martes, 21 de febrero de 2012

Encuentro en el metro tren

                                                                                Edith Moncada

        
                                                             Tan bella y apetecible como nunca la había  visto,
                                                                pero ya inalcansable.

Ella permaneció impávida, fría  como una lápida, no correspondió a su beso.
(Qué beso tan hipócrita, cómo podía hacerlo, después  de lo que había hecho, pensó.)
_ ¿Qué le ha ocurrido a usted, Berta?
_ Nada que a usted le interese supongo, dijo Berta, y se apartó sutilmente, dejando a Gonzalo, totalmente  desarmado.
La miró en silencio por  unos  segundos.
 Ella con un ademán de indiferencia dueña  de sí misma, se irguió con feminidad, realzando su busto que se levantó turgente por encima de la blusa blanca con encajes, alzó su vista por  el paisaje a través del ventanal. Su cara era tan bella que hizo temblar a Gonzalo.
Se dijo para sí; quiere hacerme pagar nuestra  ruptura, es una actitud femenina.
_ Debo reconocer que estás  muy  bella Berta.
_ ¡Gracias  ya me lo han dicho!
Se sonrió, y le gustó ese  aire de importancia y seguridad que  mostraba.
Siento mucho lo ocurrido Berta, la verdad creo que obré muy  precipitadamente aquella noche  que te culpé de  algo sin importancia.
_ Tú no hiciste nada, fui yo la culpable, ¿no lo recuerdas?
Los años  me han cambiado y también mi manera de pensar. No recuerdo exactamente lo qué pasó, simplemente lo he olvidado.
_ Haces  bien en olvidarlo, ya  pasó dice,  sonriendo irónicamente.
Por  supuesto  querida, solo tenemos el presente, ni siquiera existe el futuro, es más  no sabemos como se presentará.
Cada movimiento de ella era como un acicate a su virilidad, se sentía atraído. La veía  tan apetecible, sus curvas  se dibujaban por debajo de sus  ropas, de la muchachita  delgaducha  y sin gracia que el había  conocido no quedaba nada.
Se acercó   colocando su mano temblorosa en la pierna de Berta.
Le mira fijamente, saca con cuidado su mano y dice: También los años te han puesto tembloroso. Increíble lo que sucede con el tiempo. Se pone de pie y se cambia de asiento, dejando sin palabras a Gonzalo.
Estoy dispuesto a casarme  nuevamente contigo Berta. Estás  tan divinamente encantadora que ya no podría  bajarme de este tren sabiendo que no estaremos  juntos.
 _Siento decirte  Gonzalo que eso ya no es posible.
_ Nada de imposible  Berta  querida, recuerda el tiempo pasado, fue  feliz.
_ Desgraciadamente  para ti,  ya no puede ser.
_ Berta querida, no me hagas  sufrir. No te das cuenta, que por ti haría cualquier cosa. Pídeme lo qué quieras, yo tus deseos  cumpliré.
Ella le mira con desgano diciendo: Guardé  muy  bien las apariencias, al parecer  nunca te has enterado de nada. ¿Verdad?
_ En eso tienes  mucha  razón,  has  cumplido  muy bien lo acordado.
 _Entonces  no me ruegues,  ni me digas  que cumplirás  mis deseos, yo, no necesito de tu dinero, se muy bien valerme  por  mí misma.
_Perdóname  no sabía el daño que me hice  al perderte. ¡Dame  otra oportunidad!.
Pues bien, visíteme. Saca de su bolso una tarjeta. Se pone de pie. Hemos  llegado. Buen día Gonzalo,. Desciende envuelta en su ropaje como una reina.
La ve descender y perderse con paso altivo entre la multitud. Mira la tarjeta, esta dice: Madame: Claudette de Claire , esposa de Benjamín Motrou.


viernes, 17 de febrero de 2012

Matrimonio equivocado


                                                       La ambigüedad  no aparece   hasta que la   descubres.                                                                                                                                                   

