Edith Moncada
Sus manos entrelazaban las mías, todo el día estuvimos juntos.
Sus palabras decían lo mucho que me amaba. Sus besos eran sólo míos. Dijo cien veces: nunca dudes de mis palabras. Yo embelesada le escuchaba. Y mi corazón a cada palabra suya palpitaba.
Nuestras citas eran diarias llevábamos de noviazgo varias semanas. Su risa era mi risa, y en su boca la miel yo encontraba.
Me llevó de vuelta a casa, en la puerta siempre me dejaba. Esperé que se perdiera por el camino del Alba. Algo me decía que esta tarde era extraña. Me fui tras sus pasos, sin que lo notara…..caminé ocultándome en cada árbol que por el camino se hallaba.
En la noche oscura, caminé sola tras sus pasos que furtivos se alejaban.
Me vi caminando por la misma acera donde sus pasos iban tras ella.
Su silueta esbelta se perdía en la noche negra. Hice un esfuerzo para ver como era. La alzó en sus brazos desplegando al viento su negra cabellera, negra tan negra como mi pena. Me detuve silenciosa ya no había prisa por verla. Sus ojos cual dos faroles alumbraron mi desierto y en ese instante caí presa.
Un esfuerzo hice para que no me vieras, iluso mi temor, sus ojos sólo eran para ella. Escuché sus risas todo en ellos era felicidad completa.
Sus labios buscaron ansiosos los de ella, se fundieron en un beso que duró la noche entera.
Me hice invisible para que no sintieras pena, yo tenía vergüenza. Esa noche ya no era yo, habías matado mi existencia, sin daga, sin flecha.
Hoy sólo tengo el dolor de mi hermana, por esa vida que ya no estará contigo Rubén.
ResponderEliminar