domingo, 27 de marzo de 2011

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca, su trompa, mejor dicho a las sienes de aquélla, chupándole la sangre.La picadura era casi imperceptible. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de plumas.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde en tarde, pero remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi.
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, aunque a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses--- se habían casado en abril--, vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura, pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego ras del suelo. La joven, con los ojos fijos. desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y a otro lado del respaldo de la cama. Una noche quedó de repente con los ojos fijos. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
--¡Jordán! ¡Jordán !-- exclamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, ..y al verlo aparecer, Alicia lanzó un profundo alarido de horror.
-- ¡Soy yo, Alicia, soy yo.!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de un largo rato de estupefacta confrontación, volvió en sí. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola por media hora temblando.
Entre las alucinaciones más porfiadas hubo un antropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso--frís





























































































































































































































os, columnas y estatuas de mármol--producía una otoñal impresión de palacio encantado.Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en la toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. Había concluído, no obstante por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil sin querer pensar en nada hasta que llegara su marido.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio, y siguieron al comedor.
Pst...---se encogió de hombros desalentado el médico de cabecera--Es un caso inexplicable..Poco hay que hacer...
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días. Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de su marido. Miraba indiferente a uno y a otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó muy lento la mano por la cabeza y Alicia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró amargamente, todo su espanto callado, redoblando el llanto a la más leve caricia de Jordán. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni pronunciar una palabra.
Fe ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
No se dijo el médico a Jordán, en la puerta de la calle---tiene una gran debilidad que no me explico. Y sin vómitos y nada...Si mañana se despierta igual, como hoy, llámeme enseguida.
Al día siguiente Alicia amanecía peor. Hubo consulta. Constatándose una anemia de marcha agudísíma, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte.
Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin que se oyera el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con la luz encendida.
Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación.
La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un instante en cada extremo a mirar a su mujer.
Siempre tenía al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aun que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaban ahora en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los días finales los deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y en la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán.
Señor!.. llamó a Jordán en voz baja... En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
Parecen picaduras... murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
¡Levántelo a la luz..le dijo Jordán!
La sirvienta lo levantó; pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
--¿Qué hay?-- murmuró con la voz ronca.
Pesa mucho..articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Alicia murió, por fín. La sirvienta, cuando entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada al almohadón.
Jordán levantó el almohadón, pesaba extraordinariamente.
Saieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos. Sobre el fondo, entre las plumas, moviéndose lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca, hasta dejarla vacía, seca.

































































































































































































































































































































































lunes, 21 de marzo de 2011

Cenit


En un instante, tan sólo uno, mi vida se cruzó con la muerte.
Como un haz de locura, una sombra oscura envolvió mi ser.
Fue atrevida y sin ápice de indulgencia, me vi desnuda, desvalida e indefensa. Agolpándose furiosa la sangre desbocada nubló mi vista.
Un grito de terror ahogó mi llanto, y como un choque de témpanos, sentí crepitar mis huesos. Al alzar la vista, volví a sentir la daga punzante, mi vida escapaba gota a gota, sin embargo no había herida presente.
Un fuego abrasador quemaba mis sienes, una tormenta de nieve congeló mi voz.
El silencio a gritos despertó mi locura, y abrazada, arrodillada, frente a lo que ya no estaba, me estremecí, un susurro ahogado selló mis labios.
Había muerto aquella tarde, mi sangre fluía, y la luna presurosa buscó refugio en una nube que pasaba. En la sombra de la subrepticia tarde que me llevó al desvarío, oculté mi dolor. Afuera; voces, risas, un mundo que ya no , nos pertenecía. Creció mi dolor, ante el hecho consumado, y una ráfaga de viento mi cuerpo ovilló. Su mano aún tomaba la mía y en sus ojos se fue la luz, inertes quedaron sus labios y un rictus de agonía me dijo adiós. Inmóvil permanecí por muchas horas, atrás quedó su risa, su llanto cuando el mal lo hacía sufrir, te fuiste padre mío, aquella triste tarde, y te llevaste algo de mí, hoy al recordarte, vuelvo a morir, como aquella tarde que te vi partir.