Estás  cada día más  joven y bella Eloísa. Las palabras  de  su amiga le sonaron con un leve  atisbo de malicia. La miró de soslayo y dando un suspiro se sentó.  (No hubo respuesta)
Marilda traía puestas esas  gafas  enormes que le cubrían toda la cara. Es una lástima  pensó Eloísa,  debería  no usarlas,  tiene una cara con ángulos  perfectos, es un pecado  taparla.
_ Y tú  ¡Cada día más  moderna!
Ambas mujeres  se veían  distinguidas. Se sentaron frente a frente. El muchacho les tomó el pedido. La conversación fluyó rápidamente, sus caras gesticulaban al unísono cuando  reían por algo que decía una  y luego la otra.
No tienes  corazón Dijo Marilda. ¡Cómo haces  sufrir  a ese  pobre  hombre!, lo he visto el otro día, con su pelo  blanco,  la  separación lo tiene convertido en un anciano.
Pero ella no contesta. Su mente  ha volado lejos. Recorre aquel camino oscuro y desolado que recorrió   tomada de su brazo. En aquellos días  en que nada hacía  presagiar  lo que ocurría  hoy.
Se había casado enamorada.  Él tenía  aquella  alegría  que a ella le fascinaba, pero luego  con el matrimonio, esa alegría  y prestancia  se fue apagando. Parecía  que le habían cambiado al marido. De ese  Rodrigo  locuaz, galante  y lleno de atenciones  para con ella,  le habían  traído a un hombre taciturno, de pocas  palabras y frío  como un mármol. Ella  era  melosa y deseaba que supieran  que era  su esposo. Lo besaba  delante  de todos, entonces  él, comenzó a esquivarla. Ya una vez  cuando cenaban en casa sin la presencia de extraños, le había  insinuado que no debía  ser tan efusiva  delante  de otras  personas, que eso  no era bien visto  en una señora. Ella palideció, no encontró  palabras para  rebatirle, se sintió  confundida, avergonzada.
Rodrigo algo mayor que Eloísa, se desempeñaba  como abogado  y tenía  su propio bufete. De aspecto  jovial, bien vestido inmaculado con sus camisas  blancas  de puño y cuello albos. Cuando salía de sus trajes y se colocaba  jeans aún con chaqueta, Eloísa  no ocultaba su admiración.  Alto, de piel canela, ojos  negros. ¡Guapo  como ninguno!
 Ya no tenía  tiempo para arrumacos, le había  dicho  una  tarde  muy serio.
Ella  empezó a deambular  por la casa, la llenaba  de rosas y cestos  con flores  por  los  rincones. Habría  ventanales y ponía  música  romántica. Quería  llenar esa casa  de alegría y  lo conseguiría  se había dicho.
En un tiempo, nada dijo  de sus rosas, ni de la música, pareció  no importarle. Fue  una noche  después  de la cena, que la miraba  diferente. Eloísa  creyó vislumbrar a su Rodrigo de antes, y se lanzó  a sus brazos, él la detuvo con  violencia_ ¿Qué  haces?  ¿Has  perdido el juicio! Ella enmudeció.
Las  salidas  a reuniones  sociales  terminaron. Empezó a sentirse  cada vez  más  desolada. Su tristeza y su llanto  se hicieron un hábito, ya no podía besarlo cuando  llegaba,  tenía  miedo  molestarlo.
¡Un hijo  pensó,  debo darle  un hijo! Pero Rodrigo  ya no dormía  con ella como en un principio. Se quedaba  horas en la noche  en su escritorio,  y cuando ella se dormía él  para no despertarla  se iba al de alojados.  En la mañana salía  sin despertarla, y su voz  fue  tomando matices  autoritarios. Ya no le hablaba, eran órdenes, quiero esto, lo otro y no me esperes  despierta que eso  me molesta había  dicho en varias  oportunidades que ella le reclamara su presencia en la cama.
