lunes, 15 de agosto de 2011

Espera


Atrasado siempre a cada cita. Yo esperaba con alegría.
Cuando aparecías la felicidad se llevaba toda larga espera y ya no importaban las horas de la espera.
Siempre esperando, tu llegabas y yo sonría. Besos de mi boca,abrazos y todo en armonía.
Hoy te presentas y me dices que no tienes tiempo para esperas, que no puedes perder minutos de tu vida. Es ahora o marchas.
¿ Qué dices? No, gracias, ahora devuélveme las horas de mis esperas, los besos y caricias. Quédate con el tiempo perdido, para mí no lo fue, disfruté de cada uno de ellos, los viví. ¿ Tú dices no esperar más? Bien, puedes entonces marchar. yo hoy no tengo prisa.

Suyai 2011 Chile

miércoles, 3 de agosto de 2011

Dos hombres


Edith Moncada Monteiro

Dos hombres Parábola del Fariseo y el Publicano.

Los dos hombres se encontraron frente a frente. Recién saliendo del templo, donde clamaron a Dios.

Ambos se miraron con las pupilas llenas de piedad y regocijo después del rezo. Un saludo de cabeza y siguieron su camino.

El primero había declamado a viva voz que era un hombre justo y temeroso, ayunaba y daba el diezmo de todo lo que poseía. No soy pecador como otros decía, y cada vez sus voz era más segura.

El otro a cierta distancia y en silencio se golpeaba el pecho diciendo; soy pecador se propicio de mí. Perdóname Sr.

Un miserable pordiosero salió al encuentro, se acercó al primero y con actitud lastimosa le suplicó una moneda. Este le gritó de inmediato, sal de mí vista sucio hombre, vete de aquí, déjame pasar.

El otro que escuchaba salió al encuentro del pequeño hombrecillo diciéndole: Es justo lo que estoy buscando un hombre como tú, ven conmigo a mi casa, hay pan fresco y una huerta te espera para trabajarla.

El hombre se tiró al suelo y besando la tierra dijo; gracias mi señor, hace mucho que ando en busca de un buen patrón.

Más vale la acción que mil palabras.

sábado, 23 de julio de 2011

La Receta.


A veces el tiempo nos atrapa, o quedamos

atrapadas en el tiempo por amor.

Edith Moncada Monteiro

A oscuras y sentada en su silla de siempre, Verónica divaga con los pensamientos, su mente le hace trampas; siempre le trae malos recuerdos, y ese dolor que le duele el alma y no sabe cómo detenerlo.

Su apariencia no la delata, se ve segura, tranquila .Sólo sus ojos tristes de mirada nostálgica le dan ese aire de misterio. Siempre se las arregla para que no vean su tristeza, sólo ella y su alma saben lo que la aqueja.

Lleva tanto tiempo padeciendo su mal, fingiendo que es feliz, que tiene una vida plena. Profesional y todos dicen que de las mejores. Abnegada, dedicada con esmero. ¿Alguno de sus colegas podría decir que ella está enferma?

¿Alguien de su familia se ha dado cuenta de su tristeza? Si preguntáramos de seguro nadie podría decir, porque nadie se ha dado cuenta. Y su proceder nada demuestra.

¿Cuándo comenzó su mal? No lo sabe ni ella misma. Se remonta a su niñez y se ve siempre sola, pero a veces tenía amigas y jugaba en alguna casa o simplemente en la calle. Pasaba mucho en ella, su madre nunca estaba, siempre sola y nadie la cuidaba. Siente tanta soledad y pocas veces vio a su padre. Su madre se separó cuando ella tenía cuatro años, y no volvió a verlo nunca más.

A los trece años, entró al Liceo, una niñita aún y parecía de diez, delgadita con el pelo largo que le cubría toda la espalda. A esa edad se puso coqueta, de pronto estaba horas frente al espejo, peinaba sus cabellos, se hacía un peinado y otro y nada le gustaba, nada según ella le quedaba bien.

Fue un día que volvía del Liceo cuando le vio, en su mismo pasaje al llegar a casa. Un chico moreno delgado le sonreía, pasó seria y sin dar atisbo de una sonrisa, sus piernas se apuraron y su frente altiva se irguió dándole una altura que simplemente no tenía.

Muchas otras veces le volvió a ver, su timidez le impidió sonreír y pasaba tan rápido como podía. Luego que entraba a su casa se reprochaba su proceder, mañana si lo veo, le saludo, se decía, pero todos los días ocurría lo mismo, sus pasos la hacían volar como una estrella fugaz.

