sábado, 21 de enero de 2012

Sin daga, sin flecha.

                                                                             Edith Moncada

Sus manos  entrelazaban las  mías, todo el día  estuvimos  juntos.
Sus palabras  decían lo mucho que me amaba. Sus besos eran sólo míos. Dijo cien veces: nunca  dudes  de mis palabras. Yo embelesada le escuchaba.  Y mi corazón  a cada palabra  suya  palpitaba. 
Nuestras citas eran diarias llevábamos de  noviazgo varias  semanas. Su risa  era mi risa, y en su boca la miel yo encontraba.
 Me  llevó de vuelta  a casa, en la puerta  siempre me dejaba. Esperé que se perdiera  por  el camino del Alba.  Algo me decía que  esta  tarde  era extraña.  Me fui tras  sus pasos, sin que lo notara…..caminé  ocultándome  en cada árbol que por el camino se hallaba.
En la noche  oscura, caminé  sola tras  sus pasos  que  furtivos se alejaban.
Me vi caminando por la misma acera donde  sus pasos iban tras ella.
Su silueta esbelta se perdía en la noche negra. Hice un esfuerzo  para ver como era. La alzó en sus brazos desplegando al viento su negra cabellera, negra tan negra como mi pena. Me detuve  silenciosa ya no había  prisa por  verla. Sus  ojos  cual dos faroles alumbraron mi desierto y en ese instante  caí  presa.
 Un esfuerzo hice para que no me vieras, iluso mi temor, sus ojos  sólo eran para ella. Escuché sus risas todo en ellos era felicidad completa.
Sus labios buscaron ansiosos  los de ella, se fundieron en un beso que duró la noche  entera.
Me hice invisible para que no sintieras pena, yo tenía  vergüenza. Esa noche ya no era yo, habías  matado  mi existencia,  sin daga,  sin flecha.


jueves, 19 de enero de 2012

Más allá del amor

Ella bebe una taza de café, él, la observa  desde  su rincón en  penumbras. Ya son las  diez  con quince. Esperará a que ella se levante, para ir a dejar la taza a la cocina, sabiendo como es, no la dejará en la mesita. Es  meticulosa, maniática del orden,y odia ver cosas que no estén en el lugar que le corresponde. La ve avanzar por  el pasillo, va apagando luces, esa manía  de ahorrar.
Permanece en silencio, sentado donde siempre. Ella  lo ignorará, como de costumbre. Espera y su espera no es en vano. Pasa ligera como pluma, dejando una aureola  de fragancia a jazmín. Lleva el pelo suelto, cae sobre los hombros. Su cabellera hermosa de color  cobrizo. Esa que lo embrujó, arrebatándolo de pasión. ¡Cómo había amado a esta mujer!.  ¡Cuán hechizado estuvo  por ella ! Le amó  de tal manera que jamás  vislumbro su frialdad. Su belleza hacía olvidar todo desaire. Amarla, era para él  un rito sagrado. Fina, delicada, sensual, caprichosa.
 En un principio, cubrió  todos  sus deseos, nada quedó que él deseara. Ella siempre  presta , solícita, amante entregada.  El deseo por ella, por tenerla en sus brazos, acariciar su cuerpo  de porcelana, sentir  sus gemidos al primer contacto de sus dedos, lo trastornaba. Bastaba una caricia , una mirada y él ya estaba encendido. Nunca dijo no, a nada. Cumplió todas sus fantasías y poseerla era  como un galope en caballos blancos  por  el valle de la luna. Toda ella era pasión, su voz  acariciaba, era música a sus oídos. ¡Oh! qué  mujer tan ardiente fue en una época.
Escucha  cuando cierra la puerta de su alcoba, espera. Siente que no ha puesto el cerrojo. Se levanta y con un brillo especial en los ojos que nadie  puede ver, saca de su bolsillo el revólver, lo acaricia, sus manos ya no tiemblan.  Esta noche será  esta noche, se dice y su boca sonríe.
Catalina, se ha puesto el camisón, cepilla su pelo,  coloca unas gotitas de:  Anaís Anaís detrás de su cuello, esa costumbre que nunca dejó de lado, aún ahora después de cumplir su aniversario número cuarenta y cinco. Sus ojos  verdes, desafiantes, intrépidos aún miran con altivez. El espejo que la refleja, muestra una mujer  atractiva, con un dejo de misterio.
Alfredo, fuma un cigarrillo, ha salido al jardín, la noche está espléndida, la luna brilla a lo lejos, parece su cómplice, se mueve siguiendo cada paso que él va dando entre los Ibiscos y el Magnolio que ama Catalina.
Su mano está firme, el revólver frío. Observa en silencio, su corazón galopa. galopa. De sus sienes gotas  de sudor  corren . Tengo que hacerlo se dice...¡la mataré!
De pronto un ruido, se agazapa. Ella abrió la ventana, está observando la luna. Desde su escondite  puede verla incluso distinguir su silueta.¡ Está  tan bella!. ¿ Cuándo dejó de amarlo?  Hace  memoria y nada encuentra.
A la mañana siguiente, nada ha cambiado, en la casa silencio, ese silencio acostumbrado.Catalina ya vestida y perfumada salé a su trabajo. Deja en la mesita de la cocina, la taza , el café , la leche. En el platillo dos Donas, las que Alfredo degusta cada mañana. Coloca el papel escrito con lo de siempre en la azucarera: Alfredo, amor  que tengas  un lindo día, hasta la tarde a las seis. Catalina.
Un  golpe en la puerta de la oficina, su secretaria:
_Sra:. Catalina, el médico de su esposo, cambió la cita a la consulta, será mañana a las cinco menos diez. Dice que usted  debe ir  también.
_Gracias , Roberta, hazme acordar  mañana, para que el chofer vaya a buscar a mi esposo  a casa.
 . A la mañana siguiente , un silencio abrumador. Son las nueve con cuarenta A.M. El teléfono suena y suena, nadie contesta. Catalina permanece en la cama, sus ojos  abiertos y un hilo de sangre en la comisura de los labios. Su pelo está tijereteado y tirado  al lado de la cama... en el espejo del baño se lee: "muera perra, maldita". Fue escrito con rouge rojo.
Alfredo desayuna , la taza de café  humeante, el olor a pan  tostado  inunda  la cocina. No más  Donas  se dice  y sonríe,  su mirada está  tranquila. Su aspecto muestra un hombre varonil con  pliegues de luna en la sien. Su mano  sostiene la taza y avanza con seguridad y confianza  a contestar el teléfono.


