jueves, 19 de mayo de 2011

La casa tomada Edith M. M.


La casa tomada. Edith Moncada

Nos moriríamos allí algún día.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella.

( Julio Cortázar)

Irene y yo amábamos la casa, ella nos daba todo; seguridad, tranquilidad, respirando ese aire de complicidad que necesitábamos.

Habíamos nacido en ella, herencia de bisabuelos. Nuestros padres tuvieron aquí sus alegrías y quizás más de alguna tristeza, entre estas paredes que fueron sus confidentes como ahora las nuestras.

Nuestra casa, es nuestra fortaleza. Irene y yo nos hemos descubiertos como personas, somos más que hermanos, la sangre que corre por nuestras venas nos llama, nos altera y nos hace inseparables. A nuestra edad ya es imposible alejarnos, pasamos los cuarenta años y nuestros sueños se han ido fortaleciendo.

Nuestra convivencia es tranquila, reposada y la casa nos mantiene ocupados, su limpieza y orden nos ocupa la mayor parte del día.

Irene mi hermana, conserva su belleza intacta. Mujer alta de pelo frondoso negro azabache, luminoso que le llega a los hombros en forma de cascada, me encanta admirarla cuando lo lleva suelto, con ese aire de tigresa, y sin embargo su voz aterciopelada la hace una gatita tierna y algo mimosa.

No queremos tener gente que venga a destruir la paz que disfrutamos, por eso Irene y yo tenemos las actividades diarias repartidas, sin servidumbre la casa es más nuestra, más amada.

La lectura es mi adicción preferida. Irene dedica horas eternas por las tardes y las noches a tejer, yo la observo y me encanta su manera de mover las manos tejiendo y destejiendo cuando algo no le agrada, pareciera que disfruta convertir el tejido en un acto sin final.

Hoy en la mañana al entrar a la biblioteca, percibí un extraño sonido, me sobresalté. Por un instante me quedé esperando otro, pero el silencio acostumbrado invadió la habitación, salí sin darle importancia.

Irene con su color pálido viene por el zaguán, me dice en un susurro, hay alguien en el living, me toma de la mano, la siento suave y tibia tan agradable al contacto. La miro a los ojos veo un miedo acechando. Vamos le digo y nada, silencio. Entramos y nos sentamos en el sofá café, Irene frente a mí, el espejo en la pared azul nos muestra a ambos, desde un costado. La puerta de roble impenetrable, inamovible crujió. Vimos como la manilla giró suavemente, nos pusimos de golpe de pie, esperando……

La casa comenzó a murmurar, escuchábamos a ratos vocecillas, insidiosas, burlonas teníamos el presentimiento que éramos observados.

Lo decidí por la noche mientras Irene dormía, escuchaba su respiración y me dije: nada me hará salir de mi casa. Por la mañana al despertar Irene yacía tumbada en el piso, sus ojos abiertos miraban con horror, corrí a tomarla, estaba fría. Los ruidos empezaron con furia, abrí puertas y avancé por las habitaciones, mi mente creyó percibir,aquellas malignas vocecillas insidiosas, me hicieron retroceder. Puertas cerradas de golpe tras de mí. Cogí mi sombrero, salí, eché llave a la puerta, no vaya a ser cosa que esas voces maliciosas me persigan. Atravesé el portal y me perdí calle arriba, la bruma espesa borró mi silueta.

lunes, 16 de mayo de 2011

Hermana de mi alma Edith Moncada


Carta para ti, hermana de mi alma. Edith Moncada

¿Cuántos años han pasado Isabel? ¡muchos! tantos que ya no podría contarlos,... porque me faltaría tiempo para darme cuenta que puede pasar toda una vida, y aún así no nos conocemos . Hasta que nos hacemos viejos y de pronto la verdad está allí, frente a tus narices y comprendes todo. Isabel. ¿Cómo fui tan ingenua?

mi hermana ,mi amiga, la mejor de todas, tú por quien hubiera dado mi vida gustosa si la hubieses necesitado. Isabel la niña buena. La que aprendió a leer antes de ir al colegio, la que mi madre siempre decía; ve con ella, ella si es inteligente ¿ ves las notas que tiene? ¿Ves cuán dulce y generosa es Isabel?...¡ Imítala ¡

Claro que te imitaba, tú eras mi ejemplo, la hermana linda, la distinguida, la preferida de mamá

Isabel, cómo te he querido, tú mejor que nadie lo sabes. Mi madre, si ella viviera, de seguro esto la mata. Gracias a La vida que ya no puede saberlo.