Ella empezó a seguirle los pasos, se detenía cuando se sentía observada. Le siguió por tantas partes, pero nunca sus miradas se encontraron. Pasaron los años, el tiempo hizo su trabajo. Sus vidas se alejaron, luego la universidad, amores y la vida siguió su ritmo.

Su corazón se quedó en el pasado, su mente trabaja en el hoy, pero toda su alma está en el ayer. Simplemente Verónica detuvo el tiempo. Su corazón aún tiene catorce años. Sus ojos buscan el resplandor de aquellos que a mirarlos no se atrevió., quizás ellos le recuerden, quizás ellos le ignoren. Sus pensamientos la tienen atrapada.

¿Puede el alma quedarse prendada para siempre en una mirada fugaz? ¿Por qué otros ojos no han sido capaces de borrar aquella la primera, que enfundó en su corazón? Sólo Verónica lo sabe, y ella espera un milagro, ese milagro que tal vez nunca llegue. ¡Ah!, si volviera a verle.

Hoy Verónica está triste, y su tristeza la enferma, está con dolor de estómago, hace días que una úlcera la tiene delicada, ya, sabe que no puede continuar así, y decide pedir una hora al médico, este viernes tiene hora a las diez con veinte.

La consulta está en pleno centro de la ciudad, toma un taxi y se dirige con el estómago hecho pedazos. Es un edificio de varios pisos, recorre el pasillo con paso lento y se acerca a la recepcionista, le confirma su hora y la hace pasar a una pequeña salita de espera, una música suave ambiental la recibe, respira hondo. Otros pacientes frente a ella miran revistas. Va vestida de negro como siempre, altos tacos la encumbran en su figura bien formada, su pelo suelto largo, frondoso le cae sobre sus hombros, sus labios rojos le dan un aire elegante y de mirada taciturna. Sus blancas manos cogen una revista, en ese instante se abre la puerta de la salita, un hombre alto de pelo negro vestido con un delantal blanco es el médico. Despide a la paciente con una sonrisa y ella le da las gracias, El corazón de Verónica da un vuelco, no puede ser, ¿acaso esa mirada, esa figura ella la conoce? No está del todo segura, un leve temblor se apodera de sus manos. Siente náuseas, y quiere salir, pero el peso de su cuerpo no la deja, está clavada al piso, no entiende, y no sabe qué hacer. Siente que la miran, hay ojos clavados en ella, sus manos se retuercen nerviosas y esboza en forma torpe una leve sonrisa.

Pasan unos minutos para ella horas eternas, _ se dice: y si me voy, total nadie se dará cuenta, _ pero nuevamente sus piernas no la dejan ponerse de pie. Escucha su nombre: Verónica Valverde. Se pone de pie y la sala se abre, el médico la recibe y sin mirarla le pregunta que le cuente a qué viene. Entonces su voz suena lejana, ella misma se escucha decir, el estómago me duele, y no tengo apetito, todo me cae mal. Él levanta la vista y sus miradas se encuentran, es él, el mismo que ella nunca le sonriera, al que persiguió tantas veces sin que él lo supiera. Al principio nada la delata. Pero él la mira con atención, ella baja la mirada, entonces el dice, _ ¿Desde cuando se siente así?_ Ella responde, _ ¡desde hace mucho, no se decir exactamente cuánto! _ ¿Duerme usted bien? _ Las preguntas del doctor le suenan absurdas y contesta sin darse cuenta, de pronto un mareo y siente, que se desvanece. Cuando despierta, el médico le sonríe. ¿Pero qué me sucede dice Verónica? Él le tiene tomada la mano, le toma el pulso y con voz segura dice: “está usted con muy baja presión, deberá quedarse unos momentos hasta que se estabilice”. Ella tiembla, aún no se da cuenta se dice y sus ojos se nublan, inmediatamente lo disimula se pone seria desviando la mirada. El doctor de reojo la observa y escribe, seguramente le dará una receta. Cuando se despide, la deja citada en quince días más y le dice que debe descansar, tiene ocho días de licencia.

No puedo creerlo se dice, esto es imposible, aún le recuerdo exactamente como en aquellos días. Sus ojos negros, más negros aún me han mirado, no me ha reconocido. Pareciera que está más alto, y su voz suena tan varonil. Verónica camina por la ciudad rumbo a casa, se siente en las nubes y lleva el corazón alocado.

Esta tarde coge un libro y comienza a leer, su mente no se concentra, en las letras aparece su imagen, siente su mano en la suya cuando le tomaba el pulso y se encoge entera. Tanto tiempo ha pasado de su adolescencia y este sentimiento no la abandona. Su pecho lo tiene con un fuerte dolor. Deja el libro y se ve siguiéndole sus pasos, y escondiéndose para que él no la descubra, ¡Ay esta timidez!

