lunes, 21 de marzo de 2011

Cenit


En un instante, tan sólo uno, mi vida se cruzó con la muerte.
Como un haz de locura, una sombra oscura envolvió mi ser.
Fue atrevida y sin ápice de indulgencia, me vi desnuda, desvalida e indefensa. Agolpándose furiosa la sangre desbocada nubló mi vista.
Un grito de terror ahogó mi llanto, y como un choque de témpanos, sentí crepitar mis huesos. Al alzar la vista, volví a sentir la daga punzante, mi vida escapaba gota a gota, sin embargo no había herida presente.
Un fuego abrasador quemaba mis sienes, una tormenta de nieve congeló mi voz.
El silencio a gritos despertó mi locura, y abrazada, arrodillada, frente a lo que ya no estaba, me estremecí, un susurro ahogado selló mis labios.
Había muerto aquella tarde, mi sangre fluía, y la luna presurosa buscó refugio en una nube que pasaba. En la sombra de la subrepticia tarde que me llevó al desvarío, oculté mi dolor. Afuera; voces, risas, un mundo que ya no , nos pertenecía. Creció mi dolor, ante el hecho consumado, y una ráfaga de viento mi cuerpo ovilló. Su mano aún tomaba la mía y en sus ojos se fue la luz, inertes quedaron sus labios y un rictus de agonía me dijo adiós. Inmóvil permanecí por muchas horas, atrás quedó su risa, su llanto cuando el mal lo hacía sufrir, te fuiste padre mío, aquella triste tarde, y te llevaste algo de mí, hoy al recordarte, vuelvo a morir, como aquella tarde que te vi partir.

Suyai Edith copyright 2011 Chile

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