martes, 5 de abril de 2011

Cenit


Sólo el respirar de nuestros cuerpos se escucha en la habitación. Estamos como de costumbre; silenciosos, esto ya es un hábito en nuestro diario vivir. Nos hemos ido quedando cada vez con menos palabras en los labios.
Esta noche, es como una más, nada que sea distinta a otras. El cuarto en penumbras, refleja en la pared nuestras siluetas. Se ven fantasmales. La luz de las velas es tenue, y pareciera que estamos lejos, lejos uno del otro, y la pieza fuera un gran bosque de oscuridad. En realidad no tiene nada de raro, somos dos fantasmas que se entrelazan en una relación de dos seres que no se perciben, no se ven, no se sienten, no se tocan.
Hemos estado así por largo tiempo. ¿ Cuánto? No sabría decirlo con precisión. Si le preguntáramos a Ricardo, creo que menos podría decir un tiempo. él no está preocupado de ello, ni de mí, ni de nada. Simplemente no está.
El reloj de pared da las diez, y en silencio cuál sonámbulo Ricardo se levanta del comedor ,entra la silla con sumo cuidado, como si fuera de cristal, avanza con paso lento, como si cada uno de ellos fuese el último. Entonces con voz tímida le digo: ¿Podría leerte un capítulo de tu novela, quizás eso te ayude a dormir bien? Con un gesto cansado, levanta su mano derecha y me dice - ¡déjalo, mañana quizás!
El dormitorio está frío, como toda la casa, y el silencio retumba en mis oídos, tomo el rosario y comienzo a rezar.
En otros tiempos la casa estaba llena de algarabía, nuestros hijos corrían por los corredores, y el jardín siempre lleno de rosas, las hortensias brotaban por todas partes, y la mesa de nuestro comedor siempre estaba con niños a la hora del té.
¿ Cuándo comenzó este silencio? ¿ En qué momento se secaron nuestras bocas, tal cuál se secaron las hortensias y quedó mudo el campanario del reloj?
Ricardo, eras tan apuesto, tan gallardo, siempre con la sonrisa en los labios y ahora tus mejillas hundidas y tus ojos secos ya nada ven. Lo que más doloroso me resulta con los años, es tu silencio, nada te interesa, decidiste no hablar y yo para no incomodarte me hice tu cómplice.
En esta casa grande donde todo nos queda lejos, hasta nuestros encuentros se perdieron, tal cuál se perdió la juventud.
Los hijos se fueron, uno tras otro y de pronto nos vimos solos. Fue una pena que Dios nos diera sólo varones, quizás si hubiera llegado una niña, ella estaría hoy con nosotros. Los muchachos se enamoran, se casan y se olvidan de sus padres.
Recuerdo el día que Vicente, el menor nos anunció que se trasladaba fuera del país. Cuanto te alegraste de ello, ya que dijiste significaba un gran avance en su carrera, pero al pasar el tiempo, nos dimos cuenta que ya no volvería y nos fuimos conformando, soñando con la navidad para verlos.
El pavo y el champán en los primeros años, siempre estaba listo, por si alguno de ellos llegaba a saludarnos y darnos esa alegría, pero como no sucedió, nos fuimos apagando, nada dijimos y el silencio se llevó nuestras voces.
Tu silueta se fue encorvando y cada día te noto más lento, tus manos temblorosas ya no son capaces de peinarte, por eso en las mañanas , apenas sale el sol, ese sol que nunca entra a nuestra casa, vas al vestíbulo y te colocas la boina. Te miro a lo lejos, y aún así me pareces buen mozo. La nariz aguileña con el azul de tus ojos te dan un aire elegante.
¿Cómo pasó el tiempo, cómo se llevó nuestros hijos...? ¡Ay! Ricardo qué sola me siento, si tan sólo pudieras mirarme y ver que estoy sufriendo, pero tu propia pena, no te deja verlo.
Hoy amaneció helado, algo más que otros días, te miro de reojo y veo que me miras, ¡me miras!...por un instante he visto un destello, esa mirada de antaño, esa mirada que tanto amaba, me he vuelto coqueta y te he sonreído... balbuceaste mi nombre y fui a tu lado, me tomaste la mano y dijiste:
¿ Usted quién es? Comprendí. En silencio te sonreí y abrigué con la manta tus piernas. Me encamino por el largo pasillo, enciendo luces y busco la novela, esa que nunca terminé de leerte, ahora lo hago, aunque ya no me escuches, la luz del pasillo se hace cada vez más tenue y mi voz también.

Suyai Edith copyright Chile

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