De pronto recuerda; él le había entregado una receta, la busca en su cartera, la desdobla y lee: Hola Verónica, te reconocí de inmediato. Espero que vuelvas. Yo cuidaré de tu mal. Estoy soltero y nunca te olvidé.

os pasos, se detenía cuando se sentía observada. Le siguió por tantas partes, pero nunca sus miradas se encontraron. Pasaron los años, el tiempo hizo su trabajo. Sus vidas se alejaron, luego la universidad, amores y la vida siguió su ritmo.

Su corazón se quedó en el pasado, su mente trabaja en el hoy, pero toda su alma está en el ayer. Simplemente Verónica detuvo el tiempo. Su corazón aún tiene catorce años. Sus ojos buscan el resplandor de aquellos que a mirarlos no se atrevió., quizás ellos le recuerden, quizás ellos le ignoren. Sus pensamientos la tienen atrapada.

¿Puede el alma quedarse prendada para siempre en una mirada fugaz? ¿Por qué otros ojos no han sido capaces de borrar aquella la primera, que enfundó en su corazón? Sólo Verónica lo sabe, y ella espera un milagro, ese milagro que tal vez nunca llegue. ¡Ah!, si volviera a verle.

Hoy Verónica está triste, y su tristeza la enferma, está con dolor de estómago, hace días que una úlcera la tiene delicada, ya, sabe que no puede continuar así, y decide pedir una hora al médico, este viernes tiene hora a las diez con veinte.

La consulta está en pleno centro de la ciudad, toma un taxi y se dirige con el estómago hecho pedazos. Es un edificio de varios pisos, recorre el pasillo con paso lento y se acerca a la recepcionista, le confirma su hora y la hace pasar a una pequeña salita de espera, una música suave ambiental la recibe, respira hondo. Otros pacientes frente a ella miran revistas. Va vestida de negro como siempre, altos tacos la encumbran en su figura bien formada, su pelo suelto largo, frondoso le cae sobre sus hombros, sus labios rojos le dan un aire elegante y de mirada taciturna. Sus blancas manos cogen una revista, en ese instante se abre la puerta de la salita, un hombre alto de pelo negro vestido con un delantal blanco es el médico. Despide a la paciente con una sonrisa y ella le da las gracias, El corazón de Verónica da un vuelco, no puede ser, ¿acaso esa mirada, esa figura ella la conoce? No está del todo segura, un leve temblor se apodera de sus manos. Siente náuseas, y quiere salir, pero el peso de su cuerpo no la deja, está clavada al piso, no entiende, y no sabe qué hacer. Siente que la miran, hay ojos clavados en ella, sus manos se retuercen nerviosas y esboza en forma torpe una leve sonrisa.

Pasan unos minutos para ella horas eternas, _ se dice: y si me voy, total nadie se dará cuenta, _ pero nuevamente sus piernas no la dejan ponerse de pie. Escucha su nombre: Verónica Valverde. Se pone de pie y la sala se abre, el médico la recibe y sin mirarla le pregunta que le cuente a qué viene. Entonces su voz suena lejana, ella misma se escucha decir, el estómago me duele, y no tengo apetito, todo me cae mal. Él levanta la vista y sus miradas se encuentran, es él, el mismo que ella nunca le sonriera, al que persiguió tantas veces sin que él lo supiera. Al principio nada la delata. Pero él la mira con atención, ella baja la mirada, entonces el dice, _ ¿Desde cuando se siente así?_ Ella responde, _ ¡desde hace mucho, no se decir exactamente cuánto! _ ¿Duerme usted bien? _ Las preguntas del doctor le suenan absurdas y contesta sin darse cuenta, de pronto un mareo y siente, que se desvanece. Cuando despierta, el médico le sonríe. ¿Pero qué me sucede dice Verónica? Él le tiene tomada la mano, le toma el pulso y con voz segura dice: “está usted con muy baja presión, deberá quedarse unos momentos hasta que se estabilice”. Ella tiembla, aún no se da cuenta se dice y sus ojos se nublan, inmediatamente lo disimula se pone seria desviando la mirada. El doctor de reojo la observa y escribe, seguramente le dará una receta. Cuando se despide, la deja citada en quince días más y le dice que debe descansar, tiene ocho días de licencia.