Suyai Edith copyright 2011 Chile

viernes, 25 de febrero de 2011

La otra Suyai


Cierra la puerta y entra como aturdida, aún no comprende lo que ha visto, lleva tanto tiempo
de casada ha sido feliz con su marido, aunque a veces le haya odiado por su manera de ser. Tiene esa pena escondida, para que los demás no se enteren, ella la que se ve tan completa, asertiva, inteligente y con una vida feliz. Lo que no saben es que dentro de su alma, el dolor la corroe. ¿Cuánto tiempo lleva así? Muchos, no sabe ya cuántos.
Hoy, nuevamente ha tenido un día de dolor con él, su marido, que se ve tan agradable, tan cariñoso y preocupado, pero que pocos saben la verdad.
Piensa, vuelve atrás en el tiempo, él siempre fue así, no es cosa de ahora, lo que sucede es que antes nunca lo vio . Ahora que han pasado veinticuatro años, ya no sabe qué hacer ¿ cómo no se dio cuenta?. ¿ Y cómo no hizo un alto para no permitirle seguir actuando de esa manera, tan sin respeto, tan falto de tino?
Siente que Carolina ha llegado. -¿ Mama, estás en casa? sigue sentada con la mirada perdida en la ventana. Entra Carolina y dice: - ¿mamá, estabas aquí y no me contestabas? - Si hija, disculpa me quedé dormida y no te sentí llegar. ¿ Cómo estuvo tu día en la universidad? !Mamá de nuevo se pelearon¡... ya conozco esa mirada tuya, el papá esta vez que te hizo? Nada hija, sólo estoy cansada. La chica sale del living y olvidándose de su cara, enciende el televisor, entra en la cocina y se prepara un sándwich.
Matilda, sabe que su historia ya no impresiona, siempre lo mismo, el papá hace de las suyas y la mamá llora, se queda escondida en algún lugar de la casa y nadie sale a buscarla ni a darle consuelo, esa situación ya se hizo cotidiana. ¿Por qué seré tan cobarde? Por qué no pongo fin a este matrimonio roto desde ya tanto tiempo? Siente en su interior pena por si misma. Qué la hizo tan dependiente? ¿cuándo dejó de ser la mujer respetada por su marido? Ya no queda más que rabia, en su interior la desazón la inquieta, si pudiera decir basta y salir con hidalguía de todo su martirio, pero tiene miedo , y no se haya capaz de enfrentar sola la vida.
Fue en la tarde que acudió a su cita con el dentista, cuando de vuelta se encontró con su amiga María Eugenia, se abrazaron contentas de verse y decidieron ir a tomarse un café, para conversar, hacía algún tiempo que no se veían, y eran amigas de años, cuando ambas eran solteras, Se acomodaron en un rinconcito alejado y casi en penumbras, y hablando de todo y de nada escucharon una risa que inundó el lugar ,una pareja acaba de entrar abrazados y riendo felices, pasaron por su mesa, al levantar la vista Matilda ve a su marido, es él , el que va con la mujer, para su desgracia o fortuna, él no se da cuenta de la presencia de ella. Suben al segundo piso y pierde su presencia, pero María Eugenia, también se ha dado cuenta y mira a Matilda sin saber qué decir.
Ella siente en la mirada de Maria Eugenia, lástima y su corazón late alocadamente, pero sacando fuerzas, sonríe y su voz se quiebra. ¿Tú la conoces a ella Maria Eugenia?
Le cuenta que es abogada , divorciada y con una hija de quince años. Llegó al rededor de un año atrás al bufete de abogados de Ernesto. Es allí donde comprende el cambio de su marido. Siempre con tanto trabajo, con viajes relámpagos. Pero puede que sólo sea una infidelidad sin importancia se dice, cómo para tapar la verdad que se ha puesto de frente a sus ojos.
Y tú sabías de esto, María Eugenia?_ la verdad amiga que todos lo saben, ya no es novedad verlos juntos . De pronto una tremenda pared ha caído sobre ella, quiere ir a enfrentarlos, mirarlo cara a cara, pero luego se dice, no, jamás me rebajaré a una situación tan degradante. María Eugenia, salgamos de aquí, por favor sácame , no quiero permanecer un minuto más en este lugar.