He vivido todos estos años ignorante de la verdad, hasta hoy, que por una casualidad me entero, y aún , no lo creo. La verdad se presenta de pronto y no queda más remedio que aceptarlo, ya no hay nada qué hacer, lo hecho, hecho está.

Mi corazón está dolido, deshecho, triturado es cierto, pero sin embargo en mí, aún hay cariño por ti. Se que me has traicionado, me has herido con la daga más filosa que pudiste encontrar. No lo entiendo, no lo comprendo, confiaba tanto en ti, eras la persona más maravillosa que yo siempre tuve a mi lado y tú lo sabías. Ese fue mi pecado, mi error confiar demasiado.

¿Recuerdas cuánto me alentaste a casarme con Rodrigo?-, decías que era el mejor novio que podía tener.- Que era tan buen muchacho, tan correcto, tan buen partido. Yo enamorada de él, mi primer amor. Hasta fuiste mi madrina. Cuánto orgullo sentía yo por ti, mi hermana mayor.

Te mantuve cerca de mí siempre, eras lo mejor de mi vida, después de mi esposo. Cuando quedaste embarazada de ese mal hombre que te abandonó te dije que te vinieras a mi casa, allí estaba tu hogar, y fuiste tratada con amor y delicadeza. Nunca sospeché nada, ¿cómo podría si eras parte de familia? ¡eras mi hermana!

Nació Vicente, y fue la alegría de mi hogar, yo con una niñita, un varoncito era la felicidad de todos. No pensé nada extraño cuando él te propuso que fueras su asistente, lo encontré magnifico, así podrías trabajar con él y yo en casa cuidaría de los niños. Mi esposo como ingeniero debía viajar semanas completas y nunca pensé que tú al acompañarlo hacías el papel de esposa.

¡ Pobre y tonta de mí!.

Hoy han pasado los años, ya soy abuela. Por una conversación ajena me entero y comprendo la verdad. Fui la otra siendo la esposa, y fingieron tan bien, que nunca sospeché nada.

Mis hijos y tu hijo crecieron juntos como hermanos, porque en realidad lo eran. Isabel te perdono , por una sencilla razón, porque a pesar del dolor que hoy siento, de la tristeza que me embarga, nunca tuve un mal presentimiento y nunca Rodrigo me dejó por ti. Mi matrimonio fue para ustedes una farsa, porque eran amantes, pero yo nunca lo supe y siempre fui feliz. Lo que hoy sucede es cosa de otro tiempo.

Rodrigo, sigue conmigo y aunque ya viejo puede irse contigo, pero eso no lo creo posible ahora ya no es tiempo.

Pobre de ti Isabel, ¿cuánto habrás sufrido, viviendo bajo el mismo techo, y siendo testigo de mi amor con Rodrigo, y lo que es peor viendo cuánto me amaba él . ¿Por qué no hablo de la culpabilidad de Rodrigo? Porque él nunca me dio motivo para dudar, siempre fue atento, cariñoso y tú eras testigo de eso. Isabel, te perdono. te llevaste la peor parte, viste mi felicidad y eso debió ser terriblemente cruel.

miércoles, 4 de mayo de 2011

En algún lugar Edith Moncada


Ella se despertó con quejidos,

Siempre se quejaba al despertar

Sábado de Gloria ( Benedetti)

Desperté inquieto, una extraña sensación me invadía. Miré a Gloria, su rostro me dijo que algo no estaba bien. Me levanté de golpe. Fue tan brusco el movimiento, que la habitación me dio vueltas. Cerré los ojos y al abrirlos nuevamente, en un segundo comprendí.

¡El teléfono ¡ ¿dónde estaba? ¿Por qué siempre sucede que cuando necesitamos algo urgente desaparece.? Aún estaba oscuro, encendí la luz, serían alrededor de las cinco de la mañana.