No puedo creerlo se dice, esto es imposible, aún le recuerdo exactamente como en aquellos días. Sus ojos negros, más negros aún me han mirado, no me ha reconocido. Pareciera que está más alto, y su voz suena tan varonil. Verónica camina por la ciudad rumbo a casa, se siente en las nubes y lleva el corazón alocado.

Esta tarde coge un libro y comienza a leer, su mente no se concentra, en las letras aparece su imagen, siente su mano en la suya cuando le tomaba el pulso y se encoge entera. Tanto tiempo ha pasado de su adolescencia y este sentimiento no la abandona. Su pecho lo tiene con un fuerte dolor. Deja el libro y se ve siguiéndole sus pasos, y escondiéndose para que él no la descubra, ¡Ay esta timidez!

De pronto recuerda; él le había entregado una receta, la busca en su cartera, la desdobla y lee: Hola Verónica, te reconocí de inmediato. Espero que vuelvas. Yo cuidaré de tu mal. Estoy soltero y nunca te olvidé.

miércoles, 6 de julio de 2011

Entre domingo y lunes.

.

Del amor a la agonía un instante,

Y de allí a la muerte .

Edith Moncada Monteiro.

Domingo; todo marchaba perfecto, hasta que una llamada lo arruinó.

Ella comprendió, había sido engañada. Arropada en un frío gélido, su alma hecha jirones se fue desgarrando. El pecho, un dolor agudo punzante mil cuchillos socavaban sorbo a sorbo lo que quedaba de su orgullo. Su cara desencajó. Sonrío. Debía hacerlo, nadie de su familia deberá notar su tristeza, que en realidad es una agonía. Su calvario comenzaba.

¡Pobre mujer!, había apostado todo: familia, hogar, marido, hijos. La culpa fue la primera en aparecer. Lentamente una espina que se va metiendo en la llaga fue lacerando su dignidad. Se vio desnuda y lo que vio no le gustó. Hizo esfuerzos por aparentar serenidad. Incluso se sentó en el sofá junto al marido, cosa que no hacía desde meses. A él le agrado tanto el gesto que le tomó la mano y sonriendo dice: ¡qué bien! me gusta que te sientes con nosotros. Los niños aplaudieron. Miraban televisión.

En un ademán inconsciente apagó su celular, lo guardó en su bolsillo.

Berta les trajo un aperitivo, pareciera que ella la empleada, se daba cuenta del cambio y mostraba agrado. Hicieron salud y lastimosamente se tragó sus lágrimas.

Esa noche la pasó en vela. Su esposo la buscaba acariciándola, ella alejándose, él insistiendo. Te amo , te necesito me doy cuenta lo valiosa que eres para nosotros. Perdóname por lo tonto que he sido, mereces todo mi orgullo y admiración. Ella alejándose. Mordiendo su angustia se forzaba a que las lágrimas no salieran, no debían, no eran bienvenidas.

Al alba, sus ojos aún despiertos y el cuerpo ovillado. Su mente en aquel llamado que le apagó la calma dejándola desamparada, en un fuego sin llamas dejándola vacía y en cenizas.

Él, le había hablado de su soledad, su vida. Sintió lo mismo que en otra época; estaba irremediablemente llena de amor por este hombre. No supo o no quiso ver la realidad, algo en su interior le decía que el laberinto era tóxico, pero la emoción y el amor pudo más. Sintió que el destino le daba una oportunidad y la felicidad la desbordaba. Perdió todo decoro. Su matrimonio lo expuso a unas cuantas horas de amor y placer. Olvidando su condición de casada, mujer intachable. La imagen que le devolvió en ese instante el espejo la hirió aún más. ¡Qué miserable!

Ahora no hay tiempo para dudar. Comprende está todo consumado. Se siente usada, como una fruta deliciosa que se prueba y se desecha. El misterio y la magia terminaron. Miró por la ventana. El sol aparecía iluminando la ciudad, se dio cuenta su alma caía en oscuridad profunda. Se había traicionado a sí misma. Lo que quedaba era un despojo sin orgullo.

¡Cuánta sarta de engaños, mentiras se le presentaba de un zarpazo!

Se dio cuenta lo frágil que había sido. Pero de nada vale ahora su arrepentimiento, no hay vuelta atrás. Estuvo ciega, loca y sin cordura. Caminó a tientas embriagada de lo nuevo que se metía en su piel, la inundaba incapaz de detenerse a tiempo. Era justo entonces este dolor.

A la noche volvía a su hogar después de un día tormentoso, su corazón lloró en silencio, ocultando a todos su pesar. El crepúsculo tallaba las calles, se olía desolación, sin duda había empezado a morir.

