miércoles, 27 de abril de 2011

Cenit Edih Moncada





Sólo el respirar de nuestros cuerpos se escucha en la habitación. Estamos, como de costumbre, silenciosos, esto ya es un hábito en nuestro diario vivir. Nos hemos ido quedando cada vez con menos palabras en los labios.
Esta noche es como una más, en nada distinta a otras. El cuarto en penumbras refleja en la pared nuestras siluetas: se ven fantasmales. La luz de las velas es tenue, y pareciera que estamos lejos, lejos uno del otro; y que la habitación fuera un gran bosque de oscuridad. En realidad no tiene nada de raro, somos dos fantasmas que se entrelazan en una relación de dos seres que no se perciben, no se ven, no se sienten, no se tocan.
Hemos estado así por largo tiempo. ¿Cuánto? No sabría decirlo con precisión. Si le preguntáramos a Ricardo, creo que menos podría decir cuánto. Él no está preocupado de ello, ni de mí, ni de nada. Simplemente no está.
El reloj de pared da las diez, y, en silencio, cuál sonámbulo Ricardo se levanta de la silla y la entra con sumo cuidado, como si fuera de cristal. Avanza con pasos lentos, como si cada uno de ellos fuese el último. Entonces con voz tímida le digo:
- ¿Podría leerte un capítulo de tu novela?, quizás eso te ayude a dormir bien.
Con un gesto cansado, levanta su mano derecha y me dice: -
¡Déjalo, mañana quizás!
El dormitorio está frío, como toda la casa, y el silencio retumba en mis oídos. Tomo el rosario y comienzo a rezar.
En otros tiempos la casa estaba llena de algarabía. Nuestros hijos corrían por los pasillos. El jardín siempre lleno de rosas, las hortensias brotaban por todas partes. Y en la mesa del comedor siempre estaban los niños a la hora del té.¿Cuándo comenzó este silencio? ¿En qué momento se secaron nuestras bocas, tal cual se secaron las hortensias y quedó mudo el campanario del reloj?
Ricardo, eras tan apuesto, tan gallardo, siempre con la sonrisa en los labios. Ahora tus mejillas están hundidas y tus ojos secos ya nada ven. Lo más doloroso de estos años es tu silencio, decidiste no hablar, nada te interesa. Y yo, para no incomodarte, me hice tu cómplice.
En esta casa grande donde todo nos queda lejos, hasta nuestros encuentros se perdieron, tal como se perdió la juventud.
Los hijos se fueron, uno tras otro. Y de pronto nos vimos solos. Fue una pena que Dios nos diera sólo varones; quizás si hubiera llegado una niña, ella estaría hoy con nosotros. Los muchachos se enamoran, se casan y se olvidan de sus padres.
Recuerdo el día que Vicente, el menor, nos anunció que se trasladaba fuera del país. Cuánto te alegraste de ello. Dijiste que significaba un gran avance en su carrera, pero al pasar el tiempo, nos dimos cuenta que ya no volvería. Y nos fuimos conformando, soñando con la Navidad para verlos.
En los primeros años, el pavo y el champán siempre estuvieron listos, por si alguno de ellos llegaba a saludarnos y darnos esa alegría; pero, como no sucedió, nos fuimos apagando. Nada dijimos y el silencio se llevó nuestras voces.
Tu silueta se fue encorvando y cada día te noto más lento. Tus manos tiemblan y ya no pueden peinarte; por eso en las mañanas, apenas sale el sol -ese sol que nunca entra a nuestra casa- vas al vestíbulo y te colocas la boina. Te miro a lo lejos, y aún así me pareces buen mozo. La nariz aguileña con el azul de tus ojos ( te dan un aire de distinción.)
¿Cómo pasó el tiempo, cómo se llevó a nuestros hijos...? ¡Ay! Ricardo qué sola me siento; si tan sólo pudieras mirarme y ver que estoy sufriendo. Pero tu propia pena no te deja verlo.
Hoy amaneció frío, algo más que otros días. Te miro de reojo y veo que me miras, ¡me miras!...por un instante he visto un destello: esa mirada de antaño, esa mirada que tanto amaba. De pronto me vuelvo coqueta y te sonrío. Balbuceaste mi nombre y corrí a tu lado; me tomaste la mano y dijiste:
- Usted quién es? Comprendí: en silencio te sonreí y te abrigué las piernas con la manta.
Camino por el largo pasillo, enciendo luces y busco la novela, ésa que nunca terminé de leerte; lo hago ahora, aunque ya no me escuches. La luz del pasillo se hace cada vez más tenue. Y también mi voz.

sábado, 9 de abril de 2011

El regreso


Tocaron la puerta y corrí a abrirla, sentía en mi piel que podía ser él.