Mi esposa : Gloria no estaba bien algo me lo decía, la moví con delicadeza escuché un susurro saliendo de sus labios, un quejido . La tomo en mis brazos, beso su cara,

_ Amor, ¡ mírame ! ¿Qué tienes?_

Su cuerpo liviano me pareció una pequeña muñeca de trapo, no se movió, sus ojos se entreabrieron y un quejido , caló mi cuerpo.

Supe que no podía tardar, llamé la ambulancia. En la espera la arropé, calcé sus calcetines felpudos, podría sentir frío .

En la clínica es llevada de urgencia a terapia intensiva, por el rostro del médico intuí que algo malo le ocurría.

Me quedé sólo, pensando en no se qué. ¿Qué estaba pasándonos? Esto no podía sucederme a mí.

Empecé a recriminarme. He desperdiciado tiempo en cosas sin importancia, teniéndola a ella ahí, junto a mí, esperándome para amarnos, y yo preocupado del fútbol, las noticias. ¡Qué necio, qué necio somos los hombres ¡ Pensamos que somos dueños del tiempo, del mundo, y ahora me veo aquí , sin saber lo que le pasa a mi mujer.

Unos pasos me hicieron volver de mis pensamientos, salí al encuentro.

_ ¿Es usted el esposo?

Asentí con la cabeza, de mi boca que estaba seca, no salió palabra alguna. Me miró y en esa mirada intuí lo peor.

Escucho la voz del médico diciendo:

_Los scanners realizados a su esposa confirman mis sospechas, tiene una leucemia avanzada, no me explico cómo no lo notaron antes .Seguramente tuvo episodios de desvanecimientos y falta de energía. Verdad?

_ No lo se, no me di cuenta, creí que era el cansancio propio del trabajo_

._ En una persona joven como ella, puede haber esperanza, pero desgraciadamente ella está muy débil y debe prepararse para lo peor._

Lo decía así, con esa frialdad como si estuviera hablando de cualquier cosa. Tuve intenciones de golpearlo, pero pronto caí en cuenta. El no tenía culpa, era el médico y yo estaba como aturdido, enajenado.

_ Dice usted ¿Leucemia?_

_Pero, ¿Qué es eso?_

_ Es un cáncer a la sangre, lo que se llama “sangre blanca” Es muy raro en personas adultas, pero ocurre y desgraciadamente le ha tocado a su esposa.

Haremos un tratamiento invasivo consiste en una “quimioterapia”. Sentí que su voz se alejaba ya no escuchaba al médico. Empecé a vagar por un túnel oscuro, cada vez más negro. No podía salir de él. Vi a Gloria alejarse yo tratando de alcanzarla , Ella llevaba delantera, alcanzarla me era tan difícil, un tul blanco cubría su cuerpo, grité su nombre. Una mano tomó la mía, abrí los ojos. Alguien me miraba y su rostro me pareció agradable, aún mi cuerpo temblaba.

_¿Ya está usted bien? Se desplomó, cuando el doctor Ramírez, le explicaba lo del tratamiento a su esposa. Comprendí era la enfermera quien me hablaba

Los días siguientes se convirtieron en un infierno, mi vida se volvió vacía. Me encontré sólo, como si el mundo entero hubiese desaparecido bajo mis pies y ya nada tuviese interés para mí. Gloria simplemente ya no estaba para mí.

Cada tarde después de la oficina iba a la clínica a ver a mi esposa, ella seguía como el primer día que la llevé allí.

Entré con mi delantal blanco, como lo pidieron los médicos. Mi esposa dormía, la observé largo tiempo, su palidez era más blanca que las sábanas, había perdido peso, los ángulos de su cara la hacían ver traslúcida, aún así su belleza no disminuía. Acaricie su rostro, su pelo oscuro azabache le daban un marco distinguido a pesar de lo demacrada que lucía.

Un médico que no había visto antes me saludó, leyó los informes que estaban a los pies de la cama, escribió algo y me pidió que lo acompañara. Entramos en una salita pequeña, todo rigurosamente blanco. Tomó unos papeles y comenzó a hablar.

Su esposa está delicada, pero el problema mayor es que ella tiene un embarazo de cinco semanas. La quimioterapia es invasiva, y esto afectará al feto impidiéndole su normal desarrollo. Ahora, no sabemos cuánto podrá resistir ella, y si el embarazo podrá llegar a término, lo más probable es que se produzca un aborto espontáneo, producido por los problemas de coagulación. Distinto sería el caso, si ella ya hubiese pasado el primer trimestre, porque en ese caso el feto ya estaría maduro y podríamos cuando llegue el momento inducir el parto. _¿ A quién desea usted prevalecer?