El aire espeso le comenzó a martillar las sienes. Un frío intenso la recorrió. Manejar se hizo difícil. Le dolía el pecho, llevo su mano en un gesto de alivio para acariciarlo. No pudo levantarla. Cerró los ojos y creyó caer en una especie de súbita pesada somnolencia. Sus labios pronunciaron un nombre. Un hilo de sangre salía de la nariz. Sonreía, le tendían la mano, pretendió asirla. Su marido la abraza y ella le dice que la perdone, lo dijo varias veces, no la escuchó. Gritó, y su voz no salía. Vio venir a los niños. Lloraban. ¡Mamá, mamá!

El parte policial; infarto. Muerte instantánea manejando al llegar a su casa.

La muerte comenzó el domingo y concluyó hoy lunes.

sábado, 4 de junio de 2011

Baño de media noche Edith M,


Pequeña le dijiste, toma mi mano te llevaré por el sendero
aquel que no tiene retroceso. Te miró dudosa y sin embargo en sus ojos había un brillo de pureza e ingenuidad.
Tus ojos la miraban con tanto amor, eso pensó ella y confiando en tus palabras sin censurarse se dejo guiar.
Se puede desconfiar cuando es la persona amada la que te habla, la que te dice confía en mí.
Caminaron despacio mirando las estrellas, la luna se asomaba y a veces se escondía como disfrutando de la compañía. La noche era tibia, ni una ráfaga de viento, ni un sonido extraño que anunciara peligro.Él ya con veintitrés años, ella con sólo diecisiete, la juventud y la lozanía a flor de piel. Se habían casado tan sólo un mes atrás. El amor a él lo había apresurado y su pasión estaba en plena ebullición.
El viaje era la continuación de su luna de miel, habían estado viajando por distintos lugares de México, este pozo de agua le habían dicho era un lugar con un encanto y misterio subrigadier, venía corriendo desde montes y se agolpaba en una especie de cueva, donde en su interior se producía una piscina de aguas tibias y azules. Al llegar al lugar, ella se sintió fascinada desde el instante que divisó la cueva, se adentró en ella y sacándose la ropa no dudó en bañarse en esas aguas que se veían serenas y frescas.
Se despojó de todo, su cuerpo desnudo se perdió en el agua y con voz alegre te invitó a entrar con ella, pero tú, preferiste observarla y disfrutabas de cada acrobacia que tu ángel te ofrecía embutida de una gracia y alegría propia de la juventud. Se perdía bajo el agua y no aparecía por mucho rato y tú haciéndote el indiferente la buscabas ansioso con la mirada, hasta que emergía con gritos de alegría.¿Cuánto rato estuvo bañándose en esas aguas cristalinas azuladas? No lo supiste en aquél entonces, y tampoco importaba. Te llamó tantas veces, para que fueras a su lado, pero te rehusaste, sólo querías admirarla.
Cuando era ya medianoche, le pediste que saliera, debían volver al pueblo a la posada.
Ella con su pelo mojado se veía tan bella, parecía una virgen escapada de una iglesia. La tomaste de la cintura, le secaste el cabello con tus ardientes palabras, la besaste en la boca e hicieron el amor hasta quedar sin aliento. Siguieron su camino ya al amanecer. Una aurora incipiente anunciaba el amanecer, en un cielo arrebolado.
Al llegar a la posada, ella se acostó de inmediato , su cabello aún estaba mojado, su piel de una palidez alba y sus labios rojos parecían implorar un beso. Ese fue el último que tus labios le dieran, al medio día ya estaba fría y dura como mármol, el corazón había dejado de latir, su alma se quedó en la laguna en un baño de media noche.

La puerta de Roble. Edith Moncada


Quizás detrás de la puerta este su alma,

su deseo de ser amado y no morir en

en intento.

Giré la perilla, puerta de roble inmutable impedía el paso. No se abrió, giré con lentitud tratando de no hacer ruido, sutileza me dije, que no se despierten los fantasmas que puedan estar por algún lado, quizás detrás de la puerta, sonreí. Un extraño temblor me invadió quizás la curiosidad. Al otro lado de la puerta; silencio, oscuridad la empujé con discreción y un halo de polvo húmedo, antiguo llenó el ambiente. Magia sentí al entrar, me inundé de paz , una serenidad reinante me hizo avanzar. Ese lugar de la casa permanecía cerrado por años. Nadie se ocupaba de esa habitación, mis abuelos la habían clausurado, nadie parecía acordarse de ella o querer sacar algo de allí. Simplemente no existía.

