sábado, 4 de junio de 2011

Baño de media noche Edith M,


Pequeña le dijiste, toma mi mano te llevaré por el sendero
aquel que no tiene retroceso. Te miró dudosa y sin embargo en sus ojos había un brillo de pureza e ingenuidad.
Tus ojos la miraban con tanto amor, eso pensó ella y confiando en tus palabras sin censurarse se dejo guiar.
Se puede desconfiar cuando es la persona amada la que te habla, la que te dice confía en mí.
Caminaron despacio mirando las estrellas, la luna se asomaba y a veces se escondía como disfrutando de la compañía. La noche era tibia, ni una ráfaga de viento, ni un sonido extraño que anunciara peligro.Él ya con veintitrés años, ella con sólo diecisiete, la juventud y la lozanía a flor de piel. Se habían casado tan sólo un mes atrás. El amor a él lo había apresurado y su pasión estaba en plena ebullición.
El viaje era la continuación de su luna de miel, habían estado viajando por distintos lugares de México, este pozo de agua le habían dicho era un lugar con un encanto y misterio subrigadier, venía corriendo desde montes y se agolpaba en una especie de cueva, donde en su interior se producía una piscina de aguas tibias y azules. Al llegar al lugar, ella se sintió fascinada desde el instante que divisó la cueva, se adentró en ella y sacándose la ropa no dudó en bañarse en esas aguas que se veían serenas y frescas.
Se despojó de todo, su cuerpo desnudo se perdió en el agua y con voz alegre te invitó a entrar con ella, pero tú, preferiste observarla y disfrutabas de cada acrobacia que tu ángel te ofrecía embutida de una gracia y alegría propia de la juventud. Se perdía bajo el agua y no aparecía por mucho rato y tú haciéndote el indiferente la buscabas ansioso con la mirada, hasta que emergía con gritos de alegría.¿Cuánto rato estuvo bañándose en esas aguas cristalinas azuladas? No lo supiste en aquél entonces, y tampoco importaba. Te llamó tantas veces, para que fueras a su lado, pero te rehusaste, sólo querías admirarla.
Cuando era ya medianoche, le pediste que saliera, debían volver al pueblo a la posada.
Ella con su pelo mojado se veía tan bella, parecía una virgen escapada de una iglesia. La tomaste de la cintura, le secaste el cabello con tus ardientes palabras, la besaste en la boca e hicieron el amor hasta quedar sin aliento. Siguieron su camino ya al amanecer. Una aurora incipiente anunciaba el amanecer, en un cielo arrebolado.
Al llegar a la posada, ella se acostó de inmediato , su cabello aún estaba mojado, su piel de una palidez alba y sus labios rojos parecían implorar un beso. Ese fue el último que tus labios le dieran, al medio día ya estaba fría y dura como mármol, el corazón había dejado de latir, su alma se quedó en la laguna en un baño de media noche.

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