viernes, 10 de febrero de 2012

Mi hermana


                                                                                 Suyai  Edith Moncada
                                                             
                                                                        …    Tan lejano  como el primer amor, cuando se
                                                                                 tiene trece años.                                             
                                                                                               Mario Benedetti

Mi hermana  mayor me llamó éste domingo. De inmediato supe que algo terrible había  pasado. Su voz  con ese tono de angustia me  hizo estremecer.  No  iremos a verlos dijo, Rubén se ha ido para siempre.
Mi hermana tan segura de si misma, con su vida tan clara, feliz  y bien hecha, hoy ha tenido  un quiebre. El peor  de todos, el más  grande. Y yo también  con ella.

Pobre hermana mía, cómo estará sufriendo. ¡Cómo la entiendo!   ¡Cómo  la quiero! Tú no sabes  ¡cuánto, cuánto  lo lamento! Sufro contigo hermana, tú dolor  es mí dolor.

Nadie  sabe,  ni sabrá nunca. ¡Cuánto me duele la partida de Rubén!.

Al vernos me abrazaste, y yo te abracé    desesperadamente lloramos  juntas.

Mi alma  lloraba desgarradamente, mi dolor  era  sólo  mío,  de mi  interior, de ese lugar   mío  que nadie jamás  podrá  conocer. Mi tristeza  la hice invisible  a los demás. Primero estaba el dolor  y la pena de mi hermana. Lo mío ya era cosa  de un tormento inacabado.

Nadie sabrá que mi dolor es más grande de lo entendible, de lo imaginable. Yo  había amado a Rubén desde mis trece años. Desde  la vez  primera  que visitó la casa de mis  padres. Le amé en silencio. Con ése amor  que nunca se olvida.

Se hicieron  novios,  para felicidad de mi madre y aprobación de mi padre. Rubén con veinte años, sus ojos  verdes seductores de mirada  soñadora, que me miraba sin decir nada y a la vez   lo decía   todo. Su sonrisa  siempre a flor  de labios y que siempre  era sólo para ella. Yo embobada les espiaba para verlos  besarse cuando estaban solos. Luego corría  a llorar a mi pieza, sin entender  lo que me pasaba. Era una niña apenas y no sabía calmar  mis emociones,  siempre  me mantuve alejada  silenciosa  y fingiendo estar  muy  ocupada. 

Era  guapo,  alto, esbelto  y de voz  melodiosa que a mis oídos  endulzaba. Temblaba  al abrir la puerta cuando él venía a buscar a mi hermana.
_ ¡Hola! Pequeña, ¿qué tal? ¿Tu hermana está?
Cuando mi hermana  aparecía él la miraba con admiración. Ella le sonreía y se besaban en  los labios.
Yo me quedaba parada mirándolos, hasta que mi hermana me gritaba: ¡Desaparece!
Me encerraba  a llorar  por  horas, nunca nadie  se dio cuenta.
Soñaba que se aburría  de mi hermana, y ese día yo le amaría  para siempre. En mis fantasías  de niña  romántica, él se enamoraría  de mí, y mi hermana se casaba  con otro.

No fue así, claro. Ellos se casaron y tuvieron tres  varones, mis  sobrinos.
Yo crecí y me recibí de ingeniera comercial. Ingresé  a una  gran empresa  y pronto estuve dirigiendo  en forma  exitosa. 
Mi hermana estuvo preocupada de su casa y su vida fue para Rubén.
Vivieron con estrechez económica pero feliz. 
Ella  nunca  pudo  trabajar, Rubén  no la dejó. Además  en que  podría hacerlo, si ella  no estudió  una carrera.  Su carrera  fue casarse con Rubén.
Me casé con un hombre  de bien, con dinero. Vivo con lujos y tengo todo lo que necesito, menos   lo que  quiero.
Mi hermana tuvo un hombre  cariñoso,  fiel  y enamorado de ella hasta el último  minuto de su vida. .

Mi vida; sin hijos, viajes, coches llena  de comodidades, y sin un beso de buenas  noches.