La tarde estaba tibia y una suave ráfaga de viento me besó al dejar entreabierto el portón por si querías entrar por allí. No se porque razón pensaba que llegarías esta tarde.

Habían pasado muchos años desde el día que te fuiste, y en mi corazón nunca dejé de soñar con el día que regresaras.
Me imaginaba que traías tu camisa azul, esa que te regalé cuando cumpliste veinte años y que tú con tus verdes ojos miraste con tanta alegría y besando mi cara te alejaste feliz al pueblo a encontrarte con tu novia María Teresa.
Esa chiquilla morena de trenzas negras que tanto amabas, ella con la belleza de los diecisiete, con su mirada lánguida y voz de miel, regalona te tenía cautivado.
Era tu primer amor, y tenías el porte de un águila en vuelo. Esa tarde que caminaste por el sendero de las hortensias, saliendo de la casa, donde tu figura la vi desaparecer entre los álamos del camino que te llevó al pueblo, esa la última que vi tus ojos verdes mirarme con amor. No sospechaba que sería la última vez que tendría la felicidad de tenerte a mi lado.

Con el tiempo comprendí y acepté que te habías marchado. Nunca entendí el por qué de no contármelo, si yo tu madre te habría aconsejado y les habría dado un pedacito de nuestra tierra para ustedes, para que hicieran su nidito, y hasta unos animalitos les habría puesto en los corrales.¿ Qué te hizo tomar esa cruel decisión, marcharte así sin una palabra, acaso no confiaste en mí, en tu padre?
No hubo noche que no te esperará con el mate cebado, como a ti te gustaba, el pancito calientito en la cocinilla y el queso con la mantequilla recién hecho.

Pronto llegaron los rumores del pueblo y supimos que se habían casado. Y que hasta un niño tenías. Jesús le pusiste me dijo la madre de María Teresa, tu suegra, que también como yo, lloraba su pena.

El compadre Ramón me decía, no llore comadre, ya verá que los chiquillos vuelven, estos cabros cuando son jóvenes son chúcaros y cuesta domarlos, pero ya verá como vuelven mansitos en un par de años.
Tu padre Mañungo, no resistió la pena y los fríos del invierno le enfriaron las venas.
Se perdía días enteros cabalgando a la cordillera, no regresaba hasta avanzada la tarde, soñando encontrarte con las botas de cabalgar puestas, _yo nunca le reprocharé nada le decía a todo aquel que por ti le preguntaba_.
Pero pasaron los inviernos Juan, y no regresaste, hasta que una tarde no volvió de su cabalgata y fue el compadre Rosamel quien salió a buscarlo. Encontró su caballo desbocado en el peñasco, allá frente a las “ ánimas” te recuerdas. Entonces salieron los hombres a la mañana siguiente al alba, Tu padre se quedó para siempre aguardando tu llegada, desbarrancó y quedó postrado en la grieta de los “ MUERTOS”. De allí nadie pudo sacarlo, llegar a ese lugar era una locura. El cura del pueblo hizo una misa en su nombre y por su alma. Y yo le rezo cada noche un rosario completito para que Dios lo tenga calientito.

