viernes, 2 de septiembre de 2011

Fina lluvia al ocaso


Fina lluvia al ocaso Edith Moncada

Crepitaron sus siluetas bajo la lluvia

del ocaso.



Cuando se vieron, quedó perpleja. Sin duda ese no era su José. Se parecía, tenía su altura, sus ojos, su mirada…pero no era la misma persona. Se sonrieron, ninguno dijo nada con respecto a cómo se veían. Claro que eran ellos, los de antaño. ¿Los mismos? ¡No! Su corazón lo supo su alma lo comprendía. El tiempo es inefable.

¿Cuándo su pelo se cubrió de hilos de seda? ¿En qué tristezas sus ojos se habían marchitado?

Y sin embargo su voz, se escuchaba igual. Aquella voz de ayer. ¿Cómo no recordarla? La había imaginado y acompañado tantos inviernos y primaveras cuando de la nada surgía su nombre.

¿Acompañado? ¡Qué locura es esa! Nunca más supo de él, ni tampoco de sus alegrías ni menos de sus tristezas. Su recuerdo en un tiempo era tormentoso, no la dejaba tranquila, por más que ella se fundía en otros pensamientos, brotaba como agua fresca. Alegre, feliz por las calles del barrio. Su caminar era airoso, altivo, y más de alguna vez le había oído en un susurro burlón que desapareciera. (Ella, había llorado)

Muchacho de mirada seductora, se sabía amado, y ella no sería jamás una de aquellas que le cerraban los ojitos y sucumbían.

Ahora ya no era el muchachito soberbio, gallardo y conquistador. Ella tampoco la misma. Sus ojos se miraron y se sonrieron. Caminó segura como si lo hubiese visto por última vez ayer. El temblaba. Y ella no le daba importancia.

El le sonreía, le hablaba...ella sorda…pero escuchaba.

Por primera vez en tanto tiempo, se volvían a ver. Ella en su mundo divagaba. Y pensar que mis ojos le lloraron tantas veces. Y pensar que mis labios pronunciaron su nombre cuando no debían. Y la vida me lo devuelve como una hoja marchita que el viento de otoño la hace crepitar oscilante ante mis ojos, frente a frente y yo sostengo erguida la mirada.

Lo siente cansado, desdibujado y su pensamiento la transporta a otras tardes. Ella saliendo del liceo. Él esperándola. Caminando tomados de la mano por aquella avenida, riendo, amando en esos días de eterna primavera.

La tarde se puso gris, una bruma espesa comenzó a poblarlo todo. De pronto se vio vestida de uniforme, su pelo largo le cubría los hombros cayendo en cascada por la espalda. Su risa de muchacha poblaba la ciudad...

Sus labios le besaban, le besaban tanto que todo era un beso, beso de calles, de árboles que salían al paso, sus labios apretaban, quemaban y la hacían apartarlo. Luego sumisa lo cobijaba aún más, para seguir besándolo. La bruma de la noche caía sobre ellos.

Una mano que toma la suya la saca de sus cavilaciones. José la mira y se acerca despacio, tan despacio…y cerrando los ojos, corresponde a su beso. Lo atrapa, lo envuelve, ahora es ella quien tiene el dominio. Lo encarcela a sus labios susurrando. El abrazo los apresa y los deja sumidos en un dulce recuerdo. Se apartan y sus ojos se miran estupefactos, sonríen. Tiemblan. ( No saben que son ancianos)

Una fina lluvia les moja el pelo, la cara, los ojos, los labios; empapados corren a buscar refugio, van abrazados. Sus ojos no distinguen la lluvia de las Lágrimas, ambos no saben que están llorando. Sus almas se han encontrado en el ocaso. Ella con su pelo mojado, un chirrido de bocinas y luces volando…La lluvia fina sobre sus cuerpos que han caído anudados, abruptamente. La gente observando atónitos. Aparecieron de improviso decía el chofer del auto. Sus manos entrelazadas y sus cuerpos inertes bajo la lluvia. Una sonrisa abunda en los labios de ambos.


Suyai 2011 Chile copyright D/ R

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