Rubén; te has  ido para siempre, hasta para hacerlo elegiste los brazos  de mi hermana, estabas abrazado a ella cuando  lanzaste  el último suspiro. Se fue  de un ataque  al corazón.
 Guardaré por  siempre tu recuerdo, ya no lloraré.
Nunca tuve celos  de mi hermana, pero hubiese dado  mi vida por tener un marido como él, cariñoso y amante de su mujer.
Mi dolor se irá  al fondo  de mi corazón, lo haré  invisible, como siempre  fue. Seré  feliz  sabiendo que mi hermana lo  fue contigo. Ella te tuvo  y  te amó  como merecías.
Mi esposo nada tengo contra él, sólo  le falta  tu gran pasión, tu caminar alegre cuando veías a mi hermana cerca  tuyo. 
Hoy  sólo tengo  el dolor  de mi hermana, por  esa  vida que ya no estará  contigo  Rubén.

sábado, 21 de enero de 2012

Sin daga, sin flecha.

                                                                             Edith Moncada

Sus manos  entrelazaban las  mías, todo el día  estuvimos  juntos.
Sus palabras  decían lo mucho que me amaba. Sus besos eran sólo míos. Dijo cien veces: nunca  dudes  de mis palabras. Yo embelesada le escuchaba.  Y mi corazón  a cada palabra  suya  palpitaba. 
Nuestras citas eran diarias llevábamos de  noviazgo varias  semanas. Su risa  era mi risa, y en su boca la miel yo encontraba.
 Me  llevó de vuelta  a casa, en la puerta  siempre me dejaba. Esperé que se perdiera  por  el camino del Alba.  Algo me decía que  esta  tarde  era extraña.  Me fui tras  sus pasos, sin que lo notara…..caminé  ocultándome  en cada árbol que por el camino se hallaba.
En la noche  oscura, caminé  sola tras  sus pasos  que  furtivos se alejaban.
Me vi caminando por la misma acera donde  sus pasos iban tras ella.
Su silueta esbelta se perdía en la noche negra. Hice un esfuerzo  para ver como era. La alzó en sus brazos desplegando al viento su negra cabellera, negra tan negra como mi pena. Me detuve  silenciosa ya no había  prisa por  verla. Sus  ojos  cual dos faroles alumbraron mi desierto y en ese instante  caí  presa.
 Un esfuerzo hice para que no me vieras, iluso mi temor, sus ojos  sólo eran para ella. Escuché sus risas todo en ellos era felicidad completa.
Sus labios buscaron ansiosos  los de ella, se fundieron en un beso que duró la noche  entera.
Me hice invisible para que no sintieras pena, yo tenía  vergüenza. Esa noche ya no era yo, habías  matado  mi existencia,  sin daga,  sin flecha.