Mi curiosidad mi anhelo de encontrar cosas antiguas me llevaron a ese cuarto. No soy miedosa y no creo en fantasmas. Decidida a hurguetear cada rincón. Cuando la puerta se abrió avancé a tientas, objetos en el suelo me impedían pasar. Me quedé unos segundos intentando ver, cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad distinguí el desorden, muebles amontonados, sillas, cuadros, percheros y libros, muchos libros en un armario lleno de telarañas y polvo. Me quedé maravillada, había descubierto un tesoro. La habitación alta de techo con vigas de roble, como lo era el comedor y el living de la gran casona. Las paredes mostraban un papel mural antiquísimo lleno de flores pequeñas, la ventana estaba tapiada con maderos gruesos, no entraba allí ningún halo de luz, el silencio y la oscuridad eran sus habitantes predilectos. Observe cada espacio con curiosidad y me decía para mis adentros, este lugar desde hoy será mi escondite secreto. Al avanzar me topé con un lecho, una cama estaba en el suelo, un cobertor antiguo de plumas sucio con polvo. Busqué una lámpara, no vi nada. Mañana en la tarde volveré con una linterna. Aquí escribiré mis cuentos. Es un lugar ideal para hacerlo, salí con cautela nadie se enteraría había traspasado la puerta de Roble prohibida.

Esa noche me dormiría temprano, quería que llegará pronto el día para ir al cuarto. Al poco rato sentí una respiración, abrí los ojos, silencio. Sabía que allí no había nadie más que yo. Intenté dormirme un murmullo débil como un sollozo. Puse atención, me senté en la cama sin encender la luz. Volví a experimentar una brisa, pasó rozando mi cara. Luego un peso, alguien se sentó. Dije: _ ¿Hay alguien ahí?_ _¿Quién está sentado en mi cama?_ Silencio. Sin preocuparme, me dormí.

La siesta en la casa era sagrada. Todos la hacíamos y en ésta época de verano es muy agradable. Al despertarse mis abuelos y tías daban un paseo por el jardín. Esta tarde yo no haría siesta, iría a mi lugar secreto. Cogí mi block de apuntes y partí silenciosa y feliz, escribiría aquí la historia de mi cuento. Giré con cuidado la puerta y esta vez se abrió sin dificultad, encendí la linterna, además llevaba una ampolleta para colocarla en una lamparita pequeña que había visto en un rincón justo al lado de la cama. Al encender la luz, lo vi. Estaba en el suelo en posición india, no tuve miedo, ni siquiera me asusté. Un mechón rubio le caía en la frente, sus ojos pardos tenían una mirada dulce que me llenó de paz. Observé sus manos, jugaban con un lápiz azul de cristal. _¿ Qué haces acá?,_ dije me miró sonriendo y dijo: _ ¡Esperarte!_

Tendió su mano y me pasó el lápiz "Toma es para que escribas tu cuento". Sonreía sus dientes me deslumbraron. Cogí el lápiz. _ ¿Tú me conoces?_ _¿Qué haces acá, cómo entraste?_

Vivo acá esperaba que vinieras, por fin lo haz hecho. Me quedé sin palabras, pero no quise saber más. De seguro estaba soñando, si es eso me dije, claro, estoy en la hora de la siesta y esto es un sueño. Como si él hubiese leído mi mente dijo: No, no es un sueño, desde ahora vivirás. Escribirás tus cuentos , antes estabas en un sueño.

Mis tardes en la casa se transformaron en algo maravilloso, cada una de ellas con magia y la ilusión se habían apoderado de mí. Gabriel se transformó en mi amigo, mi confidente ahora ya no se como describir lo que sucede. Una tarde en la que yo escribía mi cuento, Gabriel me pidió algo de comer. Tengo hambre dijo, hace días que no he comido bocado, serías tan amable de traerme comida. Yo no reparé en eso, nunca me había preguntado si comía, si salía de ahí, si era real. Me levanté del escritorio, dejé mi lápiz y le tomé sus manos estaban tibias, me miró sonriendo.

Hoy en la mañana le he dicho a María la cocinera, que me prepare una canasta con frutas y galletas, también algún jugo fresco. Me miró con curiosidad diciendo: ¿La niña saldrá de picnic hoy? No, María, no seas indiscreta. Lanzó una risa pícara y me miró con un signo de pregunta. La quiero para hoy a las dos en punto, salí sin mirarla.