Ocho años  estuvo esperando que su Rodrigo le diera  un hijo. Ocho años que su amor se fue transformando en un papel arrugado, al fondo del cesto de los papeles.
Sacando  coraje  una tarde le pidió la separación. Ya no me amas Rodrigo le dijo ella  llorando, y le suplicó que le dijera el por qué.  Nunca me haces el amor.
¿Amor? Qué es eso  dijo él, no seas  ridícula, el amor  no existe. ¡Tú me amabas, lo dijiste Rodrigo!  Te casaste  conmigo,  por  amor, ¿lo olvidaste?
Su risa  resonó  por  toda la casa, las  paredes  como eco  la repitieron… ella  dejó correr  sus lágrimas y le miraba atónita.  ¡No podía  creerlo!
Necesitaba una mujer para demostrar que soy exitoso. En esta sociedad  el hombre  serio debes ser casado, y yo como abogado  debía  serlo. Ella no escuchaba, había salido  corriendo, sus cabellos sueltos la hacían parecer  un fantasma por los pasillos a media luz. Rodrigo odiaba las  luces  potentes. Se dejó caer en la cama  sollozando. Unos  brazos la tomaron con fuerza, le  hizo daño, la mirada penetrante  y dura la  descontroló. Rodrigo no,  no eres tú. ¿Por  qué  cambiaste? ¡No me dejarás  nunca, oíste, nunca!
Y salió de la habitación dando un portazo. Temblaba de pies a cabeza y su miedo  la atrapó ¿Cómo  pudo engañarla  de ese modo? ¡Qué ciega  y tonta  había  sido!
 Esa noche  durmió vestida,  no tuvo fuerzas  para sacarse  la ropa  y colocarse  pijama.
Desde el día siguiente Rodrigo  simplemente  no la miró más. La hizo sentirse  un mueble  que decoraba la  casa, y esa  casa  era de su propiedad.
Cuando hizo su maleta  con la decisión de dejarlo, no lo dudó. Pero él había  cambiado las  cerraduras y ninguna  de las  llaves  le sirvió. Era  increíble, ella prisionera en su propia casa y su marido el carcelero. Empezó a  observar a Rodrigo, le espiaba  en las  noches, ya  no dormía  con ella desde  mucho tiempo atrás. Una  noche  decidió vigilar lo que hacía. Se hizo la que  dormía, él la visitaba  para darle  las buenas  noches y cerraba la puerta. Ella lo esperó detrás  de las  cortinas. El avanzó a oscuras, miró en la salita de baño, se sentó por  un segundo al borde  de la cama, Eloísa transpiró  frío. Se puso de pie  y salió dejando abierta la puerta tras de si…..ella dudó,  se quedó inmóvil esperando. Silencio. Se mantuvo sin respirar y sacando  coraje  avanzó  por el pasillo. Una luz  salía  de la puerta, estaba entreabierta, escucho  un chasquido, un reclinar  de cojines… avanzó  lentamente, no pisaba,  volaba  por el pasillo.  Cuando llegó lo que vio la dejó sin habla.
Rodrigo abrazaba a otro hombre, le tenía  las manos  por  la nuca, vio sus cabellos, negros  como la noche. Sintió la respiración agitada de dos cuerpos, no pudo moverse. Sus ojos  no daban crédito. Escucho una voz, la de Rodrigo: ¡Amor  mío!, podemos  amarnos  sin  cuidado ella como de costumbre  duerme.
Abrió la puerta de para en par y les miró con desprecio. No hubo reproches.
Esa noche  ella  compró su libertad, sin tregua. Sin querer le  había  dado la mejor  prueba  para  dejarlo. El  no fue capaz  de detenerla.
Qué le dijeran que  estaba  viejo, canoso…no tenía  importancia, ella jamás  diría a nadie  lo que  esa  noche  vio.
Rodrigo,  se había  comportado  como todo un hombre, sin gritos,  sin blasfemias, la dejó salir, sin antes  hacerle  jurar que nunca, diría  el motivo de su separación.