jueves, 19 de enero de 2012

Más allá del amor

Ella bebe una taza de café, él, la observa  desde  su rincón en  penumbras. Ya son las  diez  con quince. Esperará a que ella se levante, para ir a dejar la taza a la cocina, sabiendo como es, no la dejará en la mesita. Es  meticulosa, maniática del orden,y odia ver cosas que no estén en el lugar que le corresponde. La ve avanzar por  el pasillo, va apagando luces, esa manía  de ahorrar.
Permanece en silencio, sentado donde siempre. Ella  lo ignorará, como de costumbre. Espera y su espera no es en vano. Pasa ligera como pluma, dejando una aureola  de fragancia a jazmín. Lleva el pelo suelto, cae sobre los hombros. Su cabellera hermosa de color  cobrizo. Esa que lo embrujó, arrebatándolo de pasión. ¡Cómo había amado a esta mujer!.  ¡Cuán hechizado estuvo  por ella ! Le amó  de tal manera que jamás  vislumbro su frialdad. Su belleza hacía olvidar todo desaire. Amarla, era para él  un rito sagrado. Fina, delicada, sensual, caprichosa.
 En un principio, cubrió  todos  sus deseos, nada quedó que él deseara. Ella siempre  presta , solícita, amante entregada.  El deseo por ella, por tenerla en sus brazos, acariciar su cuerpo  de porcelana, sentir  sus gemidos al primer contacto de sus dedos, lo trastornaba. Bastaba una caricia , una mirada y él ya estaba encendido. Nunca dijo no, a nada. Cumplió todas sus fantasías y poseerla era  como un galope en caballos blancos  por  el valle de la luna. Toda ella era pasión, su voz  acariciaba, era música a sus oídos. ¡Oh! qué  mujer tan ardiente fue en una época.
Escucha  cuando cierra la puerta de su alcoba, espera. Siente que no ha puesto el cerrojo. Se levanta y con un brillo especial en los ojos que nadie  puede ver, saca de su bolsillo el revólver, lo acaricia, sus manos ya no tiemblan.  Esta noche será  esta noche, se dice y su boca sonríe.
Catalina, se ha puesto el camisón, cepilla su pelo,  coloca unas gotitas de:  Anaís Anaís detrás de su cuello, esa costumbre que nunca dejó de lado, aún ahora después de cumplir su aniversario número cuarenta y cinco. Sus ojos  verdes, desafiantes, intrépidos aún miran con altivez. El espejo que la refleja, muestra una mujer  atractiva, con un dejo de misterio.
Alfredo, fuma un cigarrillo, ha salido al jardín, la noche está espléndida, la luna brilla a lo lejos, parece su cómplice, se mueve siguiendo cada paso que él va dando entre los Ibiscos y el Magnolio que ama Catalina.
Su mano está firme, el revólver frío. Observa en silencio, su corazón galopa. galopa. De sus sienes gotas  de sudor  corren . Tengo que hacerlo se dice...¡la mataré!
De pronto un ruido, se agazapa. Ella abrió la ventana, está observando la luna. Desde su escondite  puede verla incluso distinguir su silueta.¡ Está  tan bella!. ¿ Cuándo dejó de amarlo?  Hace  memoria y nada encuentra.
A la mañana siguiente, nada ha cambiado, en la casa silencio, ese silencio acostumbrado.Catalina ya vestida y perfumada salé a su trabajo. Deja en la mesita de la cocina, la taza , el café , la leche. En el platillo dos Donas, las que Alfredo degusta cada mañana. Coloca el papel escrito con lo de siempre en la azucarera: Alfredo, amor  que tengas  un lindo día, hasta la tarde a las seis. Catalina.
Un  golpe en la puerta de la oficina, su secretaria:
_Sra:. Catalina, el médico de su esposo, cambió la cita a la consulta, será mañana a las cinco menos diez. Dice que usted  debe ir  también.
_Gracias , Roberta, hazme acordar  mañana, para que el chofer vaya a buscar a mi esposo  a casa.
 . A la mañana siguiente , un silencio abrumador. Son las nueve con cuarenta A.M. El teléfono suena y suena, nadie contesta. Catalina permanece en la cama, sus ojos  abiertos y un hilo de sangre en la comisura de los labios. Su pelo está tijereteado y tirado  al lado de la cama... en el espejo del baño se lee: "muera perra, maldita". Fue escrito con rouge rojo.
Alfredo desayuna , la taza de café  humeante, el olor a pan  tostado  inunda  la cocina. No más  Donas  se dice  y sonríe,  su mirada está  tranquila. Su aspecto muestra un hombre varonil con  pliegues de luna en la sien. Su mano  sostiene la taza y avanza con seguridad y confianza  a contestar el teléfono.


Edith Moncada Monteiro.



miércoles, 18 de enero de 2012

Lluvia al ocaso.


Edith Moncada

Crepitaron sus siluetas

bajo la lluvia

del ocaso.

Cuando se vieron, quedó perpleja. Sin duda ese no era su José. Se parecía, tenía su altura, sus ojos, su mirada…pero no era la misma persona. Se sonrieron, ninguno dijo nada con respecto a cómo se veían. Claro que eran ellos, los de antaño. ¿Los mismos? ¡No! Su corazón lo supo, su alma lo comprendía el tiempo es inefable.

¿Cuándo su pelo se cubrió de hilos de seda? ¿En qué tristezas sus ojos se habían marchitado?

