viernes, 9 de septiembre de 2011

Mujer invisible


¿Qué sería de la vida si no tuviésemos

el valor de intentar algo nuevo?

Edith Moncada Monteiro

Sentada en su sillón mullido, viejo con un cojín rojo de felpa, cubierta las piernas con un chal café que había sido de su madre. Ella mujer de apariencia joven, tierna, con esa voz melosa que acaricia al hablar. Sostenía en sus manos el cuaderno también mullido, y de hojas amarillas por el tiempo. Su pelo largo cae por los hombros, pareciera que el maíz tostado se había posado en cada una de sus hebras, el cabello sedoso y brillante demostraba que era bien cuidado. Si tú miras de un costado y vislumbrabas su perfil, veías una mujer hermosa, su perfil delicado, armonioso asemejaba a una frágil muñeca de porcelana.

El cuaderno que Mariana sostiene en sus manos, es un verdadero tesoro. Allí se encuentran momentos de antaño atesorados con amor. Un amor que había traspasado la línea del tiempo.

¿Qué había detenido el tiempo de Mariana?

Es la primogénita, siete mujeres y un varón forman su familia. Su padre hombre de pocas palabras, alto de bigote fino y mandíbulas enjutas. Enviudó muy joven y ella Mariana por ser la mayor se hizo cargo de todo. Por muchos años permaneció angelical, alegre y seductora. Nunca se le vio un mal gesto, un atisbo de cansancio, o una pena escondida, por tal motivo nadie dudaba que Mariana pese a sus cincuenta y cinco años era una mujer feliz.

Una a una sus hermanas se fueron casando. Ella siempre atenta, preparando los detalles, de manera meticulosa, obsesiva sin dejar nada al azar. Para ella sus hermanas y su padre eran motivo de orgullo por eso su vida giraba en torno a ellos, a su bienestar y felicidad.

Hubo un verano, esos días de sol intenso que las horas son tan largas y el tedio a veces te consume. Ella en aquel entonces tenía sólo quince años. Era delgada, seria y de pocas palabras. Su afición eran las letras y la lectura. Le gustaba estar tendida en el pasto leyendo sus novelas románticas. Leía con avidez, devoraba cada página, se imaginaba la heroína y soñaba ser una de ellas. Fue entonces cuando conoció a Ignacio. Una tarde leía ensimismada cuando escuchó detrás de ella crepitar unas ramas, levantó su vista y le vio. Vestía un pantalón beige, una camisa crema y llevaba un libro en sus manos. La miraba con admiración como si hubiese descubierto un hada en pleno bosque. De inmediato nació en ellos una especia de imán, mirarse y enamorase fue cosa de segundos, desde esa tarde sus encuentros fueron ansiados, se necesitaban para escucharse, su amor consistía en escribirse versos. Intercambiaban cuadernos, ella de puño y letra los escribía, al igual que Ignacio.

Sentada hoy en el sofá predilecto, leía aquel cuaderno de hojas amarillas. Habían pasado treinta y cinco años de aquello. Sus ojos nunca delataron su tristeza. Escondió su secreto en aquellos versos que han sido su vida. Cada tarde sus pensamientos se vuelcan al verano de sus quince años.

No fue extraño para nadie de sus hermanas que ella nunca se hubiese casado, en realidad olvidaron que era su hermana, y la vieron como su madre. Y una madre no requiere de novio porque ya está casada.

Ella sin darse cuenta de su edad se fue quedando sola, cada vez más callada en esa gran casa. El padre nunca se acordó que su hija era mujer, qué debía amar, y ser amada. Pero ella no tiene reproches.

Hoy ha decidido buscar a Ignacio, ese joven que ella conociera hace ya tanto tiempo. Pero su mente le dice que eso es imposible, él nunca volvió, y de seguro debe ser quizás a estas alturas abuelo. Entonces Mariana se levanta, sale a caminar por el sendero. Sus pasos la llevan sin darse cuenta al lugar de los encuentros. Su cuaderno, lo tiene aferrado a su pecho. Camina en círculos, una a una va sacando y rompiendo las hojas… abre sus brazos y sonríe, una sutil brisa de otoño la envuelve, siente frío, tiembla y una lágrima rebelde se asoma. Ella la detiene con hidalguía. ¡No más ¡ se dice……sus manos se retuercen nerviosas, la brisa le desordena sus cabellos y sus pasos la llevan lejos, camina lento con una sonrisa en los labios, y ríe ahora es libre. Libre y saldrá al encuentro del destino. Quizás no todo esté perdido quizás allá a lo lejos esté su nueva vida. Camina decidida, abre la puerta, coge una maleta y coloca su ropa, unas cuantas prendas nada más, le bastará para empezar con su propia historia que hoy ha decidido emprender. Nadie ha salido a su encuentro, nadie que le pregunte a dónde va.

A lo lejos se ve una silueta, una mujer alta de pelo largo camina con su maleta, las horas del atardecer la envuelven y la hacen invisible.

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