viernes, 10 de febrero de 2012

Mi hermana


                                                                                 Suyai  Edith Moncada
                                                             
                                                                        …    Tan lejano  como el primer amor, cuando se
                                                                                 tiene trece años.                                             
                                                                                               Mario Benedetti

Mi hermana  mayor me llamó éste domingo. De inmediato supe que algo terrible había  pasado. Su voz  con ese tono de angustia me  hizo estremecer.  No  iremos a verlos dijo, Rubén se ha ido para siempre.
Mi hermana tan segura de si misma, con su vida tan clara, feliz  y bien hecha, hoy ha tenido  un quiebre. El peor  de todos, el más  grande. Y yo también  con ella.

Pobre hermana mía, cómo estará sufriendo. ¡Cómo la entiendo!   ¡Cómo  la quiero! Tú no sabes  ¡cuánto, cuánto  lo lamento! Sufro contigo hermana, tú dolor  es mí dolor.

Nadie  sabe,  ni sabrá nunca. ¡Cuánto me duele la partida de Rubén!.

Al vernos me abrazaste, y yo te abracé    desesperadamente lloramos  juntas.

Mi alma  lloraba desgarradamente, mi dolor  era  sólo  mío,  de mi  interior, de ese lugar   mío  que nadie jamás  podrá  conocer. Mi tristeza  la hice invisible  a los demás. Primero estaba el dolor  y la pena de mi hermana. Lo mío ya era cosa  de un tormento inacabado.

Nadie sabrá que mi dolor es más grande de lo entendible, de lo imaginable. Yo  había amado a Rubén desde mis trece años. Desde  la vez  primera  que visitó la casa de mis  padres. Le amé en silencio. Con ése amor  que nunca se olvida.

Se hicieron  novios,  para felicidad de mi madre y aprobación de mi padre. Rubén con veinte años, sus ojos  verdes seductores de mirada  soñadora, que me miraba sin decir nada y a la vez   lo decía   todo. Su sonrisa  siempre a flor  de labios y que siempre  era sólo para ella. Yo embobada les espiaba para verlos  besarse cuando estaban solos. Luego corría  a llorar a mi pieza, sin entender  lo que me pasaba. Era una niña apenas y no sabía calmar  mis emociones,  siempre  me mantuve alejada  silenciosa  y fingiendo estar  muy  ocupada. 

Era  guapo,  alto, esbelto  y de voz  melodiosa que a mis oídos  endulzaba. Temblaba  al abrir la puerta cuando él venía a buscar a mi hermana.
_ ¡Hola! Pequeña, ¿qué tal? ¿Tu hermana está?
Cuando mi hermana  aparecía él la miraba con admiración. Ella le sonreía y se besaban en  los labios.
Yo me quedaba parada mirándolos, hasta que mi hermana me gritaba: ¡Desaparece!
Me encerraba  a llorar  por  horas, nunca nadie  se dio cuenta.
Soñaba que se aburría  de mi hermana, y ese día yo le amaría  para siempre. En mis fantasías  de niña  romántica, él se enamoraría  de mí, y mi hermana se casaba  con otro.

No fue así, claro. Ellos se casaron y tuvieron tres  varones, mis  sobrinos.
Yo crecí y me recibí de ingeniera comercial. Ingresé  a una  gran empresa  y pronto estuve dirigiendo  en forma  exitosa. 
Mi hermana estuvo preocupada de su casa y su vida fue para Rubén.
Vivieron con estrechez económica pero feliz. 
Ella  nunca  pudo  trabajar, Rubén  no la dejó. Además  en que  podría hacerlo, si ella  no estudió  una carrera.  Su carrera  fue casarse con Rubén.
Me casé con un hombre  de bien, con dinero. Vivo con lujos y tengo todo lo que necesito, menos   lo que  quiero.
Mi hermana tuvo un hombre  cariñoso,  fiel  y enamorado de ella hasta el último  minuto de su vida. .