Dicen que tienes fortuna y varios hijos, y que hasta auto tienes allá en la capital, que pasas tan ocupado por eso no has podido regresar.
Yo nunca pensé que María Teresa, tendría tanto poder sobre ti, sacarte de mi ranchito de esa manera y dejar a su madre para irse a la capital, tú que eras tan gallardo cómo dejaste que ella decidiera tu futuro, pero claro así es el amor, cuando se apodera de tu cuerpo pierdes toda noción de cordura y ambos se olvidaron de sus raíces.
Mi corazón me dice que esta tarde volverás , siento en el aire tu presencia. Si hasta los aromos se adelantaron y te esperan ya florecidos. ¿ Te acuerdas de los caquis?, están cargados y parecen que esperan que tus niños vengan a cogerlos de sus ramas, hay tanta fruta acá que necesitan de niños , ¡de tus niños !
Juanito, dile a María Teresa, que vengan que mi corazón les espera con alegría, si hasta una huerta tengo preparada para que saquen verduras frescas.
Hay dos vacas preñadas y un chancho con sus crías. En el gallinero, las gallinas no dejan de poner sus huevos cada día.
Hijo por favor, no dejes de venir esta primavera.
Doña María Flor, sentada en el corredor de su casa espera la llegada de su hijo , su nuera y sus nietos. Sus manos ya gastadas y deformes por el reumatismo se retuercen con torpeza, y sus ojos vidriosos creen ver por el sendero la llegada de ellos. Se levanta de su silla y sale al encuentro, su compadre Rosamel, es el que viene cabalgando y trae en sus manos un telegrama, es de Juan que llega mañana.

María Flor, esa noche se acuesta contenta, tiene el comedor preparado y en el corredor un animal cuelga, listo para el asado cuando su hijo llegue, los peones ya saben y tiene la chicha dispuesta. Mañana en casa habrá una gran fiesta.

La noche se ha posado sobre la casa paterna, el fuego está encendido en la chimenea, los gatos duermen bajo las mesas. En su cama doña María flor reza, dando gracias por la llegada que tanto espera. Afuera los perros vigilan.
Las hortensias abundan por el camino donde un día Juan saliera.

Son las siete de la mañana, el sol ya está alumbrando la hacienda.
Los ojos de María Flor descansan , su cuerpo aún tibio no siente el beso que de lo lejos llega, Juan ha vuelto y su madre descansa la siesta eterna. En su cara se refleja la paz que deja al alma cuando un hijo regresa.