Y sin embargo su voz, era la misma. Aquella voz de ayer. ¿Cómo no recordarla? La había escuchado, acompañado en esas tardes tristes y solitarias de invierno, en primaveras cuando de la nada surgía su nombre. Al abrir un capullo en flor, al mirar el horizonte y sentir que allá en la lejanía, en algún lugar estaría él, con su voz endulzando el lugar, donde ella no podía llegar.

¡Qué locura es esta! Nunca más supo de él, ni tampoco de sus alegrías, de sus tristezas. Su recuerdo en un tiempo fue tormentoso, no la dejaba tranquila, por más que ella se fundía en otros pensamientos, su recuerdo brotaba como agua fresca. Alegre, feliz por las calles del barrio. Su caminar era airoso, altivo, y más de alguna vez le había oído en un susurro burlón que desapareciera. (Ella, había llorado)

Muchacho de mirada seductora, se sabía amado, y ella no sería jamás una de aquellas que le cerraban los ojitos y sucumbían. (Pero estaba encarcelada.)

Ahora ya no era aquel soberbio, gallardo y conquistador joven. Ella tampoco la misma. Sus ojos se miraron, se sonrieron. Caminó segura hacia él, como si lo hubiese visto por última vez ayer. El temblaba. Y ella no le daba importancia. (Disimulaba muy bien)

El le sonreía, le hablaba...ella sorda… (Pero escuchaba atenta).

Por primera vez en mucho tiempo, se volvían a ver. Ella en su mundo divagaba. Y pensar que mis ojos le lloraron tantas veces. Y pensar que mis labios pronunciaron su nombre cuando no debían. Y la vida me lo devuelve como una hoja marchita que el viento de otoño la hace crepitar oscilante ante mis ojos, frente a frente. Y yo sostengo erguida la mirada.

Lo siente cansado, desdibujado y su pensamiento la transporta a otras tardes. Ella saliendo del liceo. Él esperándola. Caminando tomados de la mano por aquella avenida riendo, amando en esos días de eterna primavera y risa fácil. (Qué difícil fue reír después)

Esta tarde se ha puesto gris, una bruma espesa comenzó a poblarlo todo.

De pronto se ve vestida de uniforme, su pelo largo en cascada por la espalda. Su risa inunda la ciudad...

Sus labios le besan, le besan todo es un beso. Beso de calles, de árboles que salen al paso. La bruma de la noche cae sobre ellos.

La mano de él temblorosa toma la suya y la saca de sus cavilaciones. José la mira y se acerca despacio, despacio…y cerrando los ojos, corresponde a su beso. Lo atrapa, lo envuelve, ahora es ella quien tiene el dominio. Lo encarcela a su beso como queriendo recuperar el tiempo perdido. Se apartan y sus ojos se miran estupefactos, sonríen. Tiemblan. (No saben que son ancianos)

Una fina lluvia les moja el pelo, la cara, los ojos, los labios. Empapados caminan abrazados. Unas gotas no tienen importancia .Sus ojos no distinguen la lluvia de las lágrimas, ambos no distinguen, están llorando. Sus almas se han encontrado en el ocaso. La vida tardó un siglo en juntarlos.

Un chirrido abrupto de bocinas se escucha , luces que pasan y se detienen.

La fina lluvia envuelve y viste sus cuerpos. La gente observando atónitos. Aparecieron de improviso decía el chofer del auto: les toqué la bocina, pero ellos nada escucharon.

Sus manos entrelazadas sus cuerpos yacían bajo la lluvia.Una sonrisa abunda en los labios de ambos. Han caído anudados, en un abrazo eterno, ahora juntos por siempre.

Decisión



Vestiremos las calles clandestinas con la dulzura de los besos.

Edith Moncada Monteiro

Regresa a casa después de sentir en su cuerpo las manos de él. Su boca aún lleva el sabor de ese beso que inventó en ese momento para él. Impregnado lleva su aroma en su pelo, en su ropa, sus ojos guardan el brillo que volvió al encontrar su mirada con la de él.

Hoy ha vivido la locura de un beso, y en ese beso ha quedado prendida, enlazada su alma. Atrás queda la mujer que ya nunca más será.

Su cuerpo tiembla, siente aquello inexplicable. Nunca, jamás nunca, pensó que sería capaz de vivir lo que ha experimentado hoy.