Mi vida; sin hijos, viajes, coches llena  de comodidades, y sin un beso de buenas  noches.

Rubén; te has  ido para siempre, hasta para hacerlo elegiste los brazos  de mi hermana, estabas abrazado a ella cuando  lanzaste  el último suspiro. Se fue  de un ataque  al corazón.
 Guardaré por  siempre tu recuerdo, ya no lloraré.
Nunca tuve celos  de mi hermana, pero hubiese dado  mi vida por tener un marido como él, cariñoso y amante de su mujer.
Mi dolor se irá  al fondo  de mi corazón, lo haré  invisible, como siempre  fue. Seré  feliz  sabiendo que mi hermana lo  fue contigo. Ella te tuvo  y  te amó  como merecías.
Mi esposo nada tengo contra él, sólo  le falta  tu gran pasión, tu caminar alegre cuando veías a mi hermana cerca  tuyo. 
Hoy  sólo tengo  el dolor  de mi hermana, por  esa  vida que ya no estará  contigo  Rubén.

sábado, 21 de enero de 2012

Sin daga, sin flecha.

                                                                             Edith Moncada

Sus manos  entrelazaban las  mías, todo el día  estuvimos  juntos.
Sus palabras  decían lo mucho que me amaba. Sus besos eran sólo míos. Dijo cien veces: nunca  dudes  de mis palabras. Yo embelesada le escuchaba.  Y mi corazón  a cada palabra  suya  palpitaba. 
Nuestras citas eran diarias llevábamos de  noviazgo varias  semanas. Su risa  era mi risa, y en su boca la miel yo encontraba.
 Me  llevó de vuelta  a casa, en la puerta  siempre me dejaba. Esperé que se perdiera  por  el camino del Alba.  Algo me decía que  esta  tarde  era extraña.  Me fui tras  sus pasos, sin que lo notara…..caminé  ocultándome  en cada árbol que por el camino se hallaba.
En la noche  oscura, caminé  sola tras  sus pasos  que  furtivos se alejaban.
Me vi caminando por la misma acera donde  sus pasos iban tras ella.
Su silueta esbelta se perdía en la noche negra. Hice un esfuerzo  para ver como era. La alzó en sus brazos desplegando al viento su negra cabellera, negra tan negra como mi pena. Me detuve  silenciosa ya no había  prisa por  verla. Sus  ojos  cual dos faroles alumbraron mi desierto y en ese instante  caí  presa.
 Un esfuerzo hice para que no me vieras, iluso mi temor, sus ojos  sólo eran para ella. Escuché sus risas todo en ellos era felicidad completa.
Sus labios buscaron ansiosos  los de ella, se fundieron en un beso que duró la noche  entera.
Me hice invisible para que no sintieras pena, yo tenía  vergüenza. Esa noche ya no era yo, habías  matado  mi existencia,  sin daga,  sin flecha.