Ha tomado un taxi, y da vueltas sin sentido por la ciudad, hasta que el chofer le pregunta si está perdida. Han pasado dos horas y no sabe qué hacer, disculpe le dice- ahora diríjase a El camino del Aba.
Cuando Enesto llega ya pasado varias horas, se le ve dulce con ella, la besa en la cara y sonriendo le pregunta- Y cómo te fue hoy en el dentista? Ella le mira en silencio y sonriendo dice- mal. ¿Mal, pero por qué mi amor? Mi amor, cobarde piensa ella. Tendré un tratamiento largo, ya sabes lo que odio ir al dentista. No te preocupes ahora los tratamientos son totalmente indoloros, ¡relájate mujer! Se acerca y la besa con delicadeza en la frente.
Ernesto, estaba pensando si podríamos salir este viernes, me gustaría ir a bailar, hace tiempo que no vamos, y te ves cansado, quizás te haga bien un poco de distracción, ¿ no crees? ¿Ir a bailar?, qué cosas dices, estoy lleno de papeles y tengo un caso muy importante este mes fuera de la ciudad, pero lo tendré presente para más adelante.
Claro dice Matilda, estás tan ocupado con tu amante, que no tienes tiempo, para salir conmigo. Matilda qué cosas dices, sabes que no tengo amante alguna. ¡Mentiroso! ¡ hoy te vi, con ella ! Ninguno se ha dado cuenta de la presencia de su hija Carolina, ella se sienta en el sofá y los observa en silencio.
Matilda, de nuevo con tus ataques de celos, me tienes harto, he estado en la oficina toda la tarde con una cliente y tú me sales con esta barbaridad.
Mentira, mentira estabas con la otra, esa mujerzuela que trabaja contigo, ya todos te han visto, y hoy también lo he visto yo, con mis propios ojos, no lo niegues, porque te vi.
Se acerca a ella y mirándola frente a frente dice: pues entonces si me viste cállate, porque no lo voy a negar. Entonces toma tu ropa y vete , no te quiero aquí, adultero. No, no me iré, porque eres mi esposa y no te voy a dejar. ¡Qué dices estúpido! Si me engañas ándate. Los gritos comenzaron a subir de tono y las caras tenían cada vez un aspecto agrio, la mujer estalló en sollozos, y levantándose del sofá comenzó a romper todo lo que se interponía a su paso. El la tomó de los brazos con fuerza y dijo: cálmate mujer, cálmate . En ese instante Carolina salta del sofá y grita: cállense los dos, par de locos, me tienen aquí viendo como se pelean y no se dan cuenta que estoy presenciando esta horrible escena, los odio, los odio y salió dando un portazo.
Matilda, se recupera de su estado y aún con lágrimas dice: ¡tú eres el culpable, tú!
Matilda, dice Ernesto, eres mi esposa, pero es verdad, tengo una amante, pero aún te quiero.
Dame tiempo para salir de esta, y déjame hacerlo sin herirte, y tampoco herirla a ella. La abraza y la lleva a la cocina, le prepara un té, y le pide paciencia, en sus ojos hay amor, ella no sabe qué decir, se siente humillada, pero comprende que Ernesto debe superar esto y para eso, necesita de su ayuda.
Se ha tomado un calmante para dormir, pero aún así no consigue conciliar el sueño, a su lado en la misma cama Enesto duerme como si nada hubiese pasado. Le observa, ve sus sienes pobladas de canas, le dan un aspecto tan seductor, y sus labios aún conservan la carnosidad de joven, es apuesto sin duda, pero no tiene derecho a hacerme una cosa así, se levanta y se refleja en el espejo, la luna ha entrado por la ventana y tras el visillo ilumina la habitación. Lo que allí ve, es una mujer alta, con su largo pelo ondulado color azabache, y su figura espléndida, siempre ha conservado sus lindas piernas, esta visión de si misma le devuelve la confianza y entrando nuevamente en la cama, se acurruca y el sueño se adueña de su cuerpo.

