jueves, 19 de enero de 2012

Más allá del amor

Ella bebe una taza de café, él, la observa  desde  su rincón en  penumbras. Ya son las  diez  con quince. Esperará a que ella se levante, para ir a dejar la taza a la cocina, sabiendo como es, no la dejará en la mesita. Es  meticulosa, maniática del orden,y odia ver cosas que no estén en el lugar que le corresponde. La ve avanzar por  el pasillo, va apagando luces, esa manía  de ahorrar.
Permanece en silencio, sentado donde siempre. Ella  lo ignorará, como de costumbre. Espera y su espera no es en vano. Pasa ligera como pluma, dejando una aureola  de fragancia a jazmín. Lleva el pelo suelto, cae sobre los hombros. Su cabellera hermosa de color  cobrizo. Esa que lo embrujó, arrebatándolo de pasión. ¡Cómo había amado a esta mujer!.  ¡Cuán hechizado estuvo  por ella ! Le amó  de tal manera que jamás  vislumbro su frialdad. Su belleza hacía olvidar todo desaire. Amarla, era para él  un rito sagrado. Fina, delicada, sensual, caprichosa.
 En un principio, cubrió  todos  sus deseos, nada quedó que él deseara. Ella siempre  presta , solícita, amante entregada.  El deseo por ella, por tenerla en sus brazos, acariciar su cuerpo  de porcelana, sentir  sus gemidos al primer contacto de sus dedos, lo trastornaba. Bastaba una caricia , una mirada y él ya estaba encendido. Nunca dijo no, a nada. Cumplió todas sus fantasías y poseerla era  como un galope en caballos blancos  por  el valle de la luna. Toda ella era pasión, su voz  acariciaba, era música a sus oídos. ¡Oh! qué  mujer tan ardiente fue en una época.
Escucha  cuando cierra la puerta de su alcoba, espera. Siente que no ha puesto el cerrojo. Se levanta y con un brillo especial en los ojos que nadie  puede ver, saca de su bolsillo el revólver, lo acaricia, sus manos ya no tiemblan.  Esta noche será  esta noche, se dice y su boca sonríe.
Catalina, se ha puesto el camisón, cepilla su pelo,  coloca unas gotitas de:  Anaís Anaís detrás de su cuello, esa costumbre que nunca dejó de lado, aún ahora después de cumplir su aniversario número cuarenta y cinco. Sus ojos  verdes, desafiantes, intrépidos aún miran con altivez. El espejo que la refleja, muestra una mujer  atractiva, con un dejo de misterio.
Alfredo, fuma un cigarrillo, ha salido al jardín, la noche está espléndida, la luna brilla a lo lejos, parece su cómplice, se mueve siguiendo cada paso que él va dando entre los Ibiscos y el Magnolio que ama Catalina.
Su mano está firme, el revólver frío. Observa en silencio, su corazón galopa. galopa. De sus sienes gotas  de sudor  corren . Tengo que hacerlo se dice...¡la mataré!
De pronto un ruido, se agazapa. Ella abrió la ventana, está observando la luna. Desde su escondite  puede verla incluso distinguir su silueta.¡ Está  tan bella!. ¿ Cuándo dejó de amarlo?  Hace  memoria y nada encuentra.
A la mañana siguiente, nada ha cambiado, en la casa silencio, ese silencio acostumbrado.Catalina ya vestida y perfumada salé a su trabajo. Deja en la mesita de la cocina, la taza , el café , la leche. En el platillo dos Donas, las que Alfredo degusta cada mañana. Coloca el papel escrito con lo de siempre en la azucarera: Alfredo, amor  que tengas  un lindo día, hasta la tarde a las seis. Catalina.
Un  golpe en la puerta de la oficina, su secretaria:
_Sra:. Catalina, el médico de su esposo, cambió la cita a la consulta, será mañana a las cinco menos diez. Dice que usted  debe ir  también.
_Gracias , Roberta, hazme acordar  mañana, para que el chofer vaya a buscar a mi esposo  a casa.
 . A la mañana siguiente , un silencio abrumador. Son las nueve con cuarenta A.M. El teléfono suena y suena, nadie contesta. Catalina permanece en la cama, sus ojos  abiertos y un hilo de sangre en la comisura de los labios. Su pelo está tijereteado y tirado  al lado de la cama... en el espejo del baño se lee: "muera perra, maldita". Fue escrito con rouge rojo.
Alfredo desayuna , la taza de café  humeante, el olor a pan  tostado  inunda  la cocina. No más  Donas  se dice  y sonríe,  su mirada está  tranquila. Su aspecto muestra un hombre varonil con  pliegues de luna en la sien. Su mano  sostiene la taza y avanza con seguridad y confianza  a contestar el teléfono.


Edith Moncada Monteiro.



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