Tan bella y apetecible como nunca la había visto,
pero ya inalcansable.
Ella permaneció impávida, fría como una lápida, no correspondió a su beso.
Edith Moncada
Crepitaron sus siluetas
bajo la lluvia
del ocaso.
Cuando se vieron, quedó perpleja. Sin duda ese no era su José. Se parecía, tenía su altura, sus ojos, su mirada…pero no era la misma persona. Se sonrieron, ninguno dijo nada con respecto a cómo se veían. Claro que eran ellos, los de antaño. ¿Los mismos? ¡No! Su corazón lo supo, su alma lo comprendía el tiempo es inefable.
¿Cuándo su pelo se cubrió de hilos de seda? ¿En qué tristezas sus ojos se habían marchitado?
Y sin embargo su voz, era la misma. Aquella voz de ayer. ¿Cómo no recordarla? La había escuchado, acompañado en esas tardes tristes y solitarias de invierno, en primaveras cuando de la nada surgía su nombre. Al abrir un capullo en flor, al mirar el horizonte y sentir que allá en la lejanía, en algún lugar estaría él, con su voz endulzando el lugar, donde ella no podía llegar.
¡Qué locura es esta! Nunca más supo de él, ni tampoco de sus alegrías, de sus tristezas. Su recuerdo en un tiempo fue tormentoso, no la dejaba tranquila, por más que ella se fundía en otros pensamientos, su recuerdo brotaba como agua fresca. Alegre, feliz por las calles del barrio. Su caminar era airoso, altivo, y más de alguna vez le había oído en un susurro burlón que desapareciera. (Ella, había llorado)
Muchacho de mirada seductora, se sabía amado, y ella no sería jamás una de aquellas que le cerraban los ojitos y sucumbían. (Pero estaba encarcelada.)
Ahora ya no era aquel soberbio, gallardo y conquistador joven. Ella tampoco la misma. Sus ojos se miraron, se sonrieron. Caminó segura hacia él, como si lo hubiese visto por última vez ayer. El temblaba. Y ella no le daba importancia. (Disimulaba muy bien)
El le sonreía, le hablaba...ella sorda… (Pero escuchaba atenta).
Por primera vez en mucho tiempo, se volvían a ver. Ella en su mundo divagaba. Y pensar que mis ojos le lloraron tantas veces. Y pensar que mis labios pronunciaron su nombre cuando no debían. Y la vida me lo devuelve como una hoja marchita que el viento de otoño la hace crepitar oscilante ante mis ojos, frente a frente. Y yo sostengo erguida la mirada.
Lo siente cansado, desdibujado y su pensamiento la transporta a otras tardes. Ella saliendo del liceo. Él esperándola. Caminando tomados de la mano por aquella avenida riendo, amando en esos días de eterna primavera y risa fácil. (Qué difícil fue reír después)
Esta tarde se ha puesto gris, una bruma espesa comenzó a poblarlo todo.
De pronto se ve vestida de uniforme, su pelo largo en cascada por la espalda. Su risa inunda la ciudad...
Sus labios le besan, le besan todo es un beso. Beso de calles, de árboles que salen al paso. La bruma de la noche cae sobre ellos.
La mano de él temblorosa toma la suya y la saca de sus cavilaciones. José la mira y se acerca despacio, despacio…y cerrando los ojos, corresponde a su beso. Lo atrapa, lo envuelve, ahora es ella quien tiene el dominio. Lo encarcela a su beso como queriendo recuperar el tiempo perdido. Se apartan y sus ojos se miran estupefactos, sonríen. Tiemblan. (No saben que son ancianos)
Una fina lluvia les moja el pelo, la cara, los ojos, los labios. Empapados caminan abrazados. Unas gotas no tienen importancia .Sus ojos no distinguen la lluvia de las lágrimas, ambos no distinguen, están llorando. Sus almas se han encontrado en el ocaso. La vida tardó un siglo en juntarlos.
Un chirrido abrupto de bocinas se escucha , luces que pasan y se detienen.