miércoles, 19 de enero de 2011

Invisible.


Sumergida en la pena, me di vuelta suspirando.
¿ Cómo era posible, que estuviésemos peleando...?
Siempre esa loca idea , que todo lo tuyo será distinto, qué otros se alejan y se dejan de amar, para mí eso no era posible, y sin embargo ahora lo estaba viviendo.
Surgen de pronto las dudas, ese dolor que te aprieta el pecho, y no sabes cómo calmarlo. Mis pasos me llevaron por la avenida atestada de gentes, todos pasaban sin mirarme, y claro quién era yo? una invisible que nadie ve. Seguí con el paso de sonámbula, sin saber qué hacer. Caminé sin rumbo por las calles , mi corazón no cesaba de saltar , y a momentos pensé que me daría un infarto. Mis sienes palpitaban rápido cada vez con más fuerza, empecé a ver nublado, las personas se me acercaban y alejaban y no podía hablarles, mis piernas tambalearon y fui cayendo a un abismo oscuro, era interminable, no se como caí en él, de pronto sentí que volaba y comencé a hacerlo muy alto, salí del túnel en el que me había caído, una agradable sensación se apoderó de mí. Me di cuenta que podía elevarme y danzar en el aire. La luz empezó a inundar mi alrededor, volaba y estaba en un campo de girasoles, el aroma que se respiraba me hacía tan bien. Mi cuerpo liviano como una pluma empezó a girar y hacer distintas piruetas, una paz y gran felicidad me inundaba.
Me abre muerto?...sentí que mi cerebro se preguntaba y me dije:¡ estoy soñando !.
Volé a muchos lugares, cada uno más hermoso, y mi vuelo era un baile con bellos pasos de ballet. Pasé por valles y cordilleras muy verdes, quise detenerme pero mi cuerpo seguía danzando. Crucé un mar inmenso, tan inmenso que hice mi vuelo más rápido hasta que de pronto se acabó todo y comencé a caer a un precipicio sin fin.
Se ha desmayado, ¡ pobrecita! se ve tan pequeña, tal vez esté enferma. Niña, ¿ estás bien?,¡ despierta, despierta!, una voz me hablaba y mi cuerpo no obedecía, pero yo sí oía. Una sirena, la ambulancia, camilla y volví a desaparecer. De nuevo era invisible.
¿ Cuántos días estuve así...? no lo se, ¿ por qué estaba mi cuerpo en una cama? Abrí mis ojos y supe que estaba muerta. Lo comprendí al escuchar una voz que decía: Nunca más podrá caminar, se quebró la columna, y es tan jovencita, parece una muñeca de trapo.

sábado, 16 de octubre de 2010

Primer dolor.


Cuando escapan las palabras y te quedas con el dolor de lo dicho, tu alma se oscurece y empiezas a vagar por las tinieblas del dolor; ese dolor agudo y punzante que te atravieza sin compasión.......
¿Hasta cuando estarás en tinieblas,? Hasta que el dolor traspace el umbral del laberinto en el que has caído, ¿ podrás salir victoriosa?.

Estoy lamiendo mi dolor , mi rabia, en realidad una mezcla de tantas cosas.
Hemos terminado, nos dijimos adiós, como personas civilizadas. Haciendo cómo que esto podía pasar,¿ quién está libre de una ruptura?
Hice mal al enamorarme de ti.
Me dije suspirando profundamente.

Sí, es verdad hice mal al enamorarme, pero ¿quién puede detener el amor cuando entra en tus poros y se adueña de tus viseras, y pierdes la cabeza, aún sabiendo que esa persona no es para ti? porque sabes que no hay nada que los una, diferencia de clase. Todos lo decían, no es para ti, mereces algo mejor. Se nota la diferencia y eso en algún momento los va a separar. Pero yo no lo aceptaba, mis oídos no escuchaban, y no me importaba que fuera de una clase inferior. ¿Qué importa eso, cuándo hay amor? ¿Cuándo eres tan feliz con esa persona? Todo en él, me gustaba, su manera de caminar, tan atractiva, tan seguro de sí mismo. Sus ojos verdes soñadores, que cuando me miraba me hace sentir tan bella. Es verdad no tenía grandes estudios. Pero su voz tan varonil me cautivó desde un principio. Y siempre tenía buen tema de conversación, o quizás sólo era porque yo estaba enamorada, y lo encontraba perfecto. Sus labios gruesos, sensuales y siempre dispuestos al beso apasionado, me hacía tan dichosa, sí, es verdad le amé y mucho y jamás me arrepentiré de eso.

Quince años, con la juventud a flor de piel, niña y mujer, mujer y niña. Haci me sentía cuando le conocí. Las tardes en la playa con el sol sobre nosotros, la alegría de disfrutar de las horas, corriendo por la arena, lanzándonos a nado al mar, con nuestros cuerpos bronceados hasta llegar a la isla. Besarnos largamente sintiendo que en cada beso nos jurábamos amor eterno, nada nos importaba, que miren todos y que digan lo que quieran, en ese momento éramos tan felices.

Y así pasó todo el verano, amándonos cada día, despertando la mujer que habitaba este cuerpo aún de niña. Y llegó el fin de las vacaciones, volvimos a Santiago, y de nuevo nos encontramos, las clases y el uniforme no impidieron que nuestro amor creciera cada vez más y más. Pero no siempre la dicha es eterna, eso lo comprendería después. Cuando pasado un tiempo los encuentros se fueron distanciando. Pero aún así, yo seguía enamorada, y esperando ansiosa el momento de vernos, y lo disfrutaba tanto, para mí esos días me hacían olvidar la ausencia de los otros en que no nos veíamos, jamás se me ocurrió pensar que podría perderlo, que se enamoraría de otra, eso era imposible, porque “ estábamos enamorados”.