Edith Moncada Monteiro.



miércoles, 18 de enero de 2012

Lluvia al ocaso.


Edith Moncada

Crepitaron sus siluetas

bajo la lluvia

del ocaso.

Cuando se vieron, quedó perpleja. Sin duda ese no era su José. Se parecía, tenía su altura, sus ojos, su mirada…pero no era la misma persona. Se sonrieron, ninguno dijo nada con respecto a cómo se veían. Claro que eran ellos, los de antaño. ¿Los mismos? ¡No! Su corazón lo supo, su alma lo comprendía el tiempo es inefable.

¿Cuándo su pelo se cubrió de hilos de seda? ¿En qué tristezas sus ojos se habían marchitado?

Y sin embargo su voz, era la misma. Aquella voz de ayer. ¿Cómo no recordarla? La había escuchado, acompañado en esas tardes tristes y solitarias de invierno, en primaveras cuando de la nada surgía su nombre. Al abrir un capullo en flor, al mirar el horizonte y sentir que allá en la lejanía, en algún lugar estaría él, con su voz endulzando el lugar, donde ella no podía llegar.

¡Qué locura es esta! Nunca más supo de él, ni tampoco de sus alegrías, de sus tristezas. Su recuerdo en un tiempo fue tormentoso, no la dejaba tranquila, por más que ella se fundía en otros pensamientos, su recuerdo brotaba como agua fresca. Alegre, feliz por las calles del barrio. Su caminar era airoso, altivo, y más de alguna vez le había oído en un susurro burlón que desapareciera. (Ella, había llorado)

Muchacho de mirada seductora, se sabía amado, y ella no sería jamás una de aquellas que le cerraban los ojitos y sucumbían. (Pero estaba encarcelada.)

Ahora ya no era aquel soberbio, gallardo y conquistador joven. Ella tampoco la misma. Sus ojos se miraron, se sonrieron. Caminó segura hacia él, como si lo hubiese visto por última vez ayer. El temblaba. Y ella no le daba importancia. (Disimulaba muy bien)

El le sonreía, le hablaba...ella sorda… (Pero escuchaba atenta).

Por primera vez en mucho tiempo, se volvían a ver. Ella en su mundo divagaba. Y pensar que mis ojos le lloraron tantas veces. Y pensar que mis labios pronunciaron su nombre cuando no debían. Y la vida me lo devuelve como una hoja marchita que el viento de otoño la hace crepitar oscilante ante mis ojos, frente a frente. Y yo sostengo erguida la mirada.

Lo siente cansado, desdibujado y su pensamiento la transporta a otras tardes. Ella saliendo del liceo. Él esperándola. Caminando tomados de la mano por aquella avenida riendo, amando en esos días de eterna primavera y risa fácil. (Qué difícil fue reír después)

Esta tarde se ha puesto gris, una bruma espesa comenzó a poblarlo todo.

De pronto se ve vestida de uniforme, su pelo largo en cascada por la espalda. Su risa inunda la ciudad...

Sus labios le besan, le besan todo es un beso. Beso de calles, de árboles que salen al paso. La bruma de la noche cae sobre ellos.