Mi cuento va tomando cuerpo. Gabriel me da sugerencias. Quiere que escriba de un joven que se enamora de una chica , pero no podrán amarse, son de mundos distintos. Le he dicho que no quiero un cuento cursi, me ha mirado con tristeza, ¿ Por qué ustedes, los jóvenes no creen en los sentimientos? Me he reído , me causa gracia lo que dices Gabriel ahora las personas se buscan para hacerse compañía, para ayudarse, para salir juntos tener un plan de vida interesante. No para decirse si me quieres o no me quieres y esas tonterías. Vi caer una lágrima de sus ojos. ¿Lloras? dije … cogió la lágrima que caía por su mejilla, era azul, transparente y la depositó encima de la hoja del cuento que yo escribía, quedó allí titilando. Una lágrima dijo refleja un sentimiento puro, sale del corazón, ese que tú no ves, porque no puedes verle. Una lágrima lleva dentro de ella un dolor invisible, sólo se puede ver si es que eres capaz de derramarla por amor. Me quedé en silencio. La chica de tu cuento no tiene sentimientos, no cree en el amor, nunca ha amado. Debes darle un corazón. Debes hacer que ella ame sin importar nada, amar debe amar.

No, dije con seguridad, no quiero cuentos de hadas, no existen. Y el amor tampoco, tú deberías saberlo. Me miró con dolor. Estoy aquí por amor, pero tú no te das cuenta. Sólo te interesa tu cuento, no te importo yo. Me paré enojada tiré el lápiz saltó lejos. Me voy mañana volveré cuando dejes de hablar tanta cosa sin sentido.

En la noche dormí mal, soñé y vi a Gabriel lloraba en un rincón, su cuerpo sangraba una herida le atravesaba el pecho. Desperté lo vi mirándome. El final del cuento ya lo tienes Ángela ya lo sabes, ahora sólo tienes que escribirlo. Gabriel dije me di cuenta estaba sola, había salido de la habitación. Corrí por el pasillo fui a la puerta, estaba cerrada y no pude abrirla, giré la perilla pero no cedió. Una luz se encendió detrás de mí. Ángela dijo mi abuelo ¿Qué haces parada aquí a esta hora? Quiero entrar abuelo. Gabriel está herido allí dentro. ¿Gabriel, qué sabes tú de Gabriel? Me miró sin entender. Gabriel abuelo, está allí dentro, converso con él todos los días me está ayudando a escribir mi cuento. El abuelo se desmayó. Cuando el médico salió de su habitación: fue un infarto, menos mal que me llamaron a tiempo, ahora necesita cuidados su corazón está débil. Mi abuela, más tarde me contó. Gabriel fue hermano del abuelo. Se suicidó a los diecinueve años, de eso hacía más de cincuenta años. Se había enamorado de una chica que se burló de él. Él no pudo soportarlo, esa era su habitación, la tenían tapiada por deseo del papá del abuelo. Siempre ellos respetaron esa decisión. Yo converso con Gabriel abuela, él está aquí, no es un fantasma, existe, me habla. Si dijo ella, está aquí con nosotros, seguramente es su esencia, su luz que aún permanece y tú de alguna manera has traspasado esa dimensión, pero no le hables a tu abuelo de él, porque no lo entenderá y pensará que estás inventando una historia.

Hoy abrieron la puerta de roble y María ha hecho la limpieza. Sacaron las maderas de la ventana y el abuelo ha dicho que haga realidad el sueño de Gabriel que escriba.

Gabriel permanece callado y sólo quiere leer el cuento donde la niña ama al joven, le dije que haría el intento por complacerlo. Ahora estoy en eso escribiendo.

martes, 24 de mayo de 2011


Edith Moncada. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación.. (Julio Cortázar)

Al darnos cuenta que la casa estaba irremediablemente tomada, por "esos extraños ruidos", decidí abandonarla.

Había sido nuestro hogar, vivíamos en ella desde nuestro nacimiento, más de cuatro décadas ya. Allí se encontraban nuestros recuerdos, días de infancia, de juventud y los de ahora, que ya somos adultos.

Recuerdo el último día, el martes en la noche, salí del dormitorio en busca de la pava para tomar unos mates y el ruido en la cocina no me dejó avanzar. No se si eran voces mal humoradas o quizás avecillas peleándose, para adjudicarse algún nuevo espacio de la casa, ya estaban en todas partes. Irene que se dio cuenta de mi repentino detenimiento, vino a mi lado asustada, me miró implorante, nos quedamos pegados al piso, la puerta de roble que separaba los ambientes pareció frágil, liviana de papel, se escuchaban los sonidos de carreritas y correr de sillas, nos quedamos impávidos. No lo dudé. Nos iríamos esta misma noche.