Infiel, desde hoy es infiel.

¿Es posible amar de esta manera…y después de toda una vida? Su pregunta la deja perpleja, siente vergüenza. Cierra los ojos y llora, no sabe si es de dolor por lo que ha hecho, o es alegría intensa. ¡Ha sido tan hermoso ser mujer!

No fue a encontrarse para tener un encuentro sexual. Fue en busca de la razón de su existencia. Un beso y silencio de todo. Se escuchó pasar el viento.

Recuerda; tenía trece años, y él un poco más. Ella le amó tanto, como nunca más lo hizo. Ella lo perdió.

Con el tiempo se casó con otra y nunca más supo de él. Ella se casó muchos años después.

Su corazón se detuvo en aquella edad, y aunque la vida siguió su curso, ella nunca le olvidó.

Vuelve a su hogar aún aturdida por lo que ha vivido. El marido le abre la puerta, la saluda con un beso. Sus hijos le preguntan por el brillo de sus ojos, ella turbada ríe nerviosa.

Las horas siguientes son un calvario. Siente en su cuerpo las manos de él.

El marido diciendo que bella estás, en su pecho una daga la crucifica sin piedad.

Los días son de una felicidad inefable, canta y llora sin razón.

Su ser su cuerpo su piel, están trastocados, se envuelve en una refrescante brisa, que enciende brasas ardientes que creyó apagadas.

Un silencio subrepticio la acompaña, el miedo, el placer de lo vivido la cautiva. . Se ha tornado taciturna, en su corazón un fuego la quema. Las lágrimas aparecen de la nada.

Una llamada telefónica la deja sin habla, la agazapa, la devora y el gusto de saber quien es la embriaga.

Citas furtivas, palabras que encadenan, besos que enloquecen.

Él le ha pedido que deje todo, que vivan su amor. La ama desea hacerla feliz. Que huya con él. Al recordar su voz, su aliento , no duda. Ya no puede seguir así, debe tomar la decisión.

Sus hijos están adultos. ¿Su marido? mejor callar. Hasta ahora no sabía del fuego que produce en la sangre el amor. Ha descubierto que es otra mujer , los mitos de la fidelidad la abandonan, se desnuda ante una nueva realidad y en vez de cerrar la puerta se rinde sin temor y llena de esperanza y felicidad.

Escribe una carta de despedida. Entiéndeme y perdona lo que no se puede comprender, pero hoy decido partir. Temo que no vuelvas a pronunciar mi nombre desde hoy.

Siente que es un sueño divino lo que ha vivido, desde la noche que tuvo su beso. Su vida toma de la vida el incienso, el almíbar acariciando su rostro en su recuerdo. Bebe su cariño y decide comenzar de nuevo .Deja su pasado. Llora por lo que va sintiendo. Vuelo de ti sin ataduras, te dejo antes que la vida me lleve a usar disfraces que no quiero.

La realidad de mi vida comienza hoy, no me busques, no me perdones, olvídame sólo eso quiero. Sale y cierra la puerta, el día está amaneciendo.


