miércoles, 28 de julio de 2010

Aquel cuaderno de poesías. Suyai



Habían pasado algunos años, y ahora volvía a Peñaflor, el motivo de mi regreso era para mí, muy triste. La noticia me hizo recordar esos años, de los 80. Había vivido allí y mi amistad con Mister Cumming, había sido muy importante, de alguna manera marcó mi vida.
Mister Cumming, era un hombre anciano por aquella época, tenía algo así como 92 años, su capacidad intelectual e inteligencia era admirable.
Era tan interesante conversar con él, dominaba varios idiomas y contaba con la Nacionalidad chileno-británico. Había nacido en Inglaterra, pero llegó a Chile muy joven y se quedó para siempre.
Su casa era para mí, un refugio de alegría, a la entrada del Chalet, decía “Rancho Inglés”, los jardines eran extensos y había tanto donde jugar, pasear y divertirse. Por su edad ya estaba solo, era viudo, y sus tres hijos estaban casados y en el extranjero, le acompañaban sus dos empleadas, María, la de las compras y el aseo, por ser la más joven, llevaba ya más de 40 años a su servicio, Rosa, era la cocinera y ella estaba con él desde los tiempos en que vivía su señora.
La casa grande al lado de ella y separada por unos verdes prados, el bungalow, que ocupaba Pepe, su chofer, Don Víctor, también manejaba su Fiat 600, por los alrededores de Peñaflor, como lo era ir al banco, o sus almuerzos del día viernes con el alcalde. Todo el pueblo le conocía y en el Departamento de Tránsito no le hacían problema para darle su licencia de conducir, a pesar de su avanzada edad. El era muy cuidadoso, y manejaba a 20 por hora.
En ese lugar maravilloso para mí, pasé muchas tardes platicando, paseando por los jardines con Mr. Cumming, la extensión era hasta el río Pelvín, casi nunca llegábamos caminando hasta allí, era mucho para las piernas de don Víctor.
El Ginkgo-Biloba, a un costado de la casa, era un hermoso árbol añoso, con unos troncos enormes y gruesos, donde se habían colocado unas pasarelas de madera que llevaban a una caseta que servía de mirador, era el juego favorito de los niños. Siempre la casa estaba llena de niños y jóvenes que visitaban a Don Víctor, igual como lo hiciera yo.
La piscina, con su cantarito de greda, como dice la canción,de su casa habían tomado la idea para escribirla, con su agua cristalina siempre fluyendo.
Un riachuelo atravesaba toda la quinta, en un costado estaba el sauce llorón, un columpio que era la diversión de todos las jóvenes que visitábamos a Don Víctor, la gracia que tenía era muy simpática, si no te dabas bastante vuelo, te quedabas en el medio del río, y tenías que tirarte al agua para poder bajarte, eso nos mantenía muy alegres toda la tarde, tendidos en el pasto y Mr. Cumming sentado en la silla de playa con su sombrero blanco, mirándonos y disfrutando de nuestra alegría.
Los recuerdos se me agolpaban en mi cabeza. Si yo me perdía algunos días , llegaba María, a buscarme y me decía que Don Víctor, me esperaba a almorzar, y esas tardes eran de mucha conversación, me hablaba de sus viajes, de sus amores, de su vida.
A Don Víctor como a mí, nos gustaba la poesía, mientras él leía su diario “El Mercurio” yo me entretenía con “Artes y Letras”. Por las tardes casi de noche leíamos Lord Byron, yo me sentía tan inspirada que empecé a escribir en un cuaderno mis propias poesías, entonces cuando me iba, Mr. Cumming leía mis creaciones y me dejaba un comentario al pie de la página, siempre era demasiado gentil y los encontraba de mucha calidad, ahora seguro si los volviera yo a leer, me daría vergüenza y risa.
Una tarde me dijo que me mostraría algo que guardaba desde su juventud, cuando había sido soldado en Inglaterra y luchó por su país, en aquella época contaba con 20 años. O sea que algo de tiempo había transcurrido, desde aquellos lejanos 20. Estaba yo, escribiendo mis mentados poemas, cuando él se pone de pié con su bastón y me solicita permiso para ir a su dormitorio un momento. En la habitación que nos encontrábamos, habían grandes ventanales, donde se podía observar el gran jardín que rodeaba toda la casa quinta, era una ampliación que ocupaba lo que antes había sido una terraza, el la cerró y la dejó muy confortable, siempre estábamos en esta salita que tenía un gran sillón, una mesita pequeña de vidrio con dos sillas para tomar el té, en una repisa se observaban muchos libros en inglés, y varios frascos de vidrio con dulces y nueces que servía a los que le visitábamos. Siempre me sentí tan bien en esta casa y con la compañía amena de don Víctor, no recuerdo que alguna vez me haya aburrido, jamás.
Aquella tarde de la sorpresa, lo vi venir por el pasillo, me quedé asombrada, estaba frente a un verdadero soldado inglés, se había colocado su uniforme, y le abrochaba perfecto, su estampa y señorío era inconfundible, sus ojos azules brillaban con gallardía y diría que tenían una luz especial. Tan alto, y delgado sin rastros de encorvadura, se veía tan apuesto que lo imaginé con sus 20 años y no pude dejar escapar un grito de asombro, le dije que se veía tan apuesto que de seguro debió tener muchas novias a esa edad. Noté su mirada de orgullo, algo quedaba aún en este hombre que aunque ya tenía sus años, lo hacía tan interesante y atractivo.
