miércoles, 18 de enero de 2012

Lluvia al ocaso.


Edith Moncada

Crepitaron sus siluetas

bajo la lluvia

del ocaso.

Cuando se vieron, quedó perpleja. Sin duda ese no era su José. Se parecía, tenía su altura, sus ojos, su mirada…pero no era la misma persona. Se sonrieron, ninguno dijo nada con respecto a cómo se veían. Claro que eran ellos, los de antaño. ¿Los mismos? ¡No! Su corazón lo supo, su alma lo comprendía el tiempo es inefable.

¿Cuándo su pelo se cubrió de hilos de seda? ¿En qué tristezas sus ojos se habían marchitado?

Y sin embargo su voz, era la misma. Aquella voz de ayer. ¿Cómo no recordarla? La había escuchado, acompañado en esas tardes tristes y solitarias de invierno, en primaveras cuando de la nada surgía su nombre. Al abrir un capullo en flor, al mirar el horizonte y sentir que allá en la lejanía, en algún lugar estaría él, con su voz endulzando el lugar, donde ella no podía llegar.

¡Qué locura es esta! Nunca más supo de él, ni tampoco de sus alegrías, de sus tristezas. Su recuerdo en un tiempo fue tormentoso, no la dejaba tranquila, por más que ella se fundía en otros pensamientos, su recuerdo brotaba como agua fresca. Alegre, feliz por las calles del barrio. Su caminar era airoso, altivo, y más de alguna vez le había oído en un susurro burlón que desapareciera. (Ella, había llorado)

Muchacho de mirada seductora, se sabía amado, y ella no sería jamás una de aquellas que le cerraban los ojitos y sucumbían. (Pero estaba encarcelada.)

Ahora ya no era aquel soberbio, gallardo y conquistador joven. Ella tampoco la misma. Sus ojos se miraron, se sonrieron. Caminó segura hacia él, como si lo hubiese visto por última vez ayer. El temblaba. Y ella no le daba importancia. (Disimulaba muy bien)

El le sonreía, le hablaba...ella sorda… (Pero escuchaba atenta).

Por primera vez en mucho tiempo, se volvían a ver. Ella en su mundo divagaba. Y pensar que mis ojos le lloraron tantas veces. Y pensar que mis labios pronunciaron su nombre cuando no debían. Y la vida me lo devuelve como una hoja marchita que el viento de otoño la hace crepitar oscilante ante mis ojos, frente a frente. Y yo sostengo erguida la mirada.

Lo siente cansado, desdibujado y su pensamiento la transporta a otras tardes. Ella saliendo del liceo. Él esperándola. Caminando tomados de la mano por aquella avenida riendo, amando en esos días de eterna primavera y risa fácil. (Qué difícil fue reír después)

Esta tarde se ha puesto gris, una bruma espesa comenzó a poblarlo todo.

De pronto se ve vestida de uniforme, su pelo largo en cascada por la espalda. Su risa inunda la ciudad...

Sus labios le besan, le besan todo es un beso. Beso de calles, de árboles que salen al paso. La bruma de la noche cae sobre ellos.

La mano de él temblorosa toma la suya y la saca de sus cavilaciones. José la mira y se acerca despacio, despacio…y cerrando los ojos, corresponde a su beso. Lo atrapa, lo envuelve, ahora es ella quien tiene el dominio. Lo encarcela a su beso como queriendo recuperar el tiempo perdido. Se apartan y sus ojos se miran estupefactos, sonríen. Tiemblan. (No saben que son ancianos)

Una fina lluvia les moja el pelo, la cara, los ojos, los labios. Empapados caminan abrazados. Unas gotas no tienen importancia .Sus ojos no distinguen la lluvia de las lágrimas, ambos no distinguen, están llorando. Sus almas se han encontrado en el ocaso. La vida tardó un siglo en juntarlos.

Un chirrido abrupto de bocinas se escucha , luces que pasan y se detienen.

La fina lluvia envuelve y viste sus cuerpos. La gente observando atónitos. Aparecieron de improviso decía el chofer del auto: les toqué la bocina, pero ellos nada escucharon.

Sus manos entrelazadas sus cuerpos yacían bajo la lluvia.Una sonrisa abunda en los labios de ambos. Han caído anudados, en un abrazo eterno, ahora juntos por siempre.

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