jueves, 19 de enero de 2012

Más allá del amor

Ella bebe una taza de café, él, la observa  desde  su rincón en  penumbras. Ya son las  diez  con quince. Esperará a que ella se levante, para ir a dejar la taza a la cocina, sabiendo como es, no la dejará en la mesita. Es  meticulosa, maniática del orden,y odia ver cosas que no estén en el lugar que le corresponde. La ve avanzar por  el pasillo, va apagando luces, esa manía  de ahorrar.
Permanece en silencio, sentado donde siempre. Ella  lo ignorará, como de costumbre. Espera y su espera no es en vano. Pasa ligera como pluma, dejando una aureola  de fragancia a jazmín. Lleva el pelo suelto, cae sobre los hombros. Su cabellera hermosa de color  cobrizo. Esa que lo embrujó, arrebatándolo de pasión. ¡Cómo había amado a esta mujer!.  ¡Cuán hechizado estuvo  por ella ! Le amó  de tal manera que jamás  vislumbro su frialdad. Su belleza hacía olvidar todo desaire. Amarla, era para él  un rito sagrado. Fina, delicada, sensual, caprichosa.
 En un principio, cubrió  todos  sus deseos, nada quedó que él deseara. Ella siempre  presta , solícita, amante entregada.  El deseo por ella, por tenerla en sus brazos, acariciar su cuerpo  de porcelana, sentir  sus gemidos al primer contacto de sus dedos, lo trastornaba. Bastaba una caricia , una mirada y él ya estaba encendido. Nunca dijo no, a nada. Cumplió todas sus fantasías y poseerla era  como un galope en caballos blancos  por  el valle de la luna. Toda ella era pasión, su voz  acariciaba, era música a sus oídos. ¡Oh! qué  mujer tan ardiente fue en una época.
Escucha  cuando cierra la puerta de su alcoba, espera. Siente que no ha puesto el cerrojo. Se levanta y con un brillo especial en los ojos que nadie  puede ver, saca de su bolsillo el revólver, lo acaricia, sus manos ya no tiemblan.  Esta noche será  esta noche, se dice y su boca sonríe.
Catalina, se ha puesto el camisón, cepilla su pelo,  coloca unas gotitas de:  Anaís Anaís detrás de su cuello, esa costumbre que nunca dejó de lado, aún ahora después de cumplir su aniversario número cuarenta y cinco. Sus ojos  verdes, desafiantes, intrépidos aún miran con altivez. El espejo que la refleja, muestra una mujer  atractiva, con un dejo de misterio.
Alfredo, fuma un cigarrillo, ha salido al jardín, la noche está espléndida, la luna brilla a lo lejos, parece su cómplice, se mueve siguiendo cada paso que él va dando entre los Ibiscos y el Magnolio que ama Catalina.
Su mano está firme, el revólver frío. Observa en silencio, su corazón galopa. galopa. De sus sienes gotas  de sudor  corren . Tengo que hacerlo se dice...¡la mataré!
De pronto un ruido, se agazapa. Ella abrió la ventana, está observando la luna. Desde su escondite  puede verla incluso distinguir su silueta.¡ Está  tan bella!. ¿ Cuándo dejó de amarlo?  Hace  memoria y nada encuentra.
A la mañana siguiente, nada ha cambiado, en la casa silencio, ese silencio acostumbrado.Catalina ya vestida y perfumada salé a su trabajo. Deja en la mesita de la cocina, la taza , el café , la leche. En el platillo dos Donas, las que Alfredo degusta cada mañana. Coloca el papel escrito con lo de siempre en la azucarera: Alfredo, amor  que tengas  un lindo día, hasta la tarde a las seis. Catalina.
Un  golpe en la puerta de la oficina, su secretaria:
_Sra:. Catalina, el médico de su esposo, cambió la cita a la consulta, será mañana a las cinco menos diez. Dice que usted  debe ir  también.
_Gracias , Roberta, hazme acordar  mañana, para que el chofer vaya a buscar a mi esposo  a casa.
 . A la mañana siguiente , un silencio abrumador. Son las nueve con cuarenta A.M. El teléfono suena y suena, nadie contesta. Catalina permanece en la cama, sus ojos  abiertos y un hilo de sangre en la comisura de los labios. Su pelo está tijereteado y tirado  al lado de la cama... en el espejo del baño se lee: "muera perra, maldita". Fue escrito con rouge rojo.
Alfredo desayuna , la taza de café  humeante, el olor a pan  tostado  inunda  la cocina. No más  Donas  se dice  y sonríe,  su mirada está  tranquila. Su aspecto muestra un hombre varonil con  pliegues de luna en la sien. Su mano  sostiene la taza y avanza con seguridad y confianza  a contestar el teléfono.


Edith Moncada Monteiro.



miércoles, 18 de enero de 2012

Lluvia al ocaso.


Edith Moncada

Crepitaron sus siluetas

bajo la lluvia

del ocaso.