Una tarde de mayo, fue la tarde más horrible que haya tenido, le esperaba en nuestro lugar de siempre, con el corazón hinchado de amor y regocijo. Llegó algo más tarde que de costumbre y su paso lo noté de inmediato distinto, no supe por qué, pero algo me decía que ese día sería inolvidable en algún sentido, y no me equivoqué.
¡Hice mal enamorarme de ti!... ¿cómo has podido hacerme esto?
_ Perdóname Isabel, perdóname. Debemos terminar, ya no puedo seguir viniendo estoy comprometido y debo casarme.
_ ¿Debes casarte? ……¿Por qué debes casarte?
_ Isabel, dejémoslo así, no preguntes más, recuérdame cómo antes, enamorados y felices.
_ ¿Enamorados? , no te equivoques, yo si enamorada, pero tú… ¡claro que no! , sino ¿cómo tendrías que casarte?
_ Isabel te quiero, pero hay cosas difíciles de explicar para un hombre.

Ella le mira incrédula, sus ojos brillan con dolor y las lágrimas comienzan a salir, sin poder evitarlas. Él siente su dolor y en un gesto de cariño quiere abrazarla, pero ella le aparta con brusquedad diciendo: _ ojala que puedas ser feliz, fíjate que hasta lo deseo, márchate y terminemos con esto. Camina erguida secando sus lágrimas con rabia. La tarde se ha puesto fría, una gélida brisa los envuelve. Su paso se hace pesado, avanza con lentitud, siente que sus manos le pesan demasiado, estás parecieran que han caído y su peso le impide caminar ágilmente. Atrás han quedado los días del verano pasado, los besos robados al tiempo, que se detenía cuando sus labios se encontraban tan dichosos.

Te soñaré siempre y prolongaré el tiempo en mi mente recordando el dulce placer que tuve al conocerte, te digo adiós, pero nunca sabrás el dolor que me has causado hoy.

martes, 12 de octubre de 2010

La hija Edith Monteiro




Aquella tarde, al volver a casa, nada hacía presagiar lo que trastocaría para siempre mi vida. Cuando terminé las clases, dejé las guías de lenguaje y matemática listas para su revisión y aprobación de la U.T.P. Cerré mi locker, y caminé hacía la oficina , firmando mi salida a las 19.27 horas. Bajé las escaleras, sin prisa por el cansancio del día.
En portería estaba la señora Isabel esperándome.
_ Es usted la última en irse señorita Magdalena.
_ No me dí cuenta que ya todos se habían marchado.
Nos dijimos hasta mañana, y salí del colegio, rumbo a mi casa.
El día había sido agotador, pero tremendamente fructífero. Los niños estaban leyendo más fluido y los resultados me tenían contenta.
Al llegar al condominio, el conserje me abrió la puerta, y me sonrió como siempre. No noté en su semblante la mirada acongojada que me había dado. Eso lo comprendería muchas horas después, cuando descubriera lo acontecido.
A pesar que la casa estaba a oscuras, no observé nada extraño. Anaís, llegará de un momento a otro, me dije y avancé por el pasillo encendiendo luces. Me detuve en la puerta de su habitación, con intención de abrirla. Pero recordando que a ella no le gusta, pasé de largo, además ya sabía que no había llegado.
Cocinaré unos bistec con papas fritas, que a ella le gustan tanto me dije. Saqué la carne para descongelarla y me puse a pelar las papas.

Magdalena mujer de mediana edad, hermosa e inteligente, aunque de mirada triste, lleva su soledad de mujer separada con resignación. Su marido, salió un día jueves por la mañana al trabajo, para nunca más regresar. Le buscó en hospitales, centros asistenciales, viajó al campo donde unos parientes que un primo le había dicho, que tenía intención de visitarlos, pero estos nunca le vieron.
Hasta que policía internacional le comunicó que había salido del país en el mes de septiembre con rumbo a España. Desde ese día, ella nunca más habló del padre de su hija, y Anaís, nunca preguntó por su él.
Su vida se volcó en su trabajo y en su hija.
Sus amistades le ofrecieron ayuda, pero ella sabía que eso no sería para siempre, así que con hidalguía rechazó todo ofrecimiento de caridad, pensando que no había que preocuparlos, les demostraría que ella podía sola. Y así fue.