miércoles, 28 de diciembre de 2011

Camino a la libertad


Lentas caían las horas sobre el umbral. Oscuridad completa, el silencio la única compañía. No había nada que esperar. La noche ya estaba en su apogeo. En un rincón el hombre permanecía agazapado. Sus ojos brillaban como conejo. Sus manos entrelazadas, crispadas llenas de hollín, se confundían en un crepitar de huesos. Los nudillos sonaban cada vez que los hacía crujir. En sus labios finos, delgados, una mezcla de dolor, rabia y miedo. Llevaba horas allí, esperando. Su figura enjuta, desgarbada le daba un aire de asesino al acecho.
¿Qué esperaba? ¿Hasta cuando permanecería allí?
Cuando la claridad del alba comenzó a dejar atrás la noche, sus ojos vislumbraron la casona. Y en ese silencio de las horas muertas, cuando los cuerpos duermen y el alma descansa, comenzó a observar. Tocó suavemente el portón, pero este permanecía cerrado, avanzó unos pasos y encontró un pasillo, especie de camino lateral de tierra, ingresó a el sigilosamente y su asombro fue enorme cuando comprendió que era un convento. ¿Cómo lo supo?
Por un camino empedrado que llevaba a una fuente, una monja barría el patio. Se percibía un aroma a madreselvas, y la quietud del lugar lo envolvió. Suspiró aliviado, estaba a salvo. Llevaba siete días caminando, había abandonado la mina y el hambre hacía sonar sus tripas. Avanzó con sigilo para no ser visto, si la monja lo veía de seguro gritaría. Su aspecto era deplorable, y ella se asustaría.
Decidió detenerse, esperaría el momento oportuno para hablarle y pedirle un vaso de agua o leche caliente, sí, eso le haría bien, luego seguiría su camino hasta su aldea, decido a no volver a las canteras.
Se acurrucó en la alambrada, y abandonó su cuerpo ya tranquilo sabiendo que estaba en lugar seguro. La espera lo tumbó y se quedó dormido.
Serían las once de la mañana cuando despertó con un ruido. Sus ojos no alcanzaron a ver lo que venía. De un zarpazo el hacha cayó en su regazo, quedó incrustada y un líquido violáceo comenzó a salir a borbotones. Un grito y otro grito escapaban de una boca pequeña. Cuando las monjas llegaron no había nada qué hacer. El hombre balbuceaba “Un vaso de leche” Sor Bernardita al ver el bulto había dejado caer el hacha, que en ese momento llevaba a la leñera, con tan mala suerte que ésta cayó en el estómago de aquel enjuto hombre que huía a su libertad.
Suyai Chile

lunes, 21 de noviembre de 2011

Sabor a miel


Edith Moncada.

Camina bajo la lluvia, siente que su corazón se va a desbordar, late apresuradamente, lágrimas que ruedan, se confunden con la lluvia. Sus manos no las siente. Arruga con fuerza la foto, sucia y ajada. Ahora las letras se han borrado, pero ella recuerda muy bien lo que estaba escrito. “Para que nunca se te olvide”

Había salido corriendo como loca, sin rumbo. Bajó los doce pisos sin darse cuenta, salió del edificio y caminó, caminó pensando que él vendría detrás de ella. No quería voltear la cabeza. Sus latidos le oprimían el corazón, a ratos pensó que no podría seguir, imaginaba que él la tomaría por los hombros y le diría ; eso es historia añeja, es el pasado, no sufras por algo que ya pasó. Llegó a la avenida Central. Las luces de los autos y los bocinazos le hicieron comprender que hacía rato que deambulaba. Era media tarde cuando había encontrado esa foto en el libro que sin querer sacó de la biblioteca, en el departamento de José Luis. No podía entender porque la conservaba, si había terminado con ella hace dos años atrás. Ella era su novia ahora, y él decía amarla

En la esquina de José Miguel Carrera, a una distancia de unas veinte cuadras del edificio donde salió desesperada y llorando por aquel inusitado descubrimiento, se dejó caer. No vino tras ella y su dolor aumentó.

Ahora de golpe comprende, las tardes que él no aparecía, los silencios largos y pesados que se producían sin motivo. La amaba, seguro que aún la amaba, y tal vez, ella sólo era un escape a su tristeza, porque ella sabía muy bien que Laura, se había casado apenas unos meses después que ellos terminaran. Su pensamiento la llevo a una conclusión que la intranquilizó.

En su mente evoca la foto con rabia Laura y José Luis abrazados. Lo que más le dolía, era lo que decía; “Para que NUNCA me olvides”. la pena le asomó por toda su piel, y en aquel momento su mente sólo repetía: ¡Maldita, maldita.!

Volvió sobre sus pasos, en actitud altiva .Regresó al departamento se decía,” No me dejaré vencer”.

Un olor a café recién preparado le hizo comprender que José Luis, no había dado importancia al asunto. Entró y mirando directo a los ojos le dijo: “Quiero que la rompas delante de mí y si no quieres hacerlo, lo hago yo.” Él sonriendo le toma las manos, su aroma la envuelve, olía a bosque encantado, ese aroma que a ella le embriaga. Se acerca a tomar la foto arrugada, la besa apasionadamente, sus labios y los de José Luis sabían a miel.