martes, 24 de mayo de 2011


Edith Moncada. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación.. (Julio Cortázar)

Al darnos cuenta que la casa estaba irremediablemente tomada, por "esos extraños ruidos", decidí abandonarla.

Había sido nuestro hogar, vivíamos en ella desde nuestro nacimiento, más de cuatro décadas ya. Allí se encontraban nuestros recuerdos, días de infancia, de juventud y los de ahora, que ya somos adultos.

Recuerdo el último día, el martes en la noche, salí del dormitorio en busca de la pava para tomar unos mates y el ruido en la cocina no me dejó avanzar. No se si eran voces mal humoradas o quizás avecillas peleándose, para adjudicarse algún nuevo espacio de la casa, ya estaban en todas partes. Irene que se dio cuenta de mi repentino detenimiento, vino a mi lado asustada, me miró implorante, nos quedamos pegados al piso, la puerta de roble que separaba los ambientes pareció frágil, liviana de papel, se escuchaban los sonidos de carreritas y correr de sillas, nos quedamos impávidos. No lo dudé. Nos iríamos esta misma noche.

Salimos de la casa sin nada, excepto nuestras tarjetas de crédito, todo lo demás quedó allí. Los recuerdos los tendríamos siempre en nuestra mente, allí nadie se apoderaría de ellos, a no ser que nosotros quisiéramos.

La noche afuera se sentía fresca, ya era mayo, la brisa helada nos golpeó sutilmente la cara, como para hacernos despertar de aquel nefasto suceso.

Por la avenida Rodríguez Peña avanzamos de prisa, no nos dimos cuenta, una sombra nos seguía, no existía forma alguna de percatarnos, a no ser que pudiésemos desdoblarnos y eso no era posible. Nuestros cuerpos tendían a juntarse a medida que caminábamos. La calle en penumbras se nos hacía misteriosa. Irene susurrando me dijo: _ ¿Vamos al hotel Claridge ?_

_ ¡Sí, dije!_ sin saber porque. En realidad con el susto no había pensado a donde ir. Es una excelente idea, allí estaremos cómodos y seguros.

Hice parar un taxi que venía calle abajo. ¡Al hotel Claridge! dije.

El chofer se veía asombrado, no lo comprendí. ¿Acaso nos conoce? (¡No, me dije de ninguna manera!). Noté que nos miraba por el espejo retrovisor con una mirada inquisitiva. Irene nerviosa tomó mi brazo y suspiró profundo. Escuché al chofer decir: ¿Los niños deben estar con mucho frío? Nos miramos Irene y yo al mismo tiempo. ¿Los Niños?

_¡Se veían tan entumecidos!_ fueron ellos los que hicieron detenerme. Ya había decidido retirarme e iba camino a mi hogar, cuando les vi. Parados en la noche y con los niños tan desabrigados. Pensé los llevo, no puedo dejarlos.

Ambos sonreímos estúpidamente.

_ ¿Ustedes no son de acá? _Se nota que no, no conocen el clima. Al bajarnos en la puerta del hotel, se despidió diciendo: " Abriguen esos niños amanecerán resfriados mañana" No entendimos nada. (Está loco pensé).

En el hotel no había habitaciones disponibles con dos camas. Tuvimos que tomar separadas, sería sólo por esa noche, ya mañana veríamos otro lugar más cómodo. La noche fue bulliciosa, volví a sentir esos murmullos, parece que venían del closet. (Estoy divagando, me dije) cerré los ojos y me dormí.

Irene en su habitación tuvo pesadillas, por la madrugada sintió que le sacaban el cobertor, sintió frío y en un ademán mecánico lo levantó, fue entonces, abrió los ojos y allí a los pies de la cama dos niños pequeños casi desnudos, con ojos vidriosos la miraron. Dio un grito y saltó de la cama. Tocó el timbre. En un momento llegó una camarera. Irene arrodillada en un rincón de la habitación temblaba. Sin decir palabra mostraba con su mano debajo de la cama. La mujer sin entender se acerca y le pregunta:

_ ¡señora! ¿Qué le sucede, se siente usted mal?_

_Allí, allí están, ¿acaso no los ve?_

Cuando entré a ver a Irene, sus ojos al principio no me reconocieron. La abracé y su cuerpo se ovilló. Más tarde ya algo recuperada me confidenció. _ ¡Los niños, son niños, nos persiguen!_

_ ¡Irene, no hay niños acá, sólo tuviste un mal sueño!_

A dos días de la pesadilla conseguí otra habitación, Irene dormiría en una suite. Pondrían una cama pequeña al lado de la suya para mí, así podría estar con ella y velar su sueño.

Mis manos acariciaron el cabello de Irene, sentí su pelo suave deslizarse por mis dedos. La camarera había dejado la bata de dormir color rosa de seda como se lo había pedido en la mañana.

_Irene póntela y descansa, esta noche leeré un buen libro francés que encontré y estaré al lado tuyo._ Me sonrío.

El libro me mantendrá despierto y mi mente podrá relajarse. (Me dije).

De ahora en adelante nuestra vida será diferente, los fantasmas del pasado no volverán a levantarse. Esos niños no existen, es una mentira de la mente de Irene. Y sacando sus lentes para leer se enfrascó en el mundo que tenía en sus manos.

Lo que ellos, los hermanos no saben, y no sabrán es que los niños juegan bulliciosamente, descalzos y deambulan por toda la casa. Son parte de ella han estado y estarán ahí siempre. Las cortinas permanecen cerradas y las habitaciones todas a su disposición.

La noche de la huida, quisieron irse con ellos, pero desistieron. En el hotel había mucha gente, nada era de ellos y la luz del sol les hizo daño, volvieron a sus antiguos rincones, su lugar favorito; la cocina.

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