sábado, 21 de enero de 2012

Sin daga, sin flecha.

                                                                             Edith Moncada

Sus manos  entrelazaban las  mías, todo el día  estuvimos  juntos.
Sus palabras  decían lo mucho que me amaba. Sus besos eran sólo míos. Dijo cien veces: nunca  dudes  de mis palabras. Yo embelesada le escuchaba.  Y mi corazón  a cada palabra  suya  palpitaba. 
Nuestras citas eran diarias llevábamos de  noviazgo varias  semanas. Su risa  era mi risa, y en su boca la miel yo encontraba.
 Me  llevó de vuelta  a casa, en la puerta  siempre me dejaba. Esperé que se perdiera  por  el camino del Alba.  Algo me decía que  esta  tarde  era extraña.  Me fui tras  sus pasos, sin que lo notara…..caminé  ocultándome  en cada árbol que por el camino se hallaba.
En la noche  oscura, caminé  sola tras  sus pasos  que  furtivos se alejaban.
Me vi caminando por la misma acera donde  sus pasos iban tras ella.
Su silueta esbelta se perdía en la noche negra. Hice un esfuerzo  para ver como era. La alzó en sus brazos desplegando al viento su negra cabellera, negra tan negra como mi pena. Me detuve  silenciosa ya no había  prisa por  verla. Sus  ojos  cual dos faroles alumbraron mi desierto y en ese instante  caí  presa.
 Un esfuerzo hice para que no me vieras, iluso mi temor, sus ojos  sólo eran para ella. Escuché sus risas todo en ellos era felicidad completa.
Sus labios buscaron ansiosos  los de ella, se fundieron en un beso que duró la noche  entera.
Me hice invisible para que no sintieras pena, yo tenía  vergüenza. Esa noche ya no era yo, habías  matado  mi existencia,  sin daga,  sin flecha.


1 comentario:

  1. Hoy sólo tengo el dolor de mi hermana, por esa vida que ya no estará contigo Rubén.

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