De pronto sus ojos se pusieron muy tristes, esa noche me habló de la guerra, de cómo perdió a un buen amigo, que murió justo a su lado, con la detonación de una bomba que lanzara el enemigo, lo arrastro por caminos bajo la lluvia, no quería dejar su cuerpo sin darle sepultura y honores como a un soldado de guerra, desde aquella vez, él había perdido la audición y desde entonces que usaba audífonos, todo esto me lo contó , con gran emoción y yo que era tan jovencita sentí admiración y respeto .En un momento me dijo: ___ Irés, si yo tuviera 60 años menos, le pediría matrimonio.
Enmudecí, él notó mi turbación.
__No se asuste Irés, Ud. Es una niña muy sensible y ha cautivado mi corazón, yo le necesito, cuando no la veo, mi tristeza me recuerda que soy un anciano.
Es una pena que yo sea tan mayor, pero eso no quita que lo sepa, sólo tenerla cerca alegra mis días.
Yo nada dije, y me quedé pensando, en realidad que pena que sea tan mayor. De eso nunca más se habló.
Todos estos recuerdos venían a mi memoria, ahora después de tanto tiempo. ¿Dónde o quién habría guardado el cuaderno con mis poesías? ¿Estaría aún?, ¡claro que no¡, me dije, debió ser lo primero que fueron eliminando, al igual que el álbum de fotos, que Don Víctor guardaba en su armario, esos recuerdos añejos de una época hermosa, ¡cómo me gustaría recuperarlos¡
El aperitivo de las 8, consistía en un whiskey en las rocas, era un estimulante decía riendo, pero siempre era uno sólo.
__ No puedo entender Irés, cómo hay hombres que beben y no pueden detenerse hasta quedar ebrios, eso es algo que nunca he hecho.
Me hablaba del matrimonio, Una vez me dijo que era necesario pasear mucho antes de casarse, que viajara, que conociera el mundo, que no me quedara con la primera impresión, y que si era necesario viviera con alguien y después si realmente se avienen se casan, que las separaciones son muy dolorosas, pero que se evitarían si las parejas se conocen y conviven antes, ahora me digo; qué sabio era su consejo.
Detuve mi auto, y abrí la rejita, era la misma que muchas veces había abierto cuando venía a verlo, la diferencia era que ahora, no estaba Mr. Cumming, sólo me había enterado por el diario que mi madre guardó cuando colocaron su obituario en el Mercurio, de eso hacía ya algunos años. Los jardines ya no eran lo mismo, estaban descuidados, un letrero decía “En venta”. Mis pasos me llevaron por el sendero, sentí el olor al pasto, las calas estaban marchitándose, pero pude sentir su aroma, y sentí que un frío cubrió mi cuerpo, y eso que eran las tres de la tarde.
Allí estaba aún María, su aspecto estaba muy deteriorado, me sonrío con tristeza cuando me estrechó la mano, al abrazarla me dijo balbuceando.
__ El la quería mucho, siempre estaba mirando y leyendo su libro de poemas.
__ ¡Ay María, que tristeza siento!
Entré en la casa, estaba sombría y húmeda, los muebles me parecieron tan anticuados..
En su escritorio yacía su vieja máquina de escribir, igual como antes, sentí el aroma del perfume que usaba Don Víctor, era un olor fresco a tabaco que él usaba no podía ser, ya había pasado mucho tiempo él no estaba allí, es mi imaginación me dije. De pronto mis ojos vieron aquel libro, que tantas veces él, me leyó, “El pájaro que canta hasta morir”. Lo tomé y mis manos acariciaron sus tapas, sus capítulos me habían hecho emocionarme y en forma casi inconciente lo llevé a mi pecho, era quizás un gesto de cariño, de ese gran cariño que siempre tuve por Mr. Cumming y que sentí también de su parte. Había sido como mi abuelo, ese abuelo que no alcancé a disfrutar, la vida me lo había devuelto con su amistad y cariño.
Me quedé unos instantes, recordé lo feliz que fui en esa casa, (Cómo me gustaría tenerlo ahora)
Lágrimas resbalaron, y en medio de ellas lo vi, ahí estaba mi cuaderno, mi pequeño testigo de poesías silentes, tenía algo escrito a máquina pegada en la primera hoja que leí presurosa:

Poemas de mi querida Irés,
dulce y romántica niña que dio luz a mis días
grises de invierno. 1981..
Carlos Víctor Cumming.

Lo tomé , cómo si fuera algo vivo, me emocioné de ver las cosas que allí había escrito, y más aún cuando leí los comentarios que Don Víctor, me dejaba al píe de cada uno de ellos.
Mi cuaderno sería de ahora en adelante, mi mejor motivo para volver a escribir.

3 comentarios:

  1. ¡¡PRECIOSO NO DEJES DE ESCRIBIR ¡¡NUNCA!!

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  2. el escribir y desarrollar una idea con fluidez y que encante al lector .es porque sabe desarrollar y encierra con ello a las lectores y lectoras que te siguen,
    s
    escriba siempre porque me encanta.lo que haces

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