Cuando se vieron, quedó perpleja. Sin duda ese no era su José. Se parecía, tenía su altura, sus ojos, su mirada…pero no era la misma persona. Se sonrieron, ninguno dijo nada con respecto a cómo se veían. Claro que eran ellos, los de antaño. ¿Los mismos? ¡No! Su corazón lo supo, su alma lo comprendía el tiempo es inefable.

¿Cuándo su pelo se cubrió de hilos de seda? ¿En qué tristezas sus ojos se habían marchitado?

Y sin embargo su voz, era la misma. Aquella voz de ayer. ¿Cómo no recordarla? La había escuchado, acompañado en esas tardes tristes y solitarias de invierno, en primaveras cuando de la nada surgía su nombre. Al abrir un capullo en flor, al mirar el horizonte y sentir que allá en la lejanía, en algún lugar estaría él, con su voz endulzando el lugar, donde ella no podía llegar.

¡Qué locura es esta! Nunca más supo de él, ni tampoco de sus alegrías, de sus tristezas. Su recuerdo en un tiempo fue tormentoso, no la dejaba tranquila, por más que ella se fundía en otros pensamientos, su recuerdo brotaba como agua fresca. Alegre, feliz por las calles del barrio. Su caminar era airoso, altivo, y más de alguna vez le había oído en un susurro burlón que desapareciera. (Ella, había llorado)

Muchacho de mirada seductora, se sabía amado, y ella no sería jamás una de aquellas que le cerraban los ojitos y sucumbían. (Pero estaba encarcelada.)

Ahora ya no era aquel soberbio, gallardo y conquistador joven. Ella tampoco la misma. Sus ojos se miraron, se sonrieron. Caminó segura hacia él, como si lo hubiese visto por última vez ayer. El temblaba. Y ella no le daba importancia. (Disimulaba muy bien)

El le sonreía, le hablaba...ella sorda… (Pero escuchaba atenta).

Por primera vez en mucho tiempo, se volvían a ver. Ella en su mundo divagaba. Y pensar que mis ojos le lloraron tantas veces. Y pensar que mis labios pronunciaron su nombre cuando no debían. Y la vida me lo devuelve como una hoja marchita que el viento de otoño la hace crepitar oscilante ante mis ojos, frente a frente. Y yo sostengo erguida la mirada.

Lo siente cansado, desdibujado y su pensamiento la transporta a otras tardes. Ella saliendo del liceo. Él esperándola. Caminando tomados de la mano por aquella avenida riendo, amando en esos días de eterna primavera y risa fácil. (Qué difícil fue reír después)

Esta tarde se ha puesto gris, una bruma espesa comenzó a poblarlo todo.

De pronto se ve vestida de uniforme, su pelo largo en cascada por la espalda. Su risa inunda la ciudad...

Sus labios le besan, le besan todo es un beso. Beso de calles, de árboles que salen al paso. La bruma de la noche cae sobre ellos.

La mano de él temblorosa toma la suya y la saca de sus cavilaciones. José la mira y se acerca despacio, despacio…y cerrando los ojos, corresponde a su beso. Lo atrapa, lo envuelve, ahora es ella quien tiene el dominio. Lo encarcela a su beso como queriendo recuperar el tiempo perdido. Se apartan y sus ojos se miran estupefactos, sonríen. Tiemblan. (No saben que son ancianos)

Una fina lluvia les moja el pelo, la cara, los ojos, los labios. Empapados caminan abrazados. Unas gotas no tienen importancia .Sus ojos no distinguen la lluvia de las lágrimas, ambos no distinguen, están llorando. Sus almas se han encontrado en el ocaso. La vida tardó un siglo en juntarlos.

Un chirrido abrupto de bocinas se escucha , luces que pasan y se detienen.

La fina lluvia envuelve y viste sus cuerpos. La gente observando atónitos. Aparecieron de improviso decía el chofer del auto: les toqué la bocina, pero ellos nada escucharon.