martes, 5 de abril de 2011

Cenit


Sólo el respirar de nuestros cuerpos se escucha en la habitación. Estamos como de costumbre; silenciosos, esto ya es un hábito en nuestro diario vivir. Nos hemos ido quedando cada vez con menos palabras en los labios.
Esta noche, es como una más, nada que sea distinta a otras. El cuarto en penumbras, refleja en la pared nuestras siluetas. Se ven fantasmales. La luz de las velas es tenue, y pareciera que estamos lejos, lejos uno del otro, y la pieza fuera un gran bosque de oscuridad. En realidad no tiene nada de raro, somos dos fantasmas que se entrelazan en una relación de dos seres que no se perciben, no se ven, no se sienten, no se tocan.
Hemos estado así por largo tiempo. ¿ Cuánto? No sabría decirlo con precisión. Si le preguntáramos a Ricardo, creo que menos podría decir un tiempo. él no está preocupado de ello, ni de mí, ni de nada. Simplemente no está.
El reloj de pared da las diez, y en silencio cuál sonámbulo Ricardo se levanta del comedor ,entra la silla con sumo cuidado, como si fuera de cristal, avanza con paso lento, como si cada uno de ellos fuese el último. Entonces con voz tímida le digo: ¿Podría leerte un capítulo de tu novela, quizás eso te ayude a dormir bien? Con un gesto cansado, levanta su mano derecha y me dice - ¡déjalo, mañana quizás!
El dormitorio está frío, como toda la casa, y el silencio retumba en mis oídos, tomo el rosario y comienzo a rezar.
En otros tiempos la casa estaba llena de algarabía, nuestros hijos corrían por los corredores, y el jardín siempre lleno de rosas, las hortensias brotaban por todas partes, y la mesa de nuestro comedor siempre estaba con niños a la hora del té.
¿ Cuándo comenzó este silencio? ¿ En qué momento se secaron nuestras bocas, tal cuál se secaron las hortensias y quedó mudo el campanario del reloj?
Ricardo, eras tan apuesto, tan gallardo, siempre con la sonrisa en los labios y ahora tus mejillas hundidas y tus ojos secos ya nada ven. Lo que más doloroso me resulta con los años, es tu silencio, nada te interesa, decidiste no hablar y yo para no incomodarte me hice tu cómplice.
En esta casa grande donde todo nos queda lejos, hasta nuestros encuentros se perdieron, tal cuál se perdió la juventud.
Los hijos se fueron, uno tras otro y de pronto nos vimos solos. Fue una pena que Dios nos diera sólo varones, quizás si hubiera llegado una niña, ella estaría hoy con nosotros. Los muchachos se enamoran, se casan y se olvidan de sus padres.
Recuerdo el día que Vicente, el menor nos anunció que se trasladaba fuera del país. Cuanto te alegraste de ello, ya que dijiste significaba un gran avance en su carrera, pero al pasar el tiempo, nos dimos cuenta que ya no volvería y nos fuimos conformando, soñando con la navidad para verlos.
El pavo y el champán en los primeros años, siempre estaba listo, por si alguno de ellos llegaba a saludarnos y darnos esa alegría, pero como no sucedió, nos fuimos apagando, nada dijimos y el silencio se llevó nuestras voces.
Tu silueta se fue encorvando y cada día te noto más lento, tus manos temblorosas ya no son capaces de peinarte, por eso en las mañanas , apenas sale el sol, ese sol que nunca entra a nuestra casa, vas al vestíbulo y te colocas la boina. Te miro a lo lejos, y aún así me pareces buen mozo. La nariz aguileña con el azul de tus ojos te dan un aire elegante.
¿Cómo pasó el tiempo, cómo se llevó nuestros hijos...? ¡Ay! Ricardo qué sola me siento, si tan sólo pudieras mirarme y ver que estoy sufriendo, pero tu propia pena, no te deja verlo.
Hoy amaneció helado, algo más que otros días, te miro de reojo y veo que me miras, ¡me miras!...por un instante he visto un destello, esa mirada de antaño, esa mirada que tanto amaba, me he vuelto coqueta y te he sonreído... balbuceaste mi nombre y fui a tu lado, me tomaste la mano y dijiste:
¿ Usted quién es? Comprendí. En silencio te sonreí y abrigué con la manta tus piernas. Me encamino por el largo pasillo, enciendo luces y busco la novela, esa que nunca terminé de leerte, ahora lo hago, aunque ya no me escuches, la luz del pasillo se hace cada vez más tenue y mi voz también.

Suyai Edith copyright Chile

Evocando


En un instante, tan sólo uno, mi vida se cruzó con la muerte.

Como un haz de locura, una sombra oscura envolvió mi ser.

Fue atrevida y sin ápice de indulgencia, me vi desnuda, desvalida e indefensa.

Agolpándose furiosa la sangre desbocada nubló mi vista.

Un grito de terror ahogó mi llanto, y como un choque de témpanos, sentí crepitar mis huesos. Al alzar la vista, volví a sentir la daga punzante, mi vida escapaba gota a gota, sin embargo no había herida presente.

Un fuego abrasador quemaba mis sienes, una tormenta de nieve congeló mi voz.

El silencio a gritos despertó mi locura, y abrazada, arrodillada, frente a lo que ya no estaba, me estremecí, un susurro ahogado selló mis labios.

Había muerto aquella tarde, mi dolor fluía, y la luna presurosa buscó refugio en una nube que pasaba.

En la sombra de la subrepticia tarde que me llevó al desvarío, oculté mi dolor. Afuera; voces, risas, un mundo que ya no nos pertenecía. Creció mi angustia, ante el hecho consumado, y una ráfaga de viento mi cuerpo ovilló.

Su mano aún tomaba la mía y en sus ojos se fue la luz, inertes quedaron sus labios y un rictus de agonía me dijo adiós. Inmóvil permanecí por muchas horas, atrás quedó su risa, su llanto.

Te fuiste padre mío, aquella triste tarde, hoy al recordarte, vuelvo a morir, como aquel día que te vi partir.