Mi cabeza sufrió un agudo dolor, y me quedé sin palabras.

_No entiendo, ¿qué quiere decir con eso?_

_Simplemente que deberá priorizar, o la salud de su mujer o la de su bebé?

Me quedé paralizado, no sospechaba que pudiese estar embarazada, entonces como autómata digo:

_Mi esposa sin lugar a dudas, niños pueden venir después._

Bien, todo dependerá de la evolución de su estado, haremos entonces lo imposible por salvar a su esposa.

El médico advirtiendo mi sorpresa, se puso de pie y dijo:

_ Hombre, en otro momento lo habría felicitado, pero en estas circunstancias, tan lamentables, no me queda más que decirle: ¡ prepárese para lo peor!.

_ ¿Y qué es lo peor doctor? _

No hubo respuesta. Una larga mirada lo dijo todo.

Esa noche no dormí, como tantas otras ,acompañado tan sólo de su recuerdo.

Habíamos planeado tantas cosas; viajar a Paris, Bélgica, Bruselas. Y ahora me parecía una burla del destino. Gloria con leucemia y embarazada. De un momento a otro nuestra vida cambió, nuestros planes se van esfumando y mi vida va perdiendo sentido. Cada día noto que ya nada será igual, un bebé, no estaba ni estuvo en nuestros planes. Pero ahora: ¿tendrá importancia alguna? Lo fundamental para mí es Gloria, mi mujer. La vida sin ella no tendría sentido.

Nunca he sido creyente, mi familia y Gloria si. Por eso para mí la boda por la iglesia no tuvo importancia, y cuando se lo expliqué a Gloria, ella aceptó no llevarla a cabo, con ese dinero tendríamos para iniciar nuestro viaje. Ahorraríamos un año más y luego nos iríamos a Europa, no tuvimos luna de miel para ahorrar.

Sandra mi hermana viene todos los domingos a la clínica , la veo rezar, quizás resulte, si ella lo hace, alguien ese Dios que tanto cree , podría escucharla, ella dice que rezar para que se produzca el milagro, yo digo:¡ Dios sánala y creeré!.

Siete meses han pasado y Gloría resistiendo, me impresiona la fuerza de una mujer, ella que se ve tan frágil, tan pequeña ha sido fuerte y en más de una ocasión me ha dado valor ella a mí, siendo que es ella la que está enferma. Su embarazo se ha desarrollado con extrema cautela por parte de los médicos, cada segundo es vigilado y su estado es siempre el mismo: grave.

He despertado temprano. La primavera se ha dejado ver. Los ciruelos, y los aromos ya han florecido. Me dirijo al balcón, observo la cordillera, está majestuosa; clara, nítida y en todo su esplendor. Miro el cielo de un azul intenso. Me lleno de optimismo, respiro profundo. Pienso en Sandra, rezando cada día, me ha dicho tantas veces, ten fe hermano, ten fe. En algún lugar, Dios nos escucha.

Suena el teléfono, me avisan: Gloria en trabajo de parto, un inconveniente adelantó el nacimiento. Salgo a la clínica voy exhausto. Nacieron los gemelo dice la enfermera, están sanos y fuera de peligro. ¿Gemelos? Sí son dos varoncitos.

¿Y mi mujer, ella cómo está?

La señora está anestesiada y debe permanecer aislada.

Me llevan por el pasillo con ropas especiales, mi corazón salta desorbitado. En incubadoras hay dos niños . ¡Mis hijos ¡. Se ven tan pequeñitos y ese color azulado me impresiona, asustado pregunto qué les pasa.

Me explican que los recién nacidos siempre tienen ese color que ya cambiará en unos días. No puedo tomar a mis hijos, todo puede afectarles y debo conformarme con mirarlos detrás del vidrio de la sala donde se encuentran. Permanecerán allí mínimo cuarenta días. Mi mujer, debe permanecer en sala de pos -operación, tiene que recuperarse, está débil. Una sensación extraña e inexplicable me embarga, busco algún lugar solitario, necesito calmarme y sin darme cuenta me encuentro diciendo:

Dios te salve María. Llena eres de Gloria: el señor es contigo. Bendita eres entre todas las mujeres……….Lloro mis lágrimas caen avergonzando mi cara, no por ellas, sino de mi poca fe.