Sus manos entrelazadas sus cuerpos yacían bajo la lluvia.Una sonrisa abunda en los labios de ambos. Han caído anudados, en un abrazo eterno, ahora juntos por siempre.

Decisión



Vestiremos las calles clandestinas con la dulzura de los besos.

Edith Moncada Monteiro

Regresa a casa después de sentir en su cuerpo las manos de él. Su boca aún lleva el sabor de ese beso que inventó en ese momento para él. Impregnado lleva su aroma en su pelo, en su ropa, sus ojos guardan el brillo que volvió al encontrar su mirada con la de él.

Hoy ha vivido la locura de un beso, y en ese beso ha quedado prendida, enlazada su alma. Atrás queda la mujer que ya nunca más será.

Su cuerpo tiembla, siente aquello inexplicable. Nunca, jamás nunca, pensó que sería capaz de vivir lo que ha experimentado hoy.

Infiel, desde hoy es infiel.

¿Es posible amar de esta manera…y después de toda una vida? Su pregunta la deja perpleja, siente vergüenza. Cierra los ojos y llora, no sabe si es de dolor por lo que ha hecho, o es alegría intensa. ¡Ha sido tan hermoso ser mujer!

No fue a encontrarse para tener un encuentro sexual. Fue en busca de la razón de su existencia. Un beso y silencio de todo. Se escuchó pasar el viento.

Recuerda; tenía trece años, y él un poco más. Ella le amó tanto, como nunca más lo hizo. Ella lo perdió.

Con el tiempo se casó con otra y nunca más supo de él. Ella se casó muchos años después.

Su corazón se detuvo en aquella edad, y aunque la vida siguió su curso, ella nunca le olvidó.

Vuelve a su hogar aún aturdida por lo que ha vivido. El marido le abre la puerta, la saluda con un beso. Sus hijos le preguntan por el brillo de sus ojos, ella turbada ríe nerviosa.

Las horas siguientes son un calvario. Siente en su cuerpo las manos de él.

El marido diciendo que bella estás, en su pecho una daga la crucifica sin piedad.

Los días son de una felicidad inefable, canta y llora sin razón.

Su ser su cuerpo su piel, están trastocados, se envuelve en una refrescante brisa, que enciende brasas ardientes que creyó apagadas.

Un silencio subrepticio la acompaña, el miedo, el placer de lo vivido la cautiva. . Se ha tornado taciturna, en su corazón un fuego la quema. Las lágrimas aparecen de la nada.

Una llamada telefónica la deja sin habla, la agazapa, la devora y el gusto de saber quien es la embriaga.

Citas furtivas, palabras que encadenan, besos que enloquecen.

Él le ha pedido que deje todo, que vivan su amor. La ama desea hacerla feliz. Que huya con él. Al recordar su voz, su aliento , no duda. Ya no puede seguir así, debe tomar la decisión.

Sus hijos están adultos. ¿Su marido? mejor callar. Hasta ahora no sabía del fuego que produce en la sangre el amor. Ha descubierto que es otra mujer , los mitos de la fidelidad la abandonan, se desnuda ante una nueva realidad y en vez de cerrar la puerta se rinde sin temor y llena de esperanza y felicidad.

Escribe una carta de despedida. Entiéndeme y perdona lo que no se puede comprender, pero hoy decido partir. Temo que no vuelvas a pronunciar mi nombre desde hoy.

Siente que es un sueño divino lo que ha vivido, desde la noche que tuvo su beso. Su vida toma de la vida el incienso, el almíbar acariciando su rostro en su recuerdo. Bebe su cariño y decide comenzar de nuevo .Deja su pasado. Llora por lo que va sintiendo. Vuelo de ti sin ataduras, te dejo antes que la vida me lleve a usar disfraces que no quiero.

La realidad de mi vida comienza hoy, no me busques, no me perdones, olvídame sólo eso quiero. Sale y cierra la puerta, el día está amaneciendo.