La mano de él temblorosa toma la suya y la saca de sus cavilaciones. José la mira y se acerca despacio, despacio…y cerrando los ojos, corresponde a su beso. Lo atrapa, lo envuelve, ahora es ella quien tiene el dominio. Lo encarcela a su beso como queriendo recuperar el tiempo perdido. Se apartan y sus ojos se miran estupefactos, sonríen. Tiemblan. (No saben que son ancianos)

Una fina lluvia les moja el pelo, la cara, los ojos, los labios. Empapados caminan abrazados. Unas gotas no tienen importancia .Sus ojos no distinguen la lluvia de las lágrimas, ambos no distinguen, están llorando. Sus almas se han encontrado en el ocaso. La vida tardó un siglo en juntarlos.

Un chirrido abrupto de bocinas se escucha , luces que pasan y se detienen.

La fina lluvia envuelve y viste sus cuerpos. La gente observando atónitos. Aparecieron de improviso decía el chofer del auto: les toqué la bocina, pero ellos nada escucharon.

Sus manos entrelazadas sus cuerpos yacían bajo la lluvia.Una sonrisa abunda en los labios de ambos. Han caído anudados, en un abrazo eterno, ahora juntos por siempre.

Decisión



Vestiremos las calles clandestinas con la dulzura de los besos.

Edith Moncada Monteiro

Regresa a casa después de sentir en su cuerpo las manos de él. Su boca aún lleva el sabor de ese beso que inventó en ese momento para él. Impregnado lleva su aroma en su pelo, en su ropa, sus ojos guardan el brillo que volvió al encontrar su mirada con la de él.

Hoy ha vivido la locura de un beso, y en ese beso ha quedado prendida, enlazada su alma. Atrás queda la mujer que ya nunca más será.

Su cuerpo tiembla, siente aquello inexplicable. Nunca, jamás nunca, pensó que sería capaz de vivir lo que ha experimentado hoy.

Infiel, desde hoy es infiel.

¿Es posible amar de esta manera…y después de toda una vida? Su pregunta la deja perpleja, siente vergüenza. Cierra los ojos y llora, no sabe si es de dolor por lo que ha hecho, o es alegría intensa. ¡Ha sido tan hermoso ser mujer!

No fue a encontrarse para tener un encuentro sexual. Fue en busca de la razón de su existencia. Un beso y silencio de todo. Se escuchó pasar el viento.

Recuerda; tenía trece años, y él un poco más. Ella le amó tanto, como nunca más lo hizo. Ella lo perdió.

Con el tiempo se casó con otra y nunca más supo de él. Ella se casó muchos años después.

Su corazón se detuvo en aquella edad, y aunque la vida siguió su curso, ella nunca le olvidó.

Vuelve a su hogar aún aturdida por lo que ha vivido. El marido le abre la puerta, la saluda con un beso. Sus hijos le preguntan por el brillo de sus ojos, ella turbada ríe nerviosa.

Las horas siguientes son un calvario. Siente en su cuerpo las manos de él.

El marido diciendo que bella estás, en su pecho una daga la crucifica sin piedad.

Los días son de una felicidad inefable, canta y llora sin razón.

Su ser su cuerpo su piel, están trastocados, se envuelve en una refrescante brisa, que enciende brasas ardientes que creyó apagadas.

Un silencio subrepticio la acompaña, el miedo, el placer de lo vivido la cautiva. . Se ha tornado taciturna, en su corazón un fuego la quema. Las lágrimas aparecen de la nada.

Una llamada telefónica la deja sin habla, la agazapa, la devora y el gusto de saber quien es la embriaga.

Citas furtivas, palabras que encadenan, besos que enloquecen.

Él le ha pedido que deje todo, que vivan su amor. La ama desea hacerla feliz. Que huya con él. Al recordar su voz, su aliento , no duda. Ya no puede seguir así, debe tomar la decisión.

Sus hijos están adultos. ¿Su marido? mejor callar. Hasta ahora no sabía del fuego que produce en la sangre el amor. Ha descubierto que es otra mujer , los mitos de la fidelidad la abandonan, se desnuda ante una nueva realidad y en vez de cerrar la puerta se rinde sin temor y llena de esperanza y felicidad.

Escribe una carta de despedida. Entiéndeme y perdona lo que no se puede comprender, pero hoy decido partir. Temo que no vuelvas a pronunciar mi nombre desde hoy.

Siente que es un sueño divino lo que ha vivido, desde la noche que tuvo su beso. Su vida toma de la vida el incienso, el almíbar acariciando su rostro en su recuerdo. Bebe su cariño y decide comenzar de nuevo .Deja su pasado. Llora por lo que va sintiendo. Vuelo de ti sin ataduras, te dejo antes que la vida me lleve a usar disfraces que no quiero.

La realidad de mi vida comienza hoy, no me busques, no me perdones, olvídame sólo eso quiero. Sale y cierra la puerta, el día está amaneciendo.