Suyai Edith COPYRIGHT Chile

domingo, 27 de marzo de 2011

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca, su trompa, mejor dicho a las sienes de aquélla, chupándole la sangre.La picadura era casi imperceptible. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de plumas.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde en tarde, pero remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi.
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, aunque a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses--- se habían casado en abril--, vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura, pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego ras del suelo. La joven, con los ojos fijos. desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y a otro lado del respaldo de la cama. Una noche quedó de repente con los ojos fijos. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
--¡Jordán! ¡Jordán !-- exclamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, ..y al verlo aparecer, Alicia lanzó un profundo alarido de horror.
-- ¡Soy yo, Alicia, soy yo.!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de un largo rato de estupefacta confrontación, volvió en sí. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola por media hora temblando.
Entre las alucinaciones más porfiadas hubo un antropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso--frís





























































































































































































































os, columnas y estatuas de mármol--producía una otoñal impresión de palacio encantado.Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en la toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. Había concluído, no obstante por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil sin querer pensar en nada hasta que llegara su marido.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio, y siguieron al comedor.
Pst...---se encogió de hombros desalentado el médico de cabecera--Es un caso inexplicable..Poco hay que hacer...
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días. Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de su marido. Miraba indiferente a uno y a otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó muy lento la mano por la cabeza y Alicia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró amargamente, todo su espanto callado, redoblando el llanto a la más leve caricia de Jordán. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni pronunciar una palabra.
Fe ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
No se dijo el médico a Jordán, en la puerta de la calle---tiene una gran debilidad que no me explico. Y sin vómitos y nada...Si mañana se despierta igual, como hoy, llámeme enseguida.
Al día siguiente Alicia amanecía peor. Hubo consulta. Constatándose una anemia de marcha agudísíma, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte.
Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin que se oyera el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con la luz encendida.
Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación.
La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un instante en cada extremo a mirar a su mujer.
Siempre tenía al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aun que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaban ahora en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los días finales los deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y en la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán.
Señor!.. llamó a Jordán en voz baja... En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
Parecen picaduras... murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
¡Levántelo a la luz..le dijo Jordán!
La sirvienta lo levantó; pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
--¿Qué hay?-- murmuró con la voz ronca.
Pesa mucho..articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Alicia murió, por fín. La sirvienta, cuando entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada al almohadón.
Jordán levantó el almohadón, pesaba extraordinariamente.
Saieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos. Sobre el fondo, entre las plumas, moviéndose lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca, hasta dejarla vacía, seca.

































































































































































































































































































































































lunes, 21 de marzo de 2011

Cenit


En un instante, tan sólo uno, mi vida se cruzó con la muerte.
Como un haz de locura, una sombra oscura envolvió mi ser.
Fue atrevida y sin ápice de indulgencia, me vi desnuda, desvalida e indefensa. Agolpándose furiosa la sangre desbocada nubló mi vista.
Un grito de terror ahogó mi llanto, y como un choque de témpanos, sentí crepitar mis huesos. Al alzar la vista, volví a sentir la daga punzante, mi vida escapaba gota a gota, sin embargo no había herida presente.
Un fuego abrasador quemaba mis sienes, una tormenta de nieve congeló mi voz.
El silencio a gritos despertó mi locura, y abrazada, arrodillada, frente a lo que ya no estaba, me estremecí, un susurro ahogado selló mis labios.
Había muerto aquella tarde, mi sangre fluía, y la luna presurosa buscó refugio en una nube que pasaba. En la sombra de la subrepticia tarde que me llevó al desvarío, oculté mi dolor. Afuera; voces, risas, un mundo que ya no , nos pertenecía. Creció mi dolor, ante el hecho consumado, y una ráfaga de viento mi cuerpo ovilló. Su mano aún tomaba la mía y en sus ojos se fue la luz, inertes quedaron sus labios y un rictus de agonía me dijo adiós. Inmóvil permanecí por muchas horas, atrás quedó su risa, su llanto cuando el mal lo hacía sufrir, te fuiste padre mío, aquella triste tarde, y te llevaste algo de mí, hoy al recordarte, vuelvo a morir, como aquella tarde que te vi partir.