En algún lugar de mi corazón ha nacido una secreta comunicación con Dios. Y yo pensé en qué momento mi cerebro recordó este rezo, no recuerdo haberlo repetido desde que hice mi primera comunión.

Soy padre, tengo dos varones, necesito a Gloria, necesito saber que ella podrá cuidarlos, qué podrá cuidarnos.

En ese momento aparece el médico, su rostro enjuto inexpresivo: Lo siento, me da la mano su abrazo es frío. “Ella no pudo resistirlo.”

miércoles, 27 de abril de 2011

Cenit Edih Moncada





Sólo el respirar de nuestros cuerpos se escucha en la habitación. Estamos, como de costumbre, silenciosos, esto ya es un hábito en nuestro diario vivir. Nos hemos ido quedando cada vez con menos palabras en los labios.
Esta noche es como una más, en nada distinta a otras. El cuarto en penumbras refleja en la pared nuestras siluetas: se ven fantasmales. La luz de las velas es tenue, y pareciera que estamos lejos, lejos uno del otro; y que la habitación fuera un gran bosque de oscuridad. En realidad no tiene nada de raro, somos dos fantasmas que se entrelazan en una relación de dos seres que no se perciben, no se ven, no se sienten, no se tocan.
Hemos estado así por largo tiempo. ¿Cuánto? No sabría decirlo con precisión. Si le preguntáramos a Ricardo, creo que menos podría decir cuánto. Él no está preocupado de ello, ni de mí, ni de nada. Simplemente no está.
El reloj de pared da las diez, y, en silencio, cuál sonámbulo Ricardo se levanta de la silla y la entra con sumo cuidado, como si fuera de cristal. Avanza con pasos lentos, como si cada uno de ellos fuese el último. Entonces con voz tímida le digo:
- ¿Podría leerte un capítulo de tu novela?, quizás eso te ayude a dormir bien.
Con un gesto cansado, levanta su mano derecha y me dice: -
¡Déjalo, mañana quizás!
El dormitorio está frío, como toda la casa, y el silencio retumba en mis oídos. Tomo el rosario y comienzo a rezar.
En otros tiempos la casa estaba llena de algarabía. Nuestros hijos corrían por los pasillos. El jardín siempre lleno de rosas, las hortensias brotaban por todas partes. Y en la mesa del comedor siempre estaban los niños a la hora del té.¿Cuándo comenzó este silencio? ¿En qué momento se secaron nuestras bocas, tal cual se secaron las hortensias y quedó mudo el campanario del reloj?
Ricardo, eras tan apuesto, tan gallardo, siempre con la sonrisa en los labios. Ahora tus mejillas están hundidas y tus ojos secos ya nada ven. Lo más doloroso de estos años es tu silencio, decidiste no hablar, nada te interesa. Y yo, para no incomodarte, me hice tu cómplice.
En esta casa grande donde todo nos queda lejos, hasta nuestros encuentros se perdieron, tal como se perdió la juventud.
Los hijos se fueron, uno tras otro. Y de pronto nos vimos solos. Fue una pena que Dios nos diera sólo varones; quizás si hubiera llegado una niña, ella estaría hoy con nosotros. Los muchachos se enamoran, se casan y se olvidan de sus padres.
Recuerdo el día que Vicente, el menor, nos anunció que se trasladaba fuera del país. Cuánto te alegraste de ello. Dijiste que significaba un gran avance en su carrera, pero al pasar el tiempo, nos dimos cuenta que ya no volvería. Y nos fuimos conformando, soñando con la Navidad para verlos.
En los primeros años, el pavo y el champán siempre estuvieron listos, por si alguno de ellos llegaba a saludarnos y darnos esa alegría; pero, como no sucedió, nos fuimos apagando. Nada dijimos y el silencio se llevó nuestras voces.
Tu silueta se fue encorvando y cada día te noto más lento. Tus manos tiemblan y ya no pueden peinarte; por eso en las mañanas, apenas sale el sol -ese sol que nunca entra a nuestra casa- vas al vestíbulo y te colocas la boina. Te miro a lo lejos, y aún así me pareces buen mozo. La nariz aguileña con el azul de tus ojos ( te dan un aire de distinción.)
¿Cómo pasó el tiempo, cómo se llevó a nuestros hijos...? ¡Ay! Ricardo qué sola me siento; si tan sólo pudieras mirarme y ver que estoy sufriendo. Pero tu propia pena no te deja verlo.
Hoy amaneció frío, algo más que otros días. Te miro de reojo y veo que me miras, ¡me miras!...por un instante he visto un destello: esa mirada de antaño, esa mirada que tanto amaba. De pronto me vuelvo coqueta y te sonrío. Balbuceaste mi nombre y corrí a tu lado; me tomaste la mano y dijiste:
- Usted quién es? Comprendí: en silencio te sonreí y te abrigué las piernas con la manta.
Camino por el largo pasillo, enciendo luces y busco la novela, ésa que nunca terminé de leerte; lo hago ahora, aunque ya no me escuches. La luz del pasillo se hace cada vez más tenue. Y también mi voz.