Anaís, ya es una señorita. Sus rasgos físicos y de carácter, los heredó de su padre. Bastante autoritaria, dueña de sí misma, con una gran personalidad. Había dejado de ser la niñita dulce y traviesa.
Magdalena entiende, comprende que su hija, pasa por una etapa difícil. Se pregunta:
¿Quién ha sido feliz en su adolescencia? yo no lo fui. Se consideraba siempre un patito feo, delgada y con la cara llena de espinillas. Recuerda el sufrimiento de esos días.
Su trato con Anaís, siempre fue excelente. Alegre, cariñosa y parlanchina. Ahora taciturna, de largos silencios y algo rebelde. Pasará, esta etapa pasará, se dice, mientras fríe las papas.
A las ocho y media se sienta a la mesa, ya todo está listo. Anaís no ha llegado.
Toma su celular y llama; nada teléfono descargado, suena el buzón de voz.
Seguramente no llevó el cargador y se quedó sin celular, piensa.
Decide ir al dormitorio de Anaís, para ver si el celular se ha quedado olvidado. Abre la puerta, un frío intenso la recorre. Su cara se queda atónita.
Sus ojos recorren la habitación, al principio no entiende, se niega a comprender lo que sus ojos contemplan. No, no puede ser, esto no es verdad.
No está la cama, ni la colcha de florcitas rosadas que ella le había tejido, el televisor tampoco, falta su cómoda pintada de rosa.. Los libros habían desaparecido, el closet abierto de par en par. El dormitorio completamente desocupado, vacío.
Sus lágrimas brotan como de un cántaro roto y con sus manos tapa el rostro desencajado. En su pecho siente que mil dagas lo atraviesan una y otra vez.
Es su segunda vez que ha sido abandonada. Su hija, su niña, su adoración, su motivo de vida, la ha dejado como lo hiciera una vez su padre.
Anaís cumplió su amenaza, muchas veces al discutir le había gritado que quería libertad.
¿Qué hice mal? Cuidarla, protegerla, amarla. …?