Suyai Edith copyright 2011 Chile

viernes, 25 de febrero de 2011

La otra Suyai


Cierra la puerta y entra como aturdida, aún no comprende lo que ha visto, lleva tanto tiempo
de casada ha sido feliz con su marido, aunque a veces le haya odiado por su manera de ser. Tiene esa pena escondida, para que los demás no se enteren, ella la que se ve tan completa, asertiva, inteligente y con una vida feliz. Lo que no saben es que dentro de su alma, el dolor la corroe. ¿Cuánto tiempo lleva así? Muchos, no sabe ya cuántos.
Hoy, nuevamente ha tenido un día de dolor con él, su marido, que se ve tan agradable, tan cariñoso y preocupado, pero que pocos saben la verdad.
Piensa, vuelve atrás en el tiempo, él siempre fue así, no es cosa de ahora, lo que sucede es que antes nunca lo vio . Ahora que han pasado veinticuatro años, ya no sabe qué hacer ¿ cómo no se dio cuenta?. ¿ Y cómo no hizo un alto para no permitirle seguir actuando de esa manera, tan sin respeto, tan falto de tino?
Siente que Carolina ha llegado. -¿ Mama, estás en casa? sigue sentada con la mirada perdida en la ventana. Entra Carolina y dice: - ¿mamá, estabas aquí y no me contestabas? - Si hija, disculpa me quedé dormida y no te sentí llegar. ¿ Cómo estuvo tu día en la universidad? !Mamá de nuevo se pelearon¡... ya conozco esa mirada tuya, el papá esta vez que te hizo? Nada hija, sólo estoy cansada. La chica sale del living y olvidándose de su cara, enciende el televisor, entra en la cocina y se prepara un sándwich.
Matilda, sabe que su historia ya no impresiona, siempre lo mismo, el papá hace de las suyas y la mamá llora, se queda escondida en algún lugar de la casa y nadie sale a buscarla ni a darle consuelo, esa situación ya se hizo cotidiana. ¿Por qué seré tan cobarde? Por qué no pongo fin a este matrimonio roto desde ya tanto tiempo? Siente en su interior pena por si misma. Qué la hizo tan dependiente? ¿cuándo dejó de ser la mujer respetada por su marido? Ya no queda más que rabia, en su interior la desazón la inquieta, si pudiera decir basta y salir con hidalguía de todo su martirio, pero tiene miedo , y no se haya capaz de enfrentar sola la vida.
Fue en la tarde que acudió a su cita con el dentista, cuando de vuelta se encontró con su amiga María Eugenia, se abrazaron contentas de verse y decidieron ir a tomarse un café, para conversar, hacía algún tiempo que no se veían, y eran amigas de años, cuando ambas eran solteras, Se acomodaron en un rinconcito alejado y casi en penumbras, y hablando de todo y de nada escucharon una risa que inundó el lugar ,una pareja acaba de entrar abrazados y riendo felices, pasaron por su mesa, al levantar la vista Matilda ve a su marido, es él , el que va con la mujer, para su desgracia o fortuna, él no se da cuenta de la presencia de ella. Suben al segundo piso y pierde su presencia, pero María Eugenia, también se ha dado cuenta y mira a Matilda sin saber qué decir.
Ella siente en la mirada de Maria Eugenia, lástima y su corazón late alocadamente, pero sacando fuerzas, sonríe y su voz se quiebra. ¿Tú la conoces a ella Maria Eugenia?
Le cuenta que es abogada , divorciada y con una hija de quince años. Llegó al rededor de un año atrás al bufete de abogados de Ernesto. Es allí donde comprende el cambio de su marido. Siempre con tanto trabajo, con viajes relámpagos. Pero puede que sólo sea una infidelidad sin importancia se dice, cómo para tapar la verdad que se ha puesto de frente a sus ojos.
Y tú sabías de esto, María Eugenia?_ la verdad amiga que todos lo saben, ya no es novedad verlos juntos . De pronto una tremenda pared ha caído sobre ella, quiere ir a enfrentarlos, mirarlo cara a cara, pero luego se dice, no, jamás me rebajaré a una situación tan degradante. María Eugenia, salgamos de aquí, por favor sácame , no quiero permanecer un minuto más en este lugar.