sábado, 9 de abril de 2011

El regreso


Tocaron la puerta y corrí a abrirla, sentía en mi piel que podía ser él.

La tarde estaba tibia y una suave ráfaga de viento me besó al dejar entreabierto el portón por si querías entrar por allí. No se porque razón pensaba que llegarías esta tarde.

Habían pasado muchos años desde el día que te fuiste, y en mi corazón nunca dejé de soñar con el día que regresaras.
Me imaginaba que traías tu camisa azul, esa que te regalé cuando cumpliste veinte años y que tú con tus verdes ojos miraste con tanta alegría y besando mi cara te alejaste feliz al pueblo a encontrarte con tu novia María Teresa.
Esa chiquilla morena de trenzas negras que tanto amabas, ella con la belleza de los diecisiete, con su mirada lánguida y voz de miel, regalona te tenía cautivado.
Era tu primer amor, y tenías el porte de un águila en vuelo. Esa tarde que caminaste por el sendero de las hortensias, saliendo de la casa, donde tu figura la vi desaparecer entre los álamos del camino que te llevó al pueblo, esa la última que vi tus ojos verdes mirarme con amor. No sospechaba que sería la última vez que tendría la felicidad de tenerte a mi lado.

Con el tiempo comprendí y acepté que te habías marchado. Nunca entendí el por qué de no contármelo, si yo tu madre te habría aconsejado y les habría dado un pedacito de nuestra tierra para ustedes, para que hicieran su nidito, y hasta unos animalitos les habría puesto en los corrales.¿ Qué te hizo tomar esa cruel decisión, marcharte así sin una palabra, acaso no confiaste en mí, en tu padre?
No hubo noche que no te esperará con el mate cebado, como a ti te gustaba, el pancito calientito en la cocinilla y el queso con la mantequilla recién hecho.

Pronto llegaron los rumores del pueblo y supimos que se habían casado. Y que hasta un niño tenías. Jesús le pusiste me dijo la madre de María Teresa, tu suegra, que también como yo, lloraba su pena.

El compadre Ramón me decía, no llore comadre, ya verá que los chiquillos vuelven, estos cabros cuando son jóvenes son chúcaros y cuesta domarlos, pero ya verá como vuelven mansitos en un par de años.
Tu padre Mañungo, no resistió la pena y los fríos del invierno le enfriaron las venas.
Se perdía días enteros cabalgando a la cordillera, no regresaba hasta avanzada la tarde, soñando encontrarte con las botas de cabalgar puestas, _yo nunca le reprocharé nada le decía a todo aquel que por ti le preguntaba_.
Pero pasaron los inviernos Juan, y no regresaste, hasta que una tarde no volvió de su cabalgata y fue el compadre Rosamel quien salió a buscarlo. Encontró su caballo desbocado en el peñasco, allá frente a las “ ánimas” te recuerdas. Entonces salieron los hombres a la mañana siguiente al alba, Tu padre se quedó para siempre aguardando tu llegada, desbarrancó y quedó postrado en la grieta de los “ MUERTOS”. De allí nadie pudo sacarlo, llegar a ese lugar era una locura. El cura del pueblo hizo una misa en su nombre y por su alma. Y yo le rezo cada noche un rosario completito para que Dios lo tenga calientito.

