recogía de dolor.

No hay nada qué hacer. Operarla no es posible, debido a lo avanzado del cáncer y a su edad. José, ella lo sabrá, apenas empiecen los malestares había dicho. Pero él en su corazón se repetía, no debe saberlo, yo la cuidaré día a día. Mi Eloísa no sabrá lo mal que está. Voy a cuidarla, quizás logré eliminar este mal.

No es posible José, sólo podremos aliviar sus dolores con morfina. Las palabras del doctor, martillaban sus sienes, sentía que el pecho se iba a reventar, su corazón acongojado le hizo caminar lento.

Doctor, yo haré que mi esposa no sufra. La atenderé con tanto cariño que no se dará cuenta de su enfermedad, se lo prometo. ¡Por favor! no le digamos nada. Habían sido sus palabras…

El doctor le había mirado con simpatía y admiración. Los conocía de años, y comprendió que era mejor dejar hacer lo que él decía. José le había prometido cuidarla, él pensaba que quizás con sus cuidados y atenciones lograría sobrevivir un tiempo más.

El medico había dicho no será más de dos o tres meses.

A los días siguientes. Sentados en la terraza, ella lo mira con sus ojos verdes esmeralda que ya han perdido su brillo.

_ ¿Te encuentras bien?_ dijo él

_Si, me encuentro bien_ dijo ella con una voz rasgada.

_ ¿Quieres que te lea la segunda parte de "Quimeras al viento"

_ Sí._ dijo ella y cerró sus ojos disfrutando la lectura.

Me sumerjo en la bruma y desaparezco en ella_ lee José.

_ ¿Sigo Eli?... ¿Te sientes bien?

_ De maravilla- dice ella. Sigue ¡por favor!.

_ Entonces su voz se fue perdiendo en la bruma igual que su silueta..._Leía José.

Cuando José terminó de leer. Ella sonreía. De su boca había escapado un suspiro, una sutil sonrisa se depositó en sus labios, dormía el sueño eterno. Su pelo blanco flameaba al viento, mientras su mano no soltaba la de José.

viernes, 14 de octubre de 2011

La Golondrina y el prisionero


Edith Moncada Monteiro
Desde entonces pareció más preocupada y como
disgustada de mí. Se instalaba muy lejos en la
sombra, tal cual como si yo le causara un profundo
desagrado.

De la tristeza del olvido, he vuelto al presente, queriendo dejar inútilmente en el ayer todo aquello que a mi alma hiere, socaba, aprisiona en la cárcel de sus ojos tiranos. Suspiros, murmullos, voces dolientes, besos que acallaron mi aliento, su boca que buscó la mía para dejarme inmerso en esos labios que olvidar no puedo, ni podré nunca.

La hiedra cubrirá la ventana aquella que me tiene prisionero, esperando, soñando ver llegar una silueta esa que fue esquiva y traicionera. Sus ojos y su voz aún les recuerdo. ¿Cómo no esperarla si fueron mi sustento? Larga espera en la que se llevó mi ser dejándome prisionero.

Ella, la Golondrina. Yo, su prisionero.

Ella, mujer indolente y sin piedad, no trepidó, ni dudó en hacerlo su presa, dejándolo atrapado en su red. Él, pobre insulso, ingenuo nunca conoció mujer que no fuese ella, no vio otros ojos que le miraran con el fuego desprendido de sus pupilas. Esos oídos que escuchaban atentos lo que el tocase en noches postreras. Lo atrapó dejándolo sin voluntad, se encontró en sus brazos, bebió la miel embriagando su sed, con vehemencia. De su alma brotó la pasión, el candor y lo sublime lo envolvió. Su corazón que no había sido de nadie, sucumbió, no pudo aquietarse, y cómo un corcel desbocado, cabalgó por el valle del placer y del amor, que se brindaba así de improviso aquella la única noche que tuviera.

Sus ojos altaneros y su voz autoritaria desaparecieron. Se brindaba con generosidad. Sus labios buscaron los de él y en ese agitar de cuerpos, no hubo prudencia. Ciego, aturdido no lograba comprender y no lograría jamás comprenderlo.

Ella mujer diosa, se había abalanzado para arrebatarle de un sorbo la paz. La sangre alborotada, las manos trémulas y temblando se brindó completo, su boca vació en ella la pasión nunca antes vivida. Jadeante, embelesado ante la dicha de lo inesperado se hicieron el amor, como si en ese instante el amor se lo hiciera a ellos, fue una bendición. Los cuerpos al unirse fueron uno sólo. Al fundirse, ella cogió de él, lo único que le importaba. El ignorante de su condición quedo cautivo. Cuando todo fue consumado, quieto ya el mundo, volviendo con sus horas lentas. Ella lo apartó fría, desapareciendo. Otra vez era flor de mármol.

Comenzó su prisión, encarcelado. Su alma no comprendía su destino.

Esperó paciente una mirada, una palabra, un gesto. El aceptaría todo jamás la pondría en evidencia. Me ama se decía, debo respetar su silencio, su lejanía. Me brindó su amor, cual mariposa frágil revoleteo a mi alrededor y su fragilidad y hermosura son la razón, la única razón de mi existencia.

Lágrimas ocultas y angustia que corroe se apoderaron de sus sentidos. Había sido el puente, sólo eso, pero su corazón se consolaba repitiéndose: yo soy aquel que le dio lo que el otro no pudo .De mí, tal cual soy calvo y feo, se llevó la luz que le permitirá vivir hasta el último de sus días con lo que yo le he brindado; un hijo, nuestro hijo. Qué importa que mis manos y mi voz nunca puedan acariciarle. Ella golondrina que emigra sin hacer nido, fue mía. La tuve y se llevó mi semilla, aunque jamás nadie pueda saberlo, lo se yo, y lo sabe ella. Con eso mi prisión es mi cárcel bendecida, aunque nunca más pueda tocarla, y nunca más pueda acariciarla, una noche fue mía.