Magdalena seca sus lágrimas, se pone de pie. Sale en busca de Anaís, va a casa de sus amigas. Nadie sabe de ella, ese día no la han visto. Todos la miran incrédulos, sin comprender. Es una niña dice, es sólo una niña, ¿qué va a hacer? Si saben algo avísenme, ¡por favor!
Son las doce de la noche a recorrido todos los lugares donde pudiera estar, pero nada. Recuerda a Gonzalo, aquel joven que viene a estudiar con su hija, busca su teléfono y llama.
_Gonzalo, soy Magdalena, ¿está contigo mi hija?
_ Señora Magdalena, ¿Anaís Conmigo? No, hoy no la he visto
_ Gonzalo, ella se ha marchado de casa, necesito saber donde está.
_ ¿Cómo? Se ha ido, pero ¿ustedes han discutido?
_ No, sólo he llegado y no están sus cosas.
_ Quédese tranquila, de seguro debe estar con sus amigas.
_ ¿Dónde viven sus amigas? Dime Gonzalo, por favor, estoy angustiada.
Gonzalo la tranquiliza le dice que se calme, de seguro volverá que espere.
Magdalena, no puede aceptar que se haya ido. Su cabeza tiene miles de conjeturas. ¿Quedarse tranquila? ¡Imposible! Entonces decide ir a carabineros y colocar una denuncia.
_ ¿Cuál es la edad de la joven?
_ Dieciocho años.
_ Es ya una adulta.
_No puede ser adulta, porque es sólo una niña, ella es una estudiante, depende de mí.
_ Señora, regrese a su casa, nosotros la mantendremos informada.
La noche se hace interminable, pareciera que el reloj se hubiera detenido.
Magdalena, no duerme, divaga. ¿Dónde podrá haberse ido? ¿Por qué lo hizo?
¡Señor permite que no le pase nada! ¡Cuídala Dios mío!
Ha pasado un mes, Anaís no ha regresado a casa.
Magdalena, no descansa, cada día reza por su hija, y le pide a Dios, que no abandone sus estudios.
Gonzalo ha mantenido contacto con Magdalena, le cuenta que ella está bien, que vive con unas chicas en un departamento en el centro de la ciudad .Pero que no puede darle la dirección porque ella se la ha hecho prometer y se enojaría con él. Qué tenga paciencia, ya regresará, que le de tiempo.
_ Entiéndame quiero mucho a Anaís, y no quiero perderla como amiga, aunque siento que usted también necesita saber de ella.
_ Gracias Gonzalo, se que debo esperar un tiempo, lo se.
Magdalena no puede evitar sus lágrimas, el corazón lo tiene herido, pero promete a Gonzalo no insistir.
El temor de Magdalena, es que Anaís abandone su carrera.
Magdalena falta a su trabajo. Hará guardia a la salida de la universidad, para ver a su hija, seguirla y descubrir su dirección. Hablar con ella. Convencerla para que vuelva al hogar.
Hace frío, es invierno, una suave llovizna cae en ese momento empapando la ciudad.
Magdalena se pone un abrigo, lleva un gorro y una bufanda que tapa su cara, es imposible saber que es ella. Anaís no podrá reconocerla. Se esconde detrás de unos árboles y allí espera. Son las tres de la tarde.
Muchos jóvenes pasan sin fijarse en ella. Magdalena, impertérrita permanece esperando ver a su niña. Llegó la noche y la universidad comienza a dar paso a los estudiantes vespertinos. De Anaís nada, ese día no la vio.
A la semana vuelve hacer lo mismo, durante horas permanece dando vueltas por los alrededores, esperando verla. Esta vez, divisa a Gonzalo.
_ Hola, hijo soy yo, la mamá de Anaís.
__¿Usted?, no la había reconocido. ¿Qué hace acá?
_ Esperando ver a Anaís. ¿Sabes de ella? Quizás esté enferma?
Gonzalo siente piedad por esta madre, cuántas veces lo atendió en su casa, cuando estudiaba con Anaís, la ve desmejorada, su cara ya no es la misma, ahora es una anciana.
_ No, está bien, ella está trabajando por las tardes. (Titubea) Mire siento mucho todo esto.
Se lo que usted sufre, le voy a dar la dirección, pero, por favor, usted no puede decir como la consiguió.
_ Gracias, hijo, por supuesto, nunca sabrá que tú me la has dado, tenlo por seguro.
Lo besa y abraza con gran efusión.
Magdalena siente una gran alegría, su espíritu se llena de gozo, agradeciendo a Dios y a este buen muchacho que se ha compadecido de ella.
Va al supermercado y compra mercadería para su niña. Leche, mantequilla, carne y algunas conservas. Se dirige a la dirección es muy cerca de la universidad. Un edificio de muchos pisos, se pasea algo nerviosa, sin saber cómo abordar. Saca una libreta y haciendo como qué busca la dirección entra, el conserje le dice que si, es allí, en ese departamento viven cuatro niñas estudiantes pero que aún no han llegado.
¿ Puede usted entregarle este paquete a Anaís Marabolí?. Es que no puedo esperarle y necesito entregarlo ahora. Si usted fuera tan amable, por favor, lo que sucede que viene carne y debe ser refrigerada para que no se descomponga. El la mira extrañado, pero no hace preguntas, recibe y lo deja en un costado de su escritorio. Ella sale presurosa.
¡Señora, señora! ¿Quién se lo ha mandado?
Ella ya no escucha, se pierde en la oscuridad de la calle.
En la esquina hay un café, entra allí y busca un lugar donde puede ver claramente quien sale y entra del edificio, pide un té y espera.
Cerca de las nueve de la noche, llega Anaís. Trae su abrigo gris ajustado que muestra su silueta juvenil. Una carpeta y libros en sus manos. Observa que el conserje le habla, ella mueve sus brazos y mira a todos lados, recibe el paquete, desaparece en el ascensor.

Todos los meses, Magdalena va a dejar el paquete de mercadería, el conserje lo recibe y le sonríe, una mueca de complicidad hay entre ellos.
Una noche después de varios meses, Magdalena no puede más, entra al edificio, después que lo hiciera Anaís.
Piso séptimo, departamento: 707 dijo el joven de conserjería.
Su corazón late a prisa. Toca el timbre no hay repuesta. Otra vez y otra vez, nadie abre. Permanece parada frente a esa puerta mucho rato, pero ésta nunca se abrió.
Coloca su oído a la puerta, escucha voces, risas, entre esas percibe la de Anaís. Toca tímidamente una vez más y con voz suave dice: Anaís soy yo, tu madre. Espera… no hay respuesta.
Apoyada su cara en la fría puerta y dice; Te amo hija, te amo.
Bajó subrepticiamente, comprendiendo que ella no cederá aún.
Mientras bajo las escaleras, mis tontas lágrimas no me dejan ver los peldaños. Es muy tarde, debe estar cansadísima, nunca me escuchó, y yo no toqué el timbre con fuerza. Volveré.
En el hall de entrada vienen varias chicas todas estudiantes, pasan sin mirarme, quiero hablarles, pero éstas no se percatan de mí y suben al ascensor.
Afuera la noche es fría, todos caminan rápido para llegar pronto a sus casas.
Avanzo con un paso cansado, pareciera que mis huesos no soportaran el peso de mi cuerpo.
La lluvia va empapando a Magdalena, pero ella nada siente, su corazón y sus pensamientos han quedado en la puerta del departamento 707.