Dicen que tienes fortuna y varios hijos, y que hasta auto tienes allá en la capital, que pasas tan ocupado por eso no has podido regresar.
Yo nunca pensé que María Teresa, tendría tanto poder sobre ti, sacarte de mi ranchito de esa manera y dejar a su madre para irse a la capital, tú que eras tan gallardo cómo dejaste que ella decidiera tu futuro, pero claro así es el amor, cuando se apodera de tu cuerpo pierdes toda noción de cordura y ambos se olvidaron de sus raíces.
Mi corazón me dice que esta tarde volverás , siento en el aire tu presencia. Si hasta los aromos se adelantaron y te esperan ya florecidos. ¿ Te acuerdas de los caquis?, están cargados y parecen que esperan que tus niños vengan a cogerlos de sus ramas, hay tanta fruta acá que necesitan de niños , ¡de tus niños !
Juanito, dile a María Teresa, que vengan que mi corazón les espera con alegría, si hasta una huerta tengo preparada para que saquen verduras frescas.
Hay dos vacas preñadas y un chancho con sus crías. En el gallinero, las gallinas no dejan de poner sus huevos cada día.
Hijo por favor, no dejes de venir esta primavera.
Doña María Flor, sentada en el corredor de su casa espera la llegada de su hijo , su nuera y sus nietos. Sus manos ya gastadas y deformes por el reumatismo se retuercen con torpeza, y sus ojos vidriosos creen ver por el sendero la llegada de ellos. Se levanta de su silla y sale al encuentro, su compadre Rosamel, es el que viene cabalgando y trae en sus manos un telegrama, es de Juan que llega mañana.

María Flor, esa noche se acuesta contenta, tiene el comedor preparado y en el corredor un animal cuelga, listo para el asado cuando su hijo llegue, los peones ya saben y tiene la chicha dispuesta. Mañana en casa habrá una gran fiesta.

La noche se ha posado sobre la casa paterna, el fuego está encendido en la chimenea, los gatos duermen bajo las mesas. En su cama doña María flor reza, dando gracias por la llegada que tanto espera. Afuera los perros vigilan.
Las hortensias abundan por el camino donde un día Juan saliera.

Son las siete de la mañana, el sol ya está alumbrando la hacienda.
Los ojos de María Flor descansan , su cuerpo aún tibio no siente el beso que de lo lejos llega, Juan ha vuelto y su madre descansa la siesta eterna. En su cara se refleja la paz que deja al alma cuando un hijo regresa.

