La ambigüedad no aparece hasta que la descubres.
Estás cada día más
joven y bella Eloísa. Las palabras
de su amiga le sonaron con un
leve atisbo de malicia. La miró de
soslayo y dando un suspiro se sentó. (No hubo respuesta)
Marilda traía puestas esas gafas
enormes que le cubrían toda la cara. Es una lástima pensó Eloísa,
debería no usarlas, tiene una cara con ángulos perfectos, es un pecado taparla.
_ Y tú ¡Cada día más
moderna!
Ambas mujeres se veían
distinguidas. Se sentaron frente a frente. El muchacho les tomó el
pedido. La conversación fluyó rápidamente, sus caras gesticulaban al unísono
cuando reían por algo que decía una y luego la otra.
No tienes corazón Dijo Marilda. ¡Cómo haces sufrir
a ese pobre hombre!, lo he visto el otro día, con su
pelo blanco, la separación
lo tiene convertido en un anciano.
Pero ella no contesta. Su
mente ha volado lejos. Recorre aquel
camino oscuro y desolado que recorrió tomada de su brazo.
En aquellos días en que nada hacía presagiar
lo que ocurría hoy.
Se había casado enamorada. Él tenía
aquella alegría que a ella le fascinaba, pero luego con el matrimonio, esa alegría y prestancia
se fue apagando. Parecía que le
habían cambiado al marido. De ese
Rodrigo locuaz, galante y lleno de atenciones para con ella, le habían
traído a un hombre taciturno, de pocas
palabras y frío como un mármol.
Ella era
melosa y deseaba que supieran que
era su esposo. Lo besaba delante
de todos, entonces él, comenzó a
esquivarla. Ya una vez cuando cenaban en
casa sin la presencia de extraños, le había
insinuado que no debía ser tan
efusiva delante de otras
personas, que eso no era bien
visto en una señora. Ella palideció, no encontró palabras para
rebatirle, se sintió confundida,
avergonzada.
Rodrigo algo mayor que Eloísa, se
desempeñaba como abogado y tenía
su propio bufete. De aspecto jovial,
bien vestido inmaculado con sus camisas
blancas de puño y cuello albos.
Cuando salía de sus trajes y se colocaba
jeans aún con chaqueta, Eloísa no
ocultaba su admiración. Alto, de piel
canela, ojos negros. ¡Guapo como ninguno!
Ya no tenía
tiempo para arrumacos, le había
dicho una tarde
muy serio.
Ella empezó a deambular por la casa, la llenaba de rosas y cestos con flores
por los rincones. Habría ventanales y ponía música
romántica. Quería llenar esa
casa de alegría y lo conseguiría se había dicho.
En un tiempo, nada dijo de sus rosas, ni de la música, pareció no importarle. Fue una noche
después de la cena, que la miraba diferente. Eloísa creyó vislumbrar a su Rodrigo de antes, y se
lanzó a sus brazos, él la detuvo
con violencia_ ¿Qué haces?
¿Has perdido el juicio! Ella
enmudeció.
Las salidas
a reuniones sociales terminaron. Empezó a sentirse cada vez
más desolada. Su tristeza y su
llanto se hicieron un hábito, ya no
podía besarlo cuando llegaba, tenía
miedo molestarlo.
¡Un hijo pensó,
debo darle un hijo! Pero
Rodrigo ya no dormía con ella como en un principio. Se
quedaba horas en la noche en su escritorio, y cuando ella se dormía él para no despertarla se iba al de alojados. En la mañana salía sin despertarla, y su voz fue
tomando matices autoritarios. Ya
no le hablaba, eran órdenes, quiero esto, lo otro y no me esperes despierta que eso me molesta había dicho en varias oportunidades que ella le reclamara su
presencia en la cama.
Ocho años estuvo esperando que su Rodrigo le diera un hijo. Ocho años que su amor se fue
transformando en un papel arrugado, al fondo del cesto de los papeles.
Sacando coraje
una tarde le pidió la separación. Ya no me amas Rodrigo le dijo
ella llorando, y le suplicó que le
dijera el por qué. Nunca me haces el
amor.
¿Amor? Qué es eso dijo él, no seas ridícula, el amor no existe. ¡Tú me amabas, lo dijiste
Rodrigo! Te casaste conmigo,
por amor, ¿lo olvidaste?
Su risa resonó
por toda la casa, las paredes
como eco la repitieron… ella dejó correr
sus lágrimas y le miraba atónita. ¡No podía
creerlo!
Necesitaba una mujer para
demostrar que soy exitoso. En esta sociedad
el hombre serio debes ser casado,
y yo como abogado debía serlo. Ella no escuchaba, había salido corriendo, sus cabellos sueltos la hacían
parecer un fantasma por los pasillos a
media luz. Rodrigo odiaba las luces potentes. Se dejó caer en la cama sollozando. Unos brazos la tomaron con fuerza, le hizo daño, la mirada penetrante y dura la
descontroló. Rodrigo no, no eres
tú. ¿Por qué cambiaste? ¡No me dejarás nunca, oíste, nunca!
Y salió de la habitación dando un
portazo. Temblaba de pies a cabeza y su miedo
la atrapó ¿Cómo pudo
engañarla de ese modo? ¡Qué ciega y tonta
había sido!
Esa noche
durmió vestida, no tuvo
fuerzas para sacarse la ropa
y colocarse pijama.
Desde el día siguiente
Rodrigo simplemente no la miró más. La hizo sentirse un mueble
que decoraba la casa, y esa casa
era de su propiedad.
Cuando hizo su maleta con la decisión de dejarlo, no lo dudó. Pero
él había cambiado las cerraduras y ninguna de las
llaves le sirvió. Era increíble, ella prisionera en su propia casa
y su marido el carcelero. Empezó a
observar a Rodrigo, le espiaba en
las noches, ya no dormía
con ella desde mucho tiempo
atrás. Una noche decidió vigilar lo que hacía. Se hizo la
que dormía, él la visitaba para darle
las buenas noches y cerraba la
puerta. Ella lo esperó detrás de
las cortinas. El avanzó a oscuras, miró
en la salita de baño, se sentó por un
segundo al borde de la cama, Eloísa
transpiró frío. Se puso de pie y salió dejando abierta la puerta tras de
si…..ella dudó, se quedó inmóvil
esperando. Silencio. Se mantuvo sin respirar y sacando coraje
avanzó por el pasillo. Una
luz salía de la puerta, estaba entreabierta,
escucho un chasquido, un reclinar de cojines… avanzó lentamente, no pisaba, volaba
por el pasillo. Cuando llegó lo
que vio la dejó sin habla.
Rodrigo abrazaba a otro hombre,
le tenía las manos por la
nuca, vio sus cabellos, negros como la
noche. Sintió la respiración agitada de dos cuerpos, no pudo moverse. Sus
ojos no daban crédito. Escucho una voz,
la de Rodrigo: ¡Amor mío!, podemos amarnos
sin cuidado ella como de
costumbre duerme.
Abrió la puerta de para en par y
les miró con desprecio. No hubo reproches.
Esa noche ella
compró su libertad, sin tregua. Sin querer le
había dado la mejor prueba
para dejarlo. El no fue capaz
de detenerla.
Qué le dijeran que estaba
viejo, canoso…no tenía
importancia, ella jamás diría a
nadie lo que esa
noche vio.
Rodrigo, se había
comportado como todo un hombre,
sin gritos, sin blasfemias, la dejó
salir, sin antes hacerle jurar que nunca, diría el motivo de su separación.
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