Emilia.





Sentada en su montón de leña que ha recogido en la tarde Emilia, recuerda aquel día de invierno del año pasado, en que con su padre, amontonaban los maderos, troncos y ramas para llevarlos a casa. ¡Qué frío era ese día! El viento soplaba fuerte, los eucaliptos se erguían tratando de mantenerse firmes, las manos estaban heladas y a momentos no las sentía. Pero acostumbrada a la inclemencia del invierno, nada decía.
El viento salvaje, pasaba raudo, como llorando de pena, se oían sus lamentos, parecía como si miles de voces estuvieran gimiendo.
Su padre al mirarla de reojo, se dio cuenta que ella estaba entumecida, entonces le dijo:_ Emy, vete a casa con tu montón, dáselo a tu madre para que avive el fuego de la cocina. Ella tartamudea, el gélido frío no la deja hablar, sus dientes castañean.
Camina a duras penas, no era el peso, eran sus manos, no las sentía.
Ya casi oscurece, quiere avanzar rápido, sus piernas flacas se ponen duras y tira, tira de la cuerda arrastrando su carga. El camino es difícil, está cuesta arriba, resbala, pero ella intenta con más ganas, hace un esfuerzo y empieza a subir, esto la hace entrar en calor y sus manos ya tiran con furia, su pelo alborotado le cae en los ojos, avanza, avanza sin mirar nada, sólo tira, algunas ramas van quedando atrás, pero eso ya no importa, lo que ahora necesita es subir la loma. A lo lejos se ve una luz encendida, la de su casa, esto la pone contenta.
Su padre ese día , en la cena les habló , la empresa que había llegado al pueblo estaba reclutando hombres para ir más al sur, a un aserradero, sería un buen trabajo y pagaban muy bien, lo único es que debía irse por un tiempo.
Su madre accedió sabía que no había otra alternativa, los trabajos eran escasos y ya no les quedaba dinero. Su esposo era un hombre trabajador y el tiempo pasaría rápido. El invierno había sido tan intenso que ya de la cosecha no quedaba nada y está era una buena oportunidad.
Ahora sentada en encima de sus leños, pensando en su padre, ¡cómo lo ha extrañado!
Emilia, ha seguido con su rutina, ella es ahora la encargada de recoger la leña, sus hermanos más pequeños no pueden acompañarla.
Sus ojos tristes, perdidos en la lejanía, cómo buscando una luz que no ve, esa luz que hace ya un año no aparece, sólo desea volver a ver a su padre.
¿Por qué mamá ya no habla de él? ¡Pareciera como si lo hubiera olvidado! Y cuándo le pregunta, sólo la mira sin responder.
Emilia presiente que algo no está bien, pero no sabe precisar de qué se trata. Aún es pequeña para sospechar.
Esta noche le escribiré una carta, le diré que lo extraño demasiado, mis hermanitos también, le diré que mamá anda silenciosa, triste y ya casi no ríe. Busca su lápiz y una hoja de cuaderno. En la cocina el fuego arde, su madre teje. Ella la mira y le dice con ternura, ve a dormir Emilia, mañana vas al colegio. Mamá ¿cuándo volverá el papa? La pregunta salió de la boca como un torrente, siente que su voz cobró un sonido extraño. Como si una roca le impidiera seguir. La madre, se levanta, la mira a los ojos y con lágrimas le dice: Emilia, en el aserradero hubo un accidente, tu padre resultó mal herido con dos compañeros más, los llevaron a la ciudad y allí están internados, pasará algún tiempo para que vuelva.
Lo que Emilia no sabe, es que su padre ha quedado inválido, el accidente lo dejó parapléjico, su cuerpo no responde, desde la nuca hacia abajo no hay movimiento, un cuello le sostiene la cabeza, permanece en una silla de ruedas.
Ella esta tarde mira a lo lejos esperando que su padre pronto vuelva.