martes, 5 de abril de 2011

Cenit


Sólo el respirar de nuestros cuerpos se escucha en la habitación. Estamos como de costumbre; silenciosos, esto ya es un hábito en nuestro diario vivir. Nos hemos ido quedando cada vez con menos palabras en los labios.
Esta noche, es como una más, nada que sea distinta a otras. El cuarto en penumbras, refleja en la pared nuestras siluetas. Se ven fantasmales. La luz de las velas es tenue, y pareciera que estamos lejos, lejos uno del otro, y la pieza fuera un gran bosque de oscuridad. En realidad no tiene nada de raro, somos dos fantasmas que se entrelazan en una relación de dos seres que no se perciben, no se ven, no se sienten, no se tocan.
Hemos estado así por largo tiempo. ¿ Cuánto? No sabría decirlo con precisión. Si le preguntáramos a Ricardo, creo que menos podría decir un tiempo. él no está preocupado de ello, ni de mí, ni de nada. Simplemente no está.
El reloj de pared da las diez, y en silencio cuál sonámbulo Ricardo se levanta del comedor ,entra la silla con sumo cuidado, como si fuera de cristal, avanza con paso lento, como si cada uno de ellos fuese el último. Entonces con voz tímida le digo: ¿Podría leerte un capítulo de tu novela, quizás eso te ayude a dormir bien? Con un gesto cansado, levanta su mano derecha y me dice - ¡déjalo, mañana quizás!
El dormitorio está frío, como toda la casa, y el silencio retumba en mis oídos, tomo el rosario y comienzo a rezar.
En otros tiempos la casa estaba llena de algarabía, nuestros hijos corrían por los corredores, y el jardín siempre lleno de rosas, las hortensias brotaban por todas partes, y la mesa de nuestro comedor siempre estaba con niños a la hora del té.
¿ Cuándo comenzó este silencio? ¿ En qué momento se secaron nuestras bocas, tal cuál se secaron las hortensias y quedó mudo el campanario del reloj?
Ricardo, eras tan apuesto, tan gallardo, siempre con la sonrisa en los labios y ahora tus mejillas hundidas y tus ojos secos ya nada ven. Lo que más doloroso me resulta con los años, es tu silencio, nada te interesa, decidiste no hablar y yo para no incomodarte me hice tu cómplice.
En esta casa grande donde todo nos queda lejos, hasta nuestros encuentros se perdieron, tal cuál se perdió la juventud.
Los hijos se fueron, uno tras otro y de pronto nos vimos solos. Fue una pena que Dios nos diera sólo varones, quizás si hubiera llegado una niña, ella estaría hoy con nosotros. Los muchachos se enamoran, se casan y se olvidan de sus padres.
Recuerdo el día que Vicente, el menor nos anunció que se trasladaba fuera del país. Cuanto te alegraste de ello, ya que dijiste significaba un gran avance en su carrera, pero al pasar el tiempo, nos dimos cuenta que ya no volvería y nos fuimos conformando, soñando con la navidad para verlos.
El pavo y el champán en los primeros años, siempre estaba listo, por si alguno de ellos llegaba a saludarnos y darnos esa alegría, pero como no sucedió, nos fuimos apagando, nada dijimos y el silencio se llevó nuestras voces.
Tu silueta se fue encorvando y cada día te noto más lento, tus manos temblorosas ya no son capaces de peinarte, por eso en las mañanas , apenas sale el sol, ese sol que nunca entra a nuestra casa, vas al vestíbulo y te colocas la boina. Te miro a lo lejos, y aún así me pareces buen mozo. La nariz aguileña con el azul de tus ojos te dan un aire elegante.
¿Cómo pasó el tiempo, cómo se llevó nuestros hijos...? ¡Ay! Ricardo qué sola me siento, si tan sólo pudieras mirarme y ver que estoy sufriendo, pero tu propia pena, no te deja verlo.
Hoy amaneció helado, algo más que otros días, te miro de reojo y veo que me miras, ¡me miras!...por un instante he visto un destello, esa mirada de antaño, esa mirada que tanto amaba, me he vuelto coqueta y te he sonreído... balbuceaste mi nombre y fui a tu lado, me tomaste la mano y dijiste:
¿ Usted quién es? Comprendí. En silencio te sonreí y abrigué con la manta tus piernas. Me encamino por el largo pasillo, enciendo luces y busco la novela, esa que nunca terminé de leerte, ahora lo hago, aunque ya no me escuches, la luz del pasillo se hace cada vez más tenue y mi voz también.

Suyai Edith copyright Chile

Evocando


En un instante, tan sólo uno, mi vida se cruzó con la muerte.

Como un haz de locura, una sombra oscura envolvió mi ser.

Fue atrevida y sin ápice de indulgencia, me vi desnuda, desvalida e indefensa.

Agolpándose furiosa la sangre desbocada nubló mi vista.

Un grito de terror ahogó mi llanto, y como un choque de témpanos, sentí crepitar mis huesos. Al alzar la vista, volví a sentir la daga punzante, mi vida escapaba gota a gota, sin embargo no había herida presente.

Un fuego abrasador quemaba mis sienes, una tormenta de nieve congeló mi voz.

El silencio a gritos despertó mi locura, y abrazada, arrodillada, frente a lo que ya no estaba, me estremecí, un susurro ahogado selló mis labios.

Había muerto aquella tarde, mi dolor fluía, y la luna presurosa buscó refugio en una nube que pasaba.

En la sombra de la subrepticia tarde que me llevó al desvarío, oculté mi dolor. Afuera; voces, risas, un mundo que ya no nos pertenecía. Creció mi angustia, ante el hecho consumado, y una ráfaga de viento mi cuerpo ovilló.

Su mano aún tomaba la mía y en sus ojos se fue la luz, inertes quedaron sus labios y un rictus de agonía me dijo adiós. Inmóvil permanecí por muchas horas, atrás quedó su risa, su llanto.

Te fuiste padre mío, aquella triste tarde, hoy al recordarte, vuelvo a morir, como aquel día que te vi partir.

Suyai Edith COPYRIGHT Chile