La fina lluvia envuelve y viste sus cuerpos. La gente observando atónitos. Aparecieron de improviso decía el chofer del auto: les toqué la bocina, pero ellos nada escucharon.
Sus manos entrelazadas sus cuerpos yacían bajo la lluvia.Una sonrisa abunda en los labios de ambos. Han caído anudados, en un abrazo eterno, ahora juntos por siempre.
Vestiremos las calles clandestinas con la dulzura de los besos.
Edith Moncada Monteiro
Regresa a casa después de sentir en su cuerpo las manos de él. Su boca aún lleva el sabor de ese beso que inventó en ese momento para él. Impregnado lleva su aroma en su pelo, en su ropa, sus ojos guardan el brillo que volvió al encontrar su mirada con la de él.
Hoy ha vivido la locura de un beso, y en ese beso ha quedado prendida, enlazada su alma. Atrás queda la mujer que ya nunca más será.
Su cuerpo tiembla, siente aquello inexplicable. Nunca, jamás nunca, pensó que sería capaz de vivir lo que ha experimentado hoy.
Infiel, desde hoy es infiel.
¿Es posible amar de esta manera…y después de toda una vida? Su pregunta la deja perpleja, siente vergüenza. Cierra los ojos y llora, no sabe si es de dolor por lo que ha hecho, o es alegría intensa. ¡Ha sido tan hermoso ser mujer!
No fue a encontrarse para tener un encuentro sexual. Fue en busca de la razón de su existencia. Un beso y silencio de todo. Se escuchó pasar el viento.
Recuerda; tenía trece años, y él un poco más. Ella le amó tanto, como nunca más lo hizo. Ella lo perdió.
Con el tiempo se casó con otra y nunca más supo de él. Ella se casó muchos años después.
Su corazón se detuvo en aquella edad, y aunque la vida siguió su curso, ella nunca le olvidó.
Vuelve a su hogar aún aturdida por lo que ha vivido. El marido le abre la puerta, la saluda con un beso. Sus hijos le preguntan por el brillo de sus ojos, ella turbada ríe nerviosa.
Las horas siguientes son un calvario. Siente en su cuerpo las manos de él.
El marido diciendo que bella estás, en su pecho una daga la crucifica sin piedad.
Los días son de una felicidad inefable, canta y llora sin razón.
Su ser su cuerpo su piel, están trastocados, se envuelve en una refrescante brisa, que enciende brasas ardientes que creyó apagadas.
Un silencio subrepticio la acompaña, el miedo, el placer de lo vivido la cautiva. . Se ha tornado taciturna, en su corazón un fuego la quema. Las lágrimas aparecen de la nada.
Una llamada telefónica la deja sin habla, la agazapa, la devora y el gusto de saber quien es la embriaga.
Citas furtivas, palabras que encadenan, besos que enloquecen.
Él le ha pedido que deje todo, que vivan su amor. La ama desea hacerla feliz. Que huya con él. Al recordar su voz, su aliento , no duda. Ya no puede seguir así, debe tomar la decisión.
Sus hijos están adultos. ¿Su marido? mejor callar. Hasta ahora no sabía del fuego que produce en la sangre el amor. Ha descubierto que es otra mujer , los mitos de la fidelidad la abandonan, se desnuda ante una nueva realidad y en vez de cerrar la puerta se rinde sin temor y llena de esperanza y felicidad.
Escribe una carta de despedida. Entiéndeme y perdona lo que no se puede comprender, pero hoy decido partir. Temo que no vuelvas a pronunciar mi nombre desde hoy.
Siente que es un sueño divino lo que ha vivido, desde la noche que tuvo su beso. Su vida toma de la vida el incienso, el almíbar acariciando su rostro en su recuerdo. Bebe su cariño y decide comenzar de nuevo .Deja su pasado. Llora por lo que va sintiendo. Vuelo de ti sin ataduras, te dejo antes que la vida me lleve a usar disfraces que no quiero.
La realidad de mi vida comienza hoy, no me busques, no me perdones, olvídame sólo eso quiero. Sale y cierra la puerta, el día está amaneciendo.