martes, 12 de octubre de 2010

Emilia.





Sentada en su montón de leña que ha recogido en la tarde Emilia, recuerda aquel día de invierno del año pasado, en que con su padre, amontonaban los maderos, troncos y ramas para llevarlos a casa. ¡Qué frío era ese día! El viento soplaba fuerte, los eucaliptos se erguían tratando de mantenerse firmes, las manos estaban heladas y a momentos no las sentía. Pero acostumbrada a la inclemencia del invierno, nada decía.
El viento salvaje, pasaba raudo, como llorando de pena, se oían sus lamentos, parecía como si miles de voces estuvieran gimiendo.
Su padre al mirarla de reojo, se dio cuenta que ella estaba entumecida, entonces le dijo:_ Emy, vete a casa con tu montón, dáselo a tu madre para que avive el fuego de la cocina. Ella tartamudea, el gélido frío no la deja hablar, sus dientes castañean.
Camina a duras penas, no era el peso, eran sus manos, no las sentía.
Ya casi oscurece, quiere avanzar rápido, sus piernas flacas se ponen duras y tira, tira de la cuerda arrastrando su carga. El camino es difícil, está cuesta arriba, resbala, pero ella intenta con más ganas, hace un esfuerzo y empieza a subir, esto la hace entrar en calor y sus manos ya tiran con furia, su pelo alborotado le cae en los ojos, avanza, avanza sin mirar nada, sólo tira, algunas ramas van quedando atrás, pero eso ya no importa, lo que ahora necesita es subir la loma. A lo lejos se ve una luz encendida, la de su casa, esto la pone contenta.
Su padre ese día , en la cena les habló , la empresa que había llegado al pueblo estaba reclutando hombres para ir más al sur, a un aserradero, sería un buen trabajo y pagaban muy bien, lo único es que debía irse por un tiempo.
Su madre accedió sabía que no había otra alternativa, los trabajos eran escasos y ya no les quedaba dinero. Su esposo era un hombre trabajador y el tiempo pasaría rápido. El invierno había sido tan intenso que ya de la cosecha no quedaba nada y está era una buena oportunidad.
Ahora sentada en encima de sus leños, pensando en su padre, ¡cómo lo ha extrañado!
Emilia, ha seguido con su rutina, ella es ahora la encargada de recoger la leña, sus hermanos más pequeños no pueden acompañarla.
Sus ojos tristes, perdidos en la lejanía, cómo buscando una luz que no ve, esa luz que hace ya un año no aparece, sólo desea volver a ver a su padre.
¿Por qué mamá ya no habla de él? ¡Pareciera como si lo hubiera olvidado! Y cuándo le pregunta, sólo la mira sin responder.
Emilia presiente que algo no está bien, pero no sabe precisar de qué se trata. Aún es pequeña para sospechar.
Esta noche le escribiré una carta, le diré que lo extraño demasiado, mis hermanitos también, le diré que mamá anda silenciosa, triste y ya casi no ríe. Busca su lápiz y una hoja de cuaderno. En la cocina el fuego arde, su madre teje. Ella la mira y le dice con ternura, ve a dormir Emilia, mañana vas al colegio. Mamá ¿cuándo volverá el papa? La pregunta salió de la boca como un torrente, siente que su voz cobró un sonido extraño. Como si una roca le impidiera seguir. La madre, se levanta, la mira a los ojos y con lágrimas le dice: Emilia, en el aserradero hubo un accidente, tu padre resultó mal herido con dos compañeros más, los llevaron a la ciudad y allí están internados, pasará algún tiempo para que vuelva.
Lo que Emilia no sabe, es que su padre ha quedado inválido, el accidente lo dejó parapléjico, su cuerpo no responde, desde la nuca hacia abajo no hay movimiento, un cuello le sostiene la cabeza, permanece en una silla de ruedas.
Ella esta tarde mira a lo lejos esperando que su padre pronto vuelva.

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