Ha tomado un taxi, y da vueltas sin sentido por la ciudad, hasta que el chofer le pregunta si está perdida. Han pasado dos horas y no sabe qué hacer, disculpe le dice- ahora diríjase a El camino del Aba.
Cuando Enesto llega ya pasado varias horas, se le ve dulce con ella, la besa en la cara y sonriendo le pregunta- Y cómo te fue hoy en el dentista? Ella le mira en silencio y sonriendo dice- mal. ¿Mal, pero por qué mi amor? Mi amor, cobarde piensa ella. Tendré un tratamiento largo, ya sabes lo que odio ir al dentista. No te preocupes ahora los tratamientos son totalmente indoloros, ¡relájate mujer! Se acerca y la besa con delicadeza en la frente.
Ernesto, estaba pensando si podríamos salir este viernes, me gustaría ir a bailar, hace tiempo que no vamos, y te ves cansado, quizás te haga bien un poco de distracción, ¿ no crees? ¿Ir a bailar?, qué cosas dices, estoy lleno de papeles y tengo un caso muy importante este mes fuera de la ciudad, pero lo tendré presente para más adelante.
Claro dice Matilda, estás tan ocupado con tu amante, que no tienes tiempo, para salir conmigo. Matilda qué cosas dices, sabes que no tengo amante alguna. ¡Mentiroso! ¡ hoy te vi, con ella ! Ninguno se ha dado cuenta de la presencia de su hija Carolina, ella se sienta en el sofá y los observa en silencio.
Matilda, de nuevo con tus ataques de celos, me tienes harto, he estado en la oficina toda la tarde con una cliente y tú me sales con esta barbaridad.
Mentira, mentira estabas con la otra, esa mujerzuela que trabaja contigo, ya todos te han visto, y hoy también lo he visto yo, con mis propios ojos, no lo niegues, porque te vi.
Se acerca a ella y mirándola frente a frente dice: pues entonces si me viste cállate, porque no lo voy a negar. Entonces toma tu ropa y vete , no te quiero aquí, adultero. No, no me iré, porque eres mi esposa y no te voy a dejar. ¡Qué dices estúpido! Si me engañas ándate. Los gritos comenzaron a subir de tono y las caras tenían cada vez un aspecto agrio, la mujer estalló en sollozos, y levantándose del sofá comenzó a romper todo lo que se interponía a su paso. El la tomó de los brazos con fuerza y dijo: cálmate mujer, cálmate . En ese instante Carolina salta del sofá y grita: cállense los dos, par de locos, me tienen aquí viendo como se pelean y no se dan cuenta que estoy presenciando esta horrible escena, los odio, los odio y salió dando un portazo.
Matilda, se recupera de su estado y aún con lágrimas dice: ¡tú eres el culpable, tú!
Matilda, dice Ernesto, eres mi esposa, pero es verdad, tengo una amante, pero aún te quiero.
Dame tiempo para salir de esta, y déjame hacerlo sin herirte, y tampoco herirla a ella. La abraza y la lleva a la cocina, le prepara un té, y le pide paciencia, en sus ojos hay amor, ella no sabe qué decir, se siente humillada, pero comprende que Ernesto debe superar esto y para eso, necesita de su ayuda.
Se ha tomado un calmante para dormir, pero aún así no consigue conciliar el sueño, a su lado en la misma cama Enesto duerme como si nada hubiese pasado. Le observa, ve sus sienes pobladas de canas, le dan un aspecto tan seductor, y sus labios aún conservan la carnosidad de joven, es apuesto sin duda, pero no tiene derecho a hacerme una cosa así, se levanta y se refleja en el espejo, la luna ha entrado por la ventana y tras el visillo ilumina la habitación. Lo que allí ve, es una mujer alta, con su largo pelo ondulado color azabache, y su figura espléndida, siempre ha conservado sus lindas piernas, esta visión de si misma le devuelve la confianza y entrando nuevamente en la cama, se acurruca y el sueño se adueña de su cuerpo.