Salimos de la casa sin nada, excepto nuestras tarjetas de crédito, todo lo demás quedó allí. Los recuerdos los tendríamos siempre en nuestra mente, allí nadie se apoderaría de ellos, a no ser que nosotros quisiéramos.

La noche afuera se sentía fresca, ya era mayo, la brisa helada nos golpeó sutilmente la cara, como para hacernos despertar de aquel nefasto suceso.

Por la avenida Rodríguez Peña avanzamos de prisa, no nos dimos cuenta, una sombra nos seguía, no existía forma alguna de percatarnos, a no ser que pudiésemos desdoblarnos y eso no era posible. Nuestros cuerpos tendían a juntarse a medida que caminábamos. La calle en penumbras se nos hacía misteriosa. Irene susurrando me dijo: _ ¿Vamos al hotel Claridge ?_

_ ¡Sí, dije!_ sin saber porque. En realidad con el susto no había pensado a donde ir. Es una excelente idea, allí estaremos cómodos y seguros.

Hice parar un taxi que venía calle abajo. ¡Al hotel Claridge! dije.

El chofer se veía asombrado, no lo comprendí. ¿Acaso nos conoce? (¡No, me dije de ninguna manera!). Noté que nos miraba por el espejo retrovisor con una mirada inquisitiva. Irene nerviosa tomó mi brazo y suspiró profundo. Escuché al chofer decir: ¿Los niños deben estar con mucho frío? Nos miramos Irene y yo al mismo tiempo. ¿Los Niños?

_¡Se veían tan entumecidos!_ fueron ellos los que hicieron detenerme. Ya había decidido retirarme e iba camino a mi hogar, cuando les vi. Parados en la noche y con los niños tan desabrigados. Pensé los llevo, no puedo dejarlos.

Ambos sonreímos estúpidamente.

_ ¿Ustedes no son de acá? _Se nota que no, no conocen el clima. Al bajarnos en la puerta del hotel, se despidió diciendo: " Abriguen esos niños amanecerán resfriados mañana" No entendimos nada. (Está loco pensé).

En el hotel no había habitaciones disponibles con dos camas. Tuvimos que tomar separadas, sería sólo por esa noche, ya mañana veríamos otro lugar más cómodo. La noche fue bulliciosa, volví a sentir esos murmullos, parece que venían del closet. (Estoy divagando, me dije) cerré los ojos y me dormí.

Irene en su habitación tuvo pesadillas, por la madrugada sintió que le sacaban el cobertor, sintió frío y en un ademán mecánico lo levantó, fue entonces, abrió los ojos y allí a los pies de la cama dos niños pequeños casi desnudos, con ojos vidriosos la miraron. Dio un grito y saltó de la cama. Tocó el timbre. En un momento llegó una camarera. Irene arrodillada en un rincón de la habitación temblaba. Sin decir palabra mostraba con su mano debajo de la cama. La mujer sin entender se acerca y le pregunta:

_ ¡señora! ¿Qué le sucede, se siente usted mal?_

_Allí, allí están, ¿acaso no los ve?_

Cuando entré a ver a Irene, sus ojos al principio no me reconocieron. La abracé y su cuerpo se ovilló. Más tarde ya algo recuperada me confidenció. _ ¡Los niños, son niños, nos persiguen!_

_ ¡Irene, no hay niños acá, sólo tuviste un mal sueño!_

A dos días de la pesadilla conseguí otra habitación, Irene dormiría en una suite. Pondrían una cama pequeña al lado de la suya para mí, así podría estar con ella y velar su sueño.

Mis manos acariciaron el cabello de Irene, sentí su pelo suave deslizarse por mis dedos. La camarera había dejado la bata de dormir color rosa de seda como se lo había pedido en la mañana.

_Irene póntela y descansa, esta noche leeré un buen libro francés que encontré y estaré al lado tuyo._ Me sonrío.

El libro me mantendrá despierto y mi mente podrá relajarse. (Me dije).

De ahora en adelante nuestra vida será diferente, los fantasmas del pasado no volverán a levantarse. Esos niños no existen, es una mentira de la mente de Irene. Y sacando sus lentes para leer se enfrascó en el mundo que tenía en sus manos.

Lo que ellos, los hermanos no saben, y no sabrán es que los niños juegan bulliciosamente, descalzos y deambulan por toda la casa. Son parte de ella han estado y estarán ahí siempre. Las cortinas permanecen cerradas y las habitaciones todas a su disposición.

La noche de la huida, quisieron irse con ellos, pero desistieron. En el hotel había mucha gente, nada era de ellos y la luz del sol les hizo daño, volvieron a sus antiguos rincones